Un grande

Es la obra de un solitario, de uno de los pocos creadores artesanales que le van quedando a esa categor¨ªa, el cine de animaci¨®n, tan moldeada hoy por la tecnolog¨ªa punta. Bill Plympton, estadounidense, pol¨ªticamente incorrect¨ªsimo, sarc¨¢stico francotirador habitual de festivales, ha logrado, por fin, aunque con toda la provisionalidad del mundo, llegar hasta nosotros.

Y lo hace con una pel¨ªcula que sonar¨¢ familiar a quien haya visto sus innovadores, impagables cortometrajes, uno de los cuales, por cierto, C¨®mo hacerle el amor a una mujer, se homenajea aqu¨ª ampliamente, pero que dejar¨¢ materialmente perplejo a quien lo desconozca. Es decir, con una pel¨ªcula en la que todo es posible, en la que una animaci¨®n artesanal -lo que, en su caso, no quiere decir otra cosa que personal: la innovaci¨®n est¨¦tica es verdaderamente lo fuerte de nuestro hombre- se abre en insondables simas de sentido, en piruetas que hubieran hecho las delicias de Andr¨¦ Breton y los suyos.

Surrealismo, pues, y del bueno. Y, por tanto, tambi¨¦n palos a lo instituido, desde el matrimonio hasta el ej¨¦rcito, desde el poder de la televisi¨®n hasta los espect¨¢culos one man show degradados por el m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa. El resultado es una pel¨ªcula regocijante, inaudita; una bofetada de aire libre, una bocanada de inspiraci¨®n y un desaf¨ªo constante. Porque, como sus maestros cl¨¢sicos, para Plympton la animaci¨®n no tiene fronteras.