Everest
El alpinista acababa de coronar el Everest y en la cima hab¨ªa experimentado una sensaci¨®n de euforia espiritual, pero no de inmortalidad, como ¨¦l cre¨ªa. El Everest ha perdido la soledad, su m¨¢ximo don, que era similar a una m¨ªstica. Sube ya tanta gente a la cumbre del Himalaya que esa proeza se ha vuelto rutinaria y est¨¢ derivando hacia el simple excursionismo. Este alpinista pose¨ªa a¨²n la vieja pasi¨®n por la monta?a. En la escalada desde el ¨²ltimo refugio hasta el techo del mundo se hab¨ªa cruzado con otros compa?eros que sub¨ªan o bajaban por la arista cimera en medio de la ventisca. En la cumbre s¨®lo se permite el tiempo para hacerse una foto de testimonio y extasiarse brevemente en la posesi¨®n salvaje de s¨ª mismo. Hay que dejar sitio para los que llegan. Cumplido este rito el alpinista inici¨® el descenso y 500 metros m¨¢s abajo encontr¨® a otro monta?ero sentado en un bloque de hielo colgado sobre el abismo. Parec¨ªa que estaba all¨ª descansando. Despu¨¦s de saludarlo con un gesto se sent¨® a su lado para protegerse de las r¨¢fagas de viento y al principio ninguno de los dos habl¨®, pero una vez recuperado el aliento, el reci¨¦n llegado inici¨® una charla amigable con aquel desconocido. Le pregunt¨® c¨®mo se llamaba, qu¨¦ nacionalidad ten¨ªa y si hab¨ªa llegado ya a la cima. El otro no le contest¨®, aunque sonre¨ªa. Durante un tiempo le sigui¨® hablando de otras cosas, algunas eran banales, otras m¨¢s ¨ªntimas. Le dijo que hab¨ªa subido al Everest porque le acababa de abandonar una mujer, que fue el amor de su vida y trataba de recuperarla de esta forma. Aquel monta?ero silencioso parec¨ªa escucharle con atenci¨®n mientras los dos contemplaban el resplandeciente glaciar en el fondo del precipicio. Despu¨¦s de haber estado aqu¨ª ?c¨®mo voy a soportar un mundo tan sucio sin ella? -se pregunt¨® en voz alta. Fue entonces, al no recibir respuesta, cuando se dio cuenta de que a su lado aquel hombre estaba muerto. Seg¨²n supo despu¨¦s, llevaba muerto m¨¢s de 30 a?os y permanec¨ªa en esa cota congelado con la mirada fija y la sonrisa intacta. El camino hacia la cumbre del Everest est¨¢ sembrado de cad¨¢veres. Algunos tienen suerte y sus amigos los arrojan al vac¨ªo, otros sirven de mojones en la ascensi¨®n, pero aquel cad¨¢ver sentado era muy viejo; ya hab¨ªa escuchado muchas historias de amor de otros escaladores; estaba all¨ª para demostrar que la inmortalidad nunca se halla en la cumbre sino un poco m¨¢s abajo.
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