Balance de una visita
Los chilenos ya conocen los aspectos principales de la visita de Ricardo Lagos a Espa?a. No hay ninguna necesidad de agregar conceptos de orden general. Las grandes pautas ya se han transmitido de diversas maneras, en la letra impresa y a trav¨¦s de las im¨¢genes. Pero quiz¨¢s sea interesante dar una impresi¨®n personal, que viene de adentro y que adem¨¢s represent¨® para m¨ª, sin haberlo buscado, en cierto modo por azar, una vuelta al cabo de los a?os a la diplomacia activa. A m¨ª se me hab¨ªa olvidado ya, supongo que felizmente, esto de salir corriendo a las nueve de la ma?ana en un veh¨ªculo oficial, de ser observado desde atr¨¢s de cordones policiales, de asistir a una colocaci¨®n de ofrendas florales en medio de salvas de ordenanza, de escuchar discursos, bregando contra las estrecheces de un frac de alquiler y de un cuello duro implacable, o de hacerle conversaci¨®n a las vecinas y a los vecinos asignados por el protocolo. Uno estudia el mapa de una mesa, busca su asiento, mira de reojo los nombres de los que est¨¢n al lado, y de pronto descubre un matiz, un detalle que ignoraba, una salida que podr¨ªa ser ingeniosa. En s¨ªntesis, la visita oficial del presidente Lagos a Madrid y Barcelona represent¨® dos cosas: una superaci¨®n de la situaci¨®n inc¨®moda, fuente de conflictos, creada por el intento de enjuiciar a Pinochet en Madrid, y un conjunto de contactos y de conversaciones destinados a desarrollar las relaciones de todo orden entre los dos pa¨ªses. Con respecto al primer punto, comprob¨¦ que los espa?oles est¨¢n sorprendidos por el hecho de que el proceso siga su curso. Ellos cre¨ªan que nuestras promesas eran puros voladores de luces. Como estaban seguros de que Pinochet todav¨ªa mandaba en Chile, pensaban que desde el minuto fatal en que se levant¨® de su silla de ruedas, a su regreso de Londres, el Mes¨ªas militar se hab¨ªa restablecido entre nosotros en toda su gloria y majestad. Ahora empiezan a revisar su visi¨®n de nuestra historia reciente: esto ayuda a replantear las relaciones en t¨¦rminos mucho m¨¢s realistas y ¨²tiles. '?Juicio a Pinochet!', gritaba, con emoci¨®n, con ira, un peque?o grupo instalado con sus carteles frente al Centro de Arte Santa M¨®nica, en las ramblas barcelonesas. Uno de los carteles hablaba del genocidio del pueblo 'maputxe', escrito as¨ª, a la vasca. Era l¨®gico sospechar que hab¨ªa alg¨²n etarra infiltrado. Pero la protesta, de todos modos, no llegaba demasiado lejos. Al otro lado, en el Centro de Arte, junto a Ricardo Lagos, hab¨ªa pintores, poetas, cronistas y ensayistas pol¨ªticos, que en ning¨²n caso ten¨ªan caras de monstruos o de c¨®mplices del crimen. El grito de las ramblas cumpl¨ªa, por consiguiente, una funci¨®n de recordatorio, de llamado ¨²ltimo a la conciencia. '?No se olviden!', parec¨ªan pedir, y uno, en su condici¨®n de diplom¨¢tico reconvertido, con sus condecoraciones tristes, cavilaba y aspiraba a volver pronto a pasearse por el mundo en mangas de camisa.
En cualquier caso, si los temas discutidos en estos tres d¨ªas siguieran su curso normal, podr¨ªa pensarse que a partir de ahora Chile y Espa?a ser¨¢n interlocutores importantes, de confianza, dotados de canales variados de comunicaci¨®n, y que las relaciones de todo orden, econ¨®micas, pol¨ªticas, culturales, podr¨¢n definirse como relaciones privilegiadas. Los espa?oles parecen convencidos de que Chile es un pa¨ªs estable, serio, con una de las estructuras econ¨®micas m¨¢s s¨®lidas y modernas que puede presentar Am¨¦rica Latina. No creo que sea un exceso de optimismo. En una visi¨®n global, con la debida perspectiva, las cifras chilenas, en comparaci¨®n con las del resto de las econom¨ªas latinoamericanas, son m¨¢s que buenas. Lo que pasa es que no tenemos amarrado el destino y una crisis en la regi¨®n cercana podr¨ªa arrastrarnos. En algunos de los encuentros tuve la impresi¨®n de que las autoridades espa?olas hablaban m¨¢s de Argentina que de nosotros mismos. Como si todo, incluso el futuro nuestro, dependiera del ¨¦xito de los planes del ministro Cavallo. Yo, poni¨¦ndome el sombrero de diplom¨¢tico viejo, me dec¨ªa que no debemos aceptar con tanta facilidad esto de que seamos un pa¨ªs tan fr¨¢gil y tan peque?o. Me acordaba de una oportunidad del pasado m¨¢s o menos remoto en que fui edec¨¢n de Joseph Luns, entonces canciller de Holanda, poco despu¨¦s secretario general de la OTAN, durante una visita oficial suya a Chile. Luns, ya fallecido, fue uno de los grandes personajes de la pol¨ªtica europea de los a?os sesenta y setenta. En el momento de la declaraci¨®n final, en cuya redacci¨®n yo tambi¨¦n interven¨ªa, Luns rechaz¨® con gran ¨¦nfasis la expresi¨®n 'pa¨ªses medianos y peque?os'. '?Ni Holanda ni Chile son pa¨ªses peque?os!', afirm¨® en forma tajante. La afirmaci¨®n sonaba entonces como si fuera sostenible, y a lo mejor habr¨ªa que sostenerla o hacer que tambi¨¦n suene como sostenible ahora. Pa¨ªses medianos, si quieren ustedes, y ni siquiera tan medianos. La grandeza de cualquier especie comienza por ser una voluntad. '?Loco, s¨ª, loco, porque quiso una grandeza que la suerte no da...!'. As¨ª comienza un poema de Fernando Pessoa, el gran portugu¨¦s del siglo XX, al rey don Sebasti¨¢n. Es un monarca antiguo que fracas¨® y desapareci¨® en los arenales del norte de ?frica, pero que dej¨® detr¨¢s de s¨ª el sebastianismo, un mito que todav¨ªa dura. Bueno es, no cabe duda, que los presidentes viajen en compa?¨ªa de empresarios y de funcionarios, pero no est¨¢ mal que tambi¨¦n incluyan en su s¨¦quito a fil¨®sofos y a poetas, es decir, a creadores y a sostenedores de mitos. Que haya un poco de rep¨²blica, un poco de empresa y tambi¨¦n alguna dosis de locura. Y que los directores de protocolo sufran, ya que est¨¢n para eso.
