Quisicosa caballar
Las mal llamadas corridas de rejones la verdad es que no acaban nunca de desvelar su fundamento, y si son como las de esta funci¨®n ferial a¨²n menos. La quisicosa caballar tendr¨¢ su intr¨ªngulis mas tan profundo que requiere sesuda investigaci¨®n.
Se empieza por el p¨²blico, pura paradoja. El p¨²blico de las la mal llamadas corridas de rejones es apasionante motivo de estudio para los especialistas en sociedades civiles y comunidades de vecinos. Suele ser p¨²blico que no va nunca a las corridas de lidia ordinaria y si se les pregunta, la mayor¨ªa explicar¨¢ que es ecologista, est¨¢ a favor de los toros y no soporta que los piquen. Y, sin embargo, se pasa aplaudiendo entera la mal llamada corrida de rejones sin percatarse de que toda ella consiste en pegarles a los toros rejonazos meti¨¦ndoles en el cuerpo unos hierros as¨ª de largos. Y cuanto m¨¢s furibundos arrean los rejoneadores sus rejonazos, mayor j¨²bilo le entra al p¨²blico espec¨ªfico de la mal llamada corrida de rejones.
Laguna / Cuatro rejoneadores
Toros desmochados para rejoneo de La Laguna, discretos de presencia, flojos y tirando a mansos, aunque en general se prestaron al juego. Luis Domecq: pasada sin clavar a la media vuelta, pinchazo, rej¨®n trasero a la media vuelta y rueda de peones (silencio). Antonio Domecq: rej¨®n atravesado ca¨ªdo (aplausos). Sergio Gal¨¢n: rej¨®n traser¨ªsimo y, pie a tierra, cuatro descabellos (ovaci¨®n y salida al tercio). Diego Ventura: pasada sin clavar y rej¨®n bajo atravesado (aplausos y saludos). -Por colleras-. Hermanos Domecq: rej¨®n bajo, rueda insistente de peones y, pie a tierra, descabello (silencio). Gal¨¢n-Ventura: rej¨®n ladeado y, pie a tierra, 10 descabellos (silencio). Plaza de Las Ventas, 2 de junio. 24? corrida de abono. Lleno.
Los rejoneadores, los rejonazos, la mal llamada corrida de rejones y la madre del cordero: que castigo, dios.
De eso hubo en la funci¨®n ferial, la verdad es que no muy brillante por causas ajenas a la voluntad de la casa. Los sinos y los mengues, ya se sabe. Los toros, adem¨¢s, padec¨ªan flojera y, de repente, daban con sus huesos en la arena. No se crea que estas penosas deficiencias locomotrices induc¨ªan a la piedad de los rejoneadores y del p¨²blico amante de los animales. Por el contrario en cuanto el toro se incorporaba a los rejoneadores se les encend¨ªa el alma brav¨ªa, se lanzaban a galope tendido a la caza del inv¨¢lido y le met¨ªa un rejonazo o un banderillazo, que lo dejaban lamentando haber nacido.
Tuvo una actuaci¨®n opaca el ya veterano Luis Domecq y adem¨¢s ke falt¨® precisi¨®n al clavar. En cambio su hermano Antonio, vibrante caballista, templado en la labor de encelar, banderille¨® muy bien en corto y por derecho. Sergio Gal¨¢n fue el rejoneador de la espectacularidad, no exenta de buena t¨¦cnica, que es lo que da la sal a la vida y a la exhibici¨®n ecuestre. Y en esa l¨ªnea estuvo asimismo Diego Ventura, sin tanta seguridad y acierto, pero sacando partido a su excelente doma. La que arm¨® despu¨¦s de matar a su toro, poniendo a bracear al caballo, piafando, levant¨¢ndolo de manos, para calentar a las masas e inducirlas a que pidieran la oreja, fue digno de una antolog¨ªa. Nadie la pidi¨®, pero no por nada, sino por los imponderables.
Concluida la actuaci¨®n de cada cual, entraron en colleras y por servidor como si se operaban. Las quesiqueses de las colleras a¨²n explican menos la contradictoria sensibilidad del p¨²blico habitual de la mal llamada corrida de rejones, salvo que sea surrealismo. Pues la superioridad del caballo sobre el toro, que adem¨¢s tiene los cuernos salvajemente aserrados, se duplica; y si antes era un caballista (con su caballo) el que se enfrentaba al toro, ahora son dos los que le atacan, y el pobre toro, corrido e indefenso, no sabe por d¨®nde le vienen los tiros.
Llega la parte intolerable de la quisicosa caballar y, salvo que se sea adicto a la mal llamada corrida de rejones, lo propio es cambiar de tema. Y lo hab¨ªa en Las Ventas entre los aficionados presentes (unos cuatro): lo de Jos¨¦ Tom¨¢s el d¨ªa anterior, que traer¨¢ cola. No se hablaba de otra cosa, ni en la plaza de toros ni en los mentideros de la villa.
Lo de Jos¨¦ Tom¨¢s carec¨ªa de precedentes y de ah¨ª la que se arm¨®. Pero no porque le echaran el toro al corral sino por la desfachatez de fingir que no quer¨ªa matarlo siendo lo cierto que no pod¨ªa tras haberlo intentado a mansalva convirtiendo al animal en un acerico. Ni medio minuto faltaba para el tercer aviso cuando Tom¨¢s desisti¨® de descabellar pero mand¨® a sus peones que marearan al toro d¨¢ndole vueltas para tirarlo. O sea, una taimada estratagema, una bochornosa falta de torer¨ªa, una intolerable falta de respeto al p¨²blico. Y ahora se vienen los ¨¢ulicos, conque Tom¨¢s no quiso matar al toro, conque as¨ª es su personalidad exquisita... Venga, ya: a otro can con ese hueso.
Efectivamente, de eso se habl¨®, entre otras razones para no aguantar las colleras, cap¨ªtulo oprobioso de esa funci¨®n extra?a mal llamada corrida de rejones.
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