Tiempo de amar, tiempo de vivir
De las muchas maneras literarias con que se viste la estaci¨®n del amor, al comp¨¢s de la sangre encendida, no es nada desde?able la que cada a?o, entre las flores de abril y la granaz¨®n de junio, permite incorporarse a los j¨®venes enamorados. Y entre ¨¦stos, los que sienten la repentina turbaci¨®n por las lindes de la ni?ez. Un acontecimiento bastante m¨¢s temprano de lo que los mayores tendemos a admitir -acaso porque no queremos recordar cu¨¢ndo nos brinc¨® por vez primera-, pero que llena p¨¢ginas y p¨¢ginas de cuadernos escolares, en tr¨¦mulos versos. Cualquiera que est¨¦ en contacto con trecea?eras -pues tr¨¢tase sobre todo de una afici¨®n femenina- habr¨¢ visto circular entre ellas esa especie de literatura clandestina de los rubores iniciales, copi¨¢ndose unas de otras coplillas y m¨¢s coplillas, como si de un noviciado amoroso se tratara. Y ni los ex¨¢menes pueden contener tan desbordante marea.
El gran antrop¨®logo brit¨¢nico Jack Goody (que nos disert¨® la semana pasada, en un congreso celebrado en Guadalajara, sobre el apasionante conflicto entre oralidad y escritura) ha dedicado importantes p¨¢ginas a la relaci¨®n entre la cultura escrita y el concepto del amor. Se enredan ¨¦stos de tal modo -como la zarzamora con su vallao- que lo uno ya es inseparable de lo otro, y hasta cabe la sospecha de que, sin esa literatura que moldea las nociones elementales del coraz¨®n, las emociones mismas no podr¨ªan germinar, o desarrollarse al menos. Un asunto m¨¢s importante de lo que parece. Desde luego, la idea de la fatalidad del amor y la de los celos, esenciales en la cultura occidental, no prender¨ªan siquiera.
Letrillas de enamorados solemos llamar a esos caudalosos r¨ªos de octos¨ªlabos en asonante, que tienden a cubrir toda la panoplia de los sentimientos, pero principalmente a transmitir las claves fundamentales de una cultura. En punto a aquella fatalidad complacida, la del t¨®pico flechazo, los ejemplos son innumerables y se repiten en las recopilaciones hasta la saciedad: 'Si tus brazos fueran c¨¢rceles / y tus manos dos cadenas / qu¨¦ bonito calabozo / para cumplir mi condena'. 'La naranja naci¨® verde / y el tiempo la madur¨®. / Mi coraz¨®n naci¨® libre / y el tuyo la cautiv¨®'. 'El amor es cuesta arriba / y el olvidar cuesta abajo. / Yo prefiero enamorarme / aunque me cueste trabajo'. 'Te quiero m¨¢s que a mi madre, / no s¨¦ si estar¨¦ pecando. / Ella me ha dado la vida, / y t¨² me la est¨¢s quitando'. 'El amor lo invent¨® un ¨¢ngel / con los ojitos cerraos. / Por eso estar¨¢n tan ciegos / to¨ªtos los enamoraos'. 'Si quieres que yo te olvide / pinta un pino en la pared. / Y el d¨ªa que eche pi?as, / ¨¦se te olvidar¨¦'.
Los celos ocupan el siguiente rengl¨®n: 'De qu¨¦ me sirve llorar / y dar vueltas como un loco, / si yo me muero por ella / y ella se muere por otro'. 'Cuando vayas a la iglesia, / ¨¦chate un velo a la cara. / Que los santos, con ser santos, / de los altares se bajan'. 'La perdiz en el arroyo, / los mirlos en el zorzal. / Mi coraz¨®n en el tuyo, / el tuyo... no s¨¦ con cu¨¢l'. Pero los tiempos cambian, y la nueva cultura se incorpora a esta tradici¨®n: 'Si yo tuviera dinero / como tengo voluntad, / alquilar¨ªa a Superm¨¢n / para irte a visitar'. Y el desparpajo burlesco, muy abundante tambi¨¦n: 'Si yo fuera Superm¨¢n / te llevar¨ªa volando, / pero como no lo soy, / te j... y vas andando'. 'Si algo tienes con mi hija, / no la beses en el balc¨®n. / Que aunque el amor es ciego, / las vecinitas no'. 'Si un rubio te pide un beso / y un moreno el coraz¨®n, / no rechaces al moreno / por ese rubio abus¨®n'. 'As¨®mate a la ventana / y echa medio cuerpo fuera. / Echa aluego el otro medio, / ver¨¢s que jardazo pegas'.
Juegos de palabras y trabalenguas se sumar¨¢n a este repertorio inacabable, como en ¨¦sta, que bien podr¨ªa haber inspirado a Abel Mart¨ªn: 'Si porque te quiera quieres / quieres que te quiera m¨¢s, / te quiero m¨¢s que me quieres, / ?qu¨¦ m¨¢s quieres, quieres m¨¢s?'.
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