Concierto de pesadilla
Parec¨ªa una pesadilla, un imposible, pero, si no lo llego a presenciar, no podr¨ªa haberlo cre¨ªdo. El ?rea de Cultura del Ayuntamiento de Sevilla organiz¨® en la noche del domingo una velada de coros de ¨®pera, dentro del ciclo ?pera por Barrios, en los jardines de La Buhaira con la presencia del Coro de Amigos del Teatro de la Maestranza. Por el m¨®dico precio de 500 pesetas se promet¨ªa una noche memorable a la apacible concurrencia de aficionados, en la calurosa primavera sevillana. Nada m¨¢s iniciarse el acto, un grupo de manifestantes en el exterior prorrumpieran a corear desaforadamente consignas (que no pod¨ªa distinguir con claridad) contrarias al acto, al precio, al limitado aforo del espacio acotado, o, tal vez, a la pol¨ªtica cultural de los responsables municipales del ?rea cultural. No lo s¨¦.
Lo que s¨ª s¨¦ es que el grupo de inconformistas ya ven¨ªan provistos de un muy nutrido arsenal de instrumentos sonoros capaz de distorsionar cualquier evento de este tenor. El acto continu¨® su ritmo previsto, como se pudo. Los int¨¦rpretes y el director tiraron p'adelante, en un acto de arrojo fuera de lo com¨²n, como si la algarada no fuera lo suficientemente atronadora como para irritar al m¨¢s templado de los presentes.
Supon¨ªa, en mi candidez, que ya la organizaci¨®n estar¨ªa tomando cartas en el asunto y que la cosa estar¨ªa a punto de normalizarse. Nada m¨¢s lejos de la realidad: el coro, el pianista y el director segu¨ªan con el programa y los alborotadores no cesaban ni un instante. Por m¨¢s que intentaba centrarme en el concierto, no pude conseguirlo; ni creo que nadie lo llegara a conseguir. Hasta el director lleg¨® a sufrir alg¨²n tipo de indisposici¨®n fruto de tal trance, felizmente superada tras el descanso.
Llegados a este momento, llam¨¦ al 091 desde un tel¨¦fono m¨®vil y logr¨¦ contactar, tras un buen n¨²mero de tonos de llamada, con un agente al que inform¨¦ de los acontecimientos y me dijo que ya estaban en camino. Lleg¨® un coche de Polic¨ªa Local, pero el alboroto no cesaba. Se reanud¨®, como si nada, la funci¨®n, y los enconados perturbadores segu¨ªan en sus trece. La luz del coche policial segu¨ªa all¨ª afuera, pero los gritos y ruidos tambi¨¦n.
La indignaci¨®n contenida del p¨²blico, s¨®lo expresada en atronadoras salvas de aplausos a los int¨¦rpretes, no llegaba a comprender c¨®mo era posible que no hubiera forma de poner fin a todo aquel bochornoso espect¨¢culo protagonizado por unos 15 ¨® 20 individuos que boicoteaban la audici¨®n al concurrido auditorio. ?Qu¨¦ hac¨ªa la polic¨ªa en aquel sitio? ?Para qu¨¦ lleg¨® hasta all¨ª? ?Es que le gust¨® lo que presenciaba? ?O tal vez estaba esperando que las personas pac¨ªficas y ponderadas que estaban siendo perturbadas cambiaran de actitud para ellos intervenir?
En mi opini¨®n, se hizo c¨®mplice de los gamberros, en lugar de proteger el leg¨ªtimo derecho de cuantos est¨¢bamos all¨ª intentando disfrutar de un espect¨¢culo que hab¨ªamos. ?Es que los derechos de las personas civilizadas no tienen que ser protegidos?
El d¨ªa que no impart¨ª clases a mis alumnos, en una reivindicaci¨®n corporativa, dejaron de abonarme el sueldo como consecuencia de la inhibici¨®n de mi funciones. Me pregunto: ?no habr¨ªa que proceder de igual manera con los agentes -o sus superiores- que actuaron de tal manera? Desconozco los motivos que los responsables de velar por los derechos de los ciudadanos tuvieron para hacer dejaci¨®n de sus funciones, pero reclamo desde estas l¨ªneas que las autoridades competentes tomen cartas en el asunto. Un dato final: el esc¨¢ndalo concluy¨® justo cuando el concierto (incluida sus dos propinas) acab¨®.
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