Privilegios y ciudadan¨ªa
Roma cre¨®, a mandobles, la primera y ¨²nica Uni¨®n Mediterr¨¢nea, el llamado imperio romano (o sea, poder de Roma). A esta Uni¨®n, que funcion¨® pol¨ªtica, cultural y econ¨®micamente durante siglos, le falt¨® sin embargo en sus comienzos cohesi¨®n interna, dado que no todos los habitantes de dicho imperio fueron desde el principio ciudadanos romanos. Estos ¨²ltimos, como clase privilegiada, constituyeron la c¨²pula de la pir¨¢mide social; la mayor¨ªa, sin embargo, qued¨® marginada.
El creador y m¨¢ximo teorizador del imperio, Augusto, fue tambi¨¦n el m¨¢s acucioso defensor de los privilegios clasistas, con el argumento de que hab¨ªa que preservar al pueblo romano de contagios de sangre extranjera o esclava. Este criterio racista (?no nos suena?) le hizo conceder la ciudadan¨ªa romana a cuentagotas. Una significativa an¨¦cdota cuenta que su mujer, Livia, le pidi¨® un d¨ªa la naturalizaci¨®n de un galo tributario. Augusto se neg¨®, diciendo que antes preferir¨ªa sufrir mermas en el fisco a que se vulgarizase el honor de la ciudadan¨ªa. Huelga decir que los esclavos manumitidos encontraron todav¨ªa m¨¢s trabas para conseguir carta de naturaleza, de cuya obtenci¨®n Augusto excluy¨® expresamente a todo aquel que hubiese padecido tortura o c¨¢rcel.
Augusto muri¨® en el a?o 14. Poco despu¨¦s todos los principales de la Galia Comata (y no ya s¨®lo aquel recomendado de Livia) hab¨ªan obtenido la ciudadan¨ªa. Y es m¨¢s: en el 48 esos mismos galos lograron que Claudio les permitiese desempe?ar magistraturas en Roma, esto es, disfrutar del derecho senatorial. Previamente hubo una tensa discusi¨®n en la curia. Algunos defendieron sus privilegios rememorando viejas glorias y costumbres ancestrales, exhumando esencias y vertiendo amenazas: si se abr¨ªa un portillo, irrumpir¨ªan avasalladores los extranjeros. Frente a estas razones Claudio, sabiamente, hizo ver la conveniencia de transferir a Roma lo mejor de cada pueblo; la perdici¨®n de Atenas y Esparta hab¨ªa sido tratar a los vencidos como extra?os.
En esta concesi¨®n de Claudio prevaleci¨® todav¨ªa un esp¨ªritu elitista. Pero la B¨¦tica es buen testigo de c¨®mo los emperadores flavios crearon por doquier un sinf¨ªn de municipios, ya con igualdad de derechos. Por fin, en el 212 no s¨®lo los principales, sino todos los habitantes libres del imperio recibieron la ciudadan¨ªa.
Este proceso igualitario, lento pero imparable, induce a reflexi¨®n. Si la Uni¨®n Mediterr¨¢nea no pudo frenar la presi¨®n de una periferia oprimida que reclamaba sus derechos, parece dif¨ªcil que hoy lo logre la Uni¨®n Europea, a pesar de los medios de que dispone. El mundo actual va mucho m¨¢s aprisa. Y es ya de ilusos creer que la explotaci¨®n de los inmigrantes, con frecuencia inhumana, durar¨¢ siempre, en beneficio de una ciudadan¨ªa privilegiada. Quer¨¢moslo o no, Europa -y Espa?a- va a cambiar mucho en pocos a?os. Con un poco de inteligencia, ser¨¢ para bien; con torpeza, parar¨¢ en un desastre.
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