Globalizaci¨®n
Los movimientos antiglobalizaci¨®n llevan algunos a?os haciendo la pascua al Fondo Monetario Internacional, a la Uni¨®n Europea y a toda reuni¨®n de capitostes que uno pueda imaginarse. Es dif¨ªcil concretar qu¨¦ clase de transfondo pol¨ªtico se esconde detr¨¢s de esas protestas (a veces se ven en las manifestaciones banderas anarquistas y uno dice: 'Eso es de tiempos de mi abuela, que siempre hablaba de la guerra y de la CNT'), pero de todos modos est¨¢ claro que existe una resistencia social al imparable proceso de internacionalizaci¨®n de la econom¨ªa.
Son iron¨ªas de la historia: si Marx augur¨® un proletariado internacionalista, su profec¨ªa ha supuesto un rotundo fracaso. Puestos a internacionalizarse, nada m¨¢s transfronterizo que el dinero. Los grandes ejecutivos s¨ª que son internacionalistas y no las masas que, en general, tienen menor educaci¨®n y son por ello monoling¨¹es. Resulta casi divertido asomarse a estas volteretas de la historia. Algunas lumbreras dictaminaban que el nacionalismo era el refugio natural de la burgues¨ªa. Pero lo cierto es que la aut¨¦ntica burgues¨ªa, que es la gorda, hace tiempo ha dinamitado las fronteras.
El dinero nunca ha tenido patria, pero el capitalismo ha descubierto que sus propietarios tampoco. Esta realidad ha tardado mucho en entrar en las corrientes de pensamiento al uso. En tanto en cuanto se incremente el patrimonio personal, las fronteras se van desvaneciendo y el mundo hace algo as¨ª como ensancharse.
Yo no me siento demasiado globalizado, pero tengo un amigo con una notable hacienda personal. Mi amigo no tiene nada de nacionalista; no tiene nada de pueblo. Mi amigo toma aviones con la misma naturalidad con la que yo transito por la calle. Cuando en el metro voy leyendo los nombres de barrios bilba¨ªnos, por los ojos de mi amigo pasan los nombres de Sydney, Caracas o Hong Kong. El tipo se maneja bien en tres o cuatro idiomas, y guarda en su memoria el recuerdo de preceptores personales y de colegios suizos dotados de piscinas y campos de tenis. Est¨¢ globalizado hasta las cachas. Su tarjeta de cr¨¦dito s¨ª que es global (es una American) y no la m¨ªa, que es de la caja.
No estoy seguro de que la mejor respuesta al globo sea la antiglobalizaci¨®n. Al menos a efectos personales significar¨ªa andar mal de dinero. Y esto, que es aplicable a los individuos, ocurre tambi¨¦n con los pa¨ªses: Alemania est¨¢ globalizada, pero no el reino de Nepal. Lo cierto es que vamos a ser cada vez m¨¢s globales.
Pero existe otro elemento a favor del movimiento financiero y en contra de las huestes libertarias. Si hay algo en que el capitalismo, como ideolog¨ªa, supera a cualquier otra es en que sus resortes fundamentales se amoldan bien al alma humana. S¨¦ que no es una afirmaci¨®n muy optimista, pero s¨¦ tambi¨¦n que, lamentablemente, es una afirmaci¨®n irrefutable. El capitalismo se basa en nuestro ego¨ªsmo personal, en el at¨¢vico trasegar de intereses individuales, ya sean de dinero, de sexo o de poder. Cuando algo se proh¨ªbe, y si la gente lo demanda, se organiza una econom¨ªa sumergida. Todo se regula econ¨®micamente, por encima de la buena voluntad de algunos seres humanos bienintencionados como yo.
La globalizaci¨®n, abstracto s¨ªmbolo del mundo financiero, de las multinacionales y de la explotaci¨®n del hombre por el hombre, es un futuro ineludible; y tan elemental como constatar que un empleado con un contrato basura trabaja m¨¢s que un funcionario, o que una empresa gestionada con ordenador arruinar¨¢ a una empresa gestionada con polvorientos libracos mercantiles, o que si en todo el planeta s¨®lo quedaran tres bol¨ªgrafos el precio del bol¨ªgrafo se pondr¨ªa por las nubes.
El capitalismo es la transfiguraci¨®n contempor¨¢nea de la at¨¢vica dominaci¨®n del hombre sobre el hombre. Somos ego¨ªstas y el capitalismo, en realidad, nos interpreta. S¨ª, el enemigo se encuentra dentro de nosotros. Claro que eso nos llevar¨ªa a teorizar sobre el pecado original, algo demasiado complejo para esta pobre columna. Y para el columnista. Globalizados a fondo. Con el tiempo. Creo que nunca he lamentado tanto tener raz¨®n en lo que digo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.