El cronista de una desgarradura profunda
En Too long in exile, el ¨¢lbum que Van Morrison public¨® en 1993, John Lee Hooker intervino en un par de canciones. Basta escucharlas para comprender con una transparencia total la estatura art¨ªstica de un m¨²sico que supo expresar como nadie lo que significa, lo que es el blues.
Hay que tener en cuenta que Van Morrison es mucho Van Morrison: tiene ese vozarr¨®n brutal capaz de tumbar un muro, el car¨¢cter d¨ªscolo de los artistas m¨¢s radicales, una furia interior que le llega de sus m¨¢s remotos or¨ªgenes irlandeses y, en fin, lleva un largo historial de temas que han sabido contar buena parte del dolor que es capaz de soportar el mundo.
Pues bien, hay en ese disco una canci¨®n, Wasted years, que permite calibrar la intensidad de John Lee Hooker. Va desga?it¨¢ndose en ella la voz de Van Morrison, va diciendo del tremendo absurdo de todos esos a?os perdidos, cuenta que se tuercen las cosas, que ah¨ª a la vuelta de la esquina est¨¢ el final de todo. Transmite la ca¨ªda en picado de todo mortal hacia ninguna parte. Y John Lee Hooker se limita a asentir.
No hace otra cosa. S¨®lo dice que s¨ª, que s¨ª, que efectivamente, a todo cuanto Van Morrison desgrana desde su garganta rota. Murmura, suspira. No se le oye m¨¢s, pero con s¨®lo abrir la boca John Lee Hooker llena la canci¨®n con todo el sufrimiento de su gente, de su historia. Van Morrison es mucho Van Morrison, pero en Wasted years no deja de ser un colegial refunfu?¨®n al lado de su maestro, un jovenzuelo que se afana en hacer la cr¨®nica de las heridas del mundo al lado de un caballero al que le sobra para expresar la desolaci¨®n m¨¢s ¨ªntima y profunda con s¨®lo decir 'yeah, yeah, yeah'.
Esa tremenda altura de un hombre por el que corre la sangre de una raza que las ha pasado verdadaramente putas. Tuvo John Lee Hooker, adem¨¢s, la elegancia y el orgullo del hombre negro que mira el mundo con la fiereza de una dignidad intachable, que sin embargo no ha dejado de ser pisoteada. Tambi¨¦n en la primera pel¨ªcula de los Blues Brothers, su min¨²scula aparici¨®n tiene la consistencia de un cataclismo. Se limita a estar donde acaso han estado siempre los m¨²sicos de blues, en la calle. Su rostro surcado de arrugas, la negrura de su piel, sus ojos vidriosos que tienen un brillo que parpadea desde la oscuridad de una cueva. Y entre tanto alboroto en el que se van sumergiendo los Blues Brothers, el punto de referencia de su voz y su guitarra, la desgarradura, para poner las cosas en su sitio.
Hay una foto de Anton Corbijn. Se titula simplemente John Lee Hooker, y muestra una mano negra. La que utiliz¨® el m¨²sico para dar cuenta con una guitarra de la infinita variedad de la tristeza y el dolor.
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