A m¨ª me pareci¨® interesante, curiosamente nuevo, observar por dentro una visita oficial en que las dos partes se comunicaban en la misma lengua. Era posible alterar el di¨¢logo protocolar, con todas sus rigideces, por medio de un matiz, una vacilaci¨®n, una salida ingeniosa. No faltaron los chistes y las bromas ocasionales. Comimos chocolate con churros en el Ayuntamiento, a media ma?ana, no lejos de una estatua de don Alonso de Ercilla, el m¨¢s chileno de los espa?oles, el primero de la serie de los vascos chilenizados, y alguien me cont¨® que en el Pinpilinpausha de Santiago, entre las cinco y las siete de la tarde, se come el mejor chocolate con churros de toda la hispanidad. No es mucho, dir¨¢ un funcionario sesudo, un recalcitrante soci¨®logo, y le replicar¨¦ que no es poco. De acuerdo con mi experiencia pasada, lo esencial de la diplomacia consiste en saber combinar los detalles, los aspectos en apariencia menores, con las cosas importantes. Preparar una buena agenda de trabajo, pero que tambi¨¦n haya un buen caf¨¦ y que los tel¨¦fonos celulares, el mal necesario de nuestros d¨ªas, no molesten.
En la reciente visita oficial, creo que la combinaci¨®n de los detalles con los grandes asuntos de Estado funcion¨® bien. No lo digo porque me hayan invitado. Yo trabajaba en un ensayo sobre Machado de Assis, con toda tranquilidad, sumergido en lecturas, en un estudio en penumbra que es una isla en el centro de la can¨ªcula madrile?a, cuando me llamaron a incorporarme a esta comitiva. No me impresiona demasiado correr a la zaga de los jefazos pol¨ªticos, con la lengua afuera. Pero la experiencia me divirti¨® y me ense?¨® una que otra cosa. La actitud chilena es casi siempre asombrada, provinciana, ingenua, pero tiene una campechan¨ªa, un desplante natural, que son capaces de caer bien en todas partes. Nuestro actual presidente improvisa con tranquilidad, con buen dominio de los temas, con momentos de humor, sin excederse. Me pareci¨® que los discursos de una y otra parte, cuando practicaban el g¨¦nero de lo que se podr¨ªa llamar 'generalizaci¨®n hist¨®rica optimista', empezando hace quinientos a?os y trazando toda suerte de cuadros id¨ªlicos, incurr¨ªan en la falsificaci¨®n, en la cursiler¨ªa y en la lata. Alonso de Ercilla escribi¨® porque fue condenado a muerte por don Garc¨ªa Hurtado de Mendoza y consigui¨® salvar el pellejo. La flota espa?ola, al mando del famoso almirante M¨¦ndez N¨²?ez, bombarde¨® Valpara¨ªso en 1866. Inventar idilios remotos para llenar p¨¢ginas de prosa oficial es una perfecta tonter¨ªa. Ya hemos visto que los redactores de c¨¢mara, con motivo de la entrega del ¨²ltimo Premio Cervantes, le hicieron pasar un mal rato al Rey. Una de mis conclusiones fue la siguiente: si se quiere practicar una diplomacia verdaderamente moderna, hay que descartar toda esa hojarasca.
A pesar de algunos baches de ese estilo, la visita de Ricardo Lagos a Espa?a fue una visita del siglo XXI y tuvo ¨¦xito. Qued¨® la impresi¨®n de que Chile es un pa¨ªs organizado, que goza de un Estado de derecho, en el cual se puede confiar y con el cual se puede trabajar en com¨²n. No se olvid¨®, enseguida, que Chile es y ha sido en sus buenos momentos un pa¨ªs de cultura: el de Huidobro, Gabriela Mistral y Neruda, el de Jos¨¦ Donoso y Matta, pero tambi¨¦n el de Andr¨¦s Bello, quien supo unir, como dijo el presidente de la Generalitat de Catalu?a, el concepto de libertad con el de norma jur¨ªdica. No es mucho, vuelve a insistir alguien, y vuelvo a replicar que no es poco. Las rep¨²blicas latinoamericanas naufragaron en las libertades an¨¢rquicas y terminaron por recurrir a los caudillos b¨¢rbaros. Nosotros, con Portales, Bello y algunos otros, nos salvamos. Gabriela Mistral, gran olvidada, fue recordada justamente en Catalu?a y debido a su deliberada conexi¨®n con un meridional ilustre, Fr¨¦d¨¦ric Mistral. Y los empresarios, chicos, medianos y grandes, tuvieron m¨¢s de trescientas entrevistas de negocios. No es, despu¨¦s de todo, un balance tan pobre.
Jorge Edwards es escritor chileno.
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