Como de compra
Hace unos d¨ªas, me sorprend¨ª usando una expresi¨®n que o¨ªa con frecuencia cuando ni?o. 'Ha quedado como de compra'. Detr¨¢s de ella duerme una ¨¦poca en que muchos andaluces compensaban la escasez de recursos con una asombrosa habilidad para arreglar o aprovechar cualquier cosa. Pero tambi¨¦n evoca un modo de pensar en abierta contradicci¨®n con lo que hoy nos pide el cuerpo contrahecho a la doctrina en uso: consumir con alegr¨ªa y fruici¨®n, comprar cuanto podamos y tirar lo que nos sobre.
A esas peque?as estrategias para no comprar que a¨²n resisten subidas a nuestras sierras como maquis irredentos, le llaman ahora pomposamente los antrop¨®logos 't¨¦cnicas de autoabastecimiento'. En ellas se amparan desde la recolecci¨®n de productos silvestres, al apa?o del asiento de una silla, pasando por la conserva de tomates en botella o el arreglo del pantaloncito del ni?o. El caso era no comprar y si se pod¨ªa, que el ni?o del pantaloncito acabara yendo a la universidad.
Poco sospechaban aquellos andaluces medio espartanos, que los universitarios que hicieron a medias con un Estado empe?ado en llevar a la universidad a todo el mundo, aunque fuera 'a distancia', terminar¨ªan estudiando conceptos americanos como 'la civilizaci¨®n del desperdicio'. Sin mayor aprovechamiento, sin gana alguna de aplicarse el cuento. Poco se pod¨ªa profundizar en aquellas martingalas mientras se paseaban los ojos por las estanter¨ªas bien surtidas de 'la casa del pueblo' que es como llama un amigo al Corte Ingl¨¦s.
Cuando se vuelve la vista a la situaci¨®n de algunas comarcas andaluzas en los a?os sesenta y se compara con lo que hoy se dice sobre el estado del bienestar, sobre la necesidad de ajustar la producci¨®n al consumo y otras agudezas sociopol¨ªticas por el estilo, parece como si aquella gente, en plena formaci¨®n de las clases medias, se hubiese declarado en franca rebeld¨ªa.
Si lo pensamos bien, una econom¨ªa que aprovechaba el medio hasta el extremo y que entre conservas domesticas y trueques en especie, cerraba el a?o comprando algunas telas 'a dita', poco margen dejaba para esas sacali?as indirectas con que se financian las autopistas, los colegios y las casas de la cultura. Mal le hubiera ido a la sociedad del consumo si hubiese cundido aquel ejemplo. Poco puede recaudarse entre quienes no pueden y no quieren comprar.
Cuando escuchemos las alabanzas rom¨¢nticas 'del campo a la mesa, del ¨¢rbol a la boca, de la tierra al plato', no nos enga?emos. Que no se nos olvide intercalar a Hacienda entre el campo y la mesa, entre el ¨¢rbol y la boca, entre la tierra y el plato... entre lo que escribo y lo que lees. El placer de la chapuza dom¨¦stica que nos venden en fasc¨ªculos con el serrucho que no corta y la lija que no pule, han pasado ya el conveniente trance del I.V.A.
Hoy consumimos a troche y moche gracias a aquella gente, pero no hemos aprendido como ellos, a hacer las cosas 'como de compra'. S¨®lo sabemos comprarlas. Mientras la econom¨ªa se enfr¨ªa, se nos calienta la cabeza.
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