Que ni?os y danzantes se acerquen a m¨ª
Segunda jornada de festival y mismo protagonista. La denodada labor de Wynton Marsalis en pro de difundir su idea del jazz cubre tantos frentes que necesita horas extraordinarias para desarrollarse a plena satisfacci¨®n. Y a Vitoria viene para trabajar a fondo: visto el prolongado inter¨¦s mutuo, no ser¨ªa descabellado que el trompetista abriese una oficina en la ciudad y el Ayuntamiento le dedicase un busto en alguno de sus bonitos parques.
En el ¨¢rea pedag¨®gica, Wynton dedic¨® el ya tradicional concierto para ni?os a descubrir qui¨¦n era Louis Armstrong. En una l¨ªnea similar a la de experiencias anteriores, resalt¨® verbalmente algunas virtudes de aquel gran se?or nacido hace 100 a?os y las ilustr¨® con inmaculados ejemplos musicales al frente de su precisa Lincoln Center Jazz Orchestra. Los infantes vitorianos, que a estas alturas ya deben de considerar a Marsalis su segundo padre, respondieron con entusiasmo variable: a algunos la confianza les anim¨® a tomar los pasillos para mover con buen estilo sus tiernas caderas, mientras a los m¨¢s peque?os les dio licencia para prolongar un poco m¨¢s la siesta. No eran receptores pasivos, porque la m¨²sica so?ada tambi¨¦n llega a la memoria.
Lincoln Center Jazz Orchestra y Wynton Marsalis
Polideportivo de Mendizorrotza. Vitoria. 15 de julio.
Mucho m¨¢s despiertos estuvieron los asistentes al seminario de la Lincoln Center cuando, desde las primeras filas de la pista, tuvieron ocasi¨®n de colaborar con los m¨²sicos del escenario. Finalizado el acto, se pidi¨® al p¨²blico que abandonara lo m¨¢s r¨¢pidamente posible el polideportivo, porque hab¨ªa que retirar sillas y levantar moquetas para la sesi¨®n de noche. En un gesto de humildad que le honra, Marsalis pon¨ªa su lujosa orquesta al servicio exclusivo de los bailarines. La idea era recrear las antiguas dance sessions de la ¨¦poca dorada del swing, cuando hasta el m¨¢s desvencijado granero rural pod¨ªa convertirse en el palacio de los pies felices. Nada de m¨²sica enlatada ni bandas pachangueras: la tentaci¨®n era irresistible y hasta Vitoria llegaron varios autocares de Barcelona, Madrid y otras ciudades, repletos de locos por el baile que quer¨ªan verlo para creerlo.
Ven¨ªan tan mentalizados que no necesitaron precalentamiento; en cuanto sonaron a las primeras notas de King porter stomp se pusieron en marcha y no pararon hasta el final. Los m¨¢s expertos, algunos con atuendos retro (gorras de golfista, tirantes y zapatos de claqu¨¦), demostraron de inmediato que llevan el baile en la sangre a costa de encoger un poco los ¨¢nimos de los que s¨®lo lo tienen en la voluntad. Quienes no se atrevieron a saltar a la pista por inferioridad t¨¦cnica manifiesta pudieron admirar las piruetas de las parejas solistas que hac¨ªan corro a su alrededor, o concentrarse en la estupenda m¨²sica que surg¨ªa del escenario.
Wynton y los suyos tocaron con el mismo rigor que en un concierto normal y sirvieron swing en copa larga y en vaso corto, con y sin guinda, de todos los calibres, velocidades y colores; ritmos afrocubanos de cuando Machito hac¨ªa furor en el Nueva York de los ¨²ltimos a?os cuarenta, cumbia, mambo, boogie woogie e incluso un insinuante blues lento particularmente apto para el strip-tease. La devoci¨®n de Marsalis por Duke Ellington se manifest¨® en Diminuendo and crescendo in blue, incluidos los 27 famosos y tit¨¢nicos chorus de saxo tenor. Walter Blanding Jr., elegido por Wynton para emular la proeza, estuvo voluntarioso, aunque su solo no consigui¨® transportar a otro mundo a ninguna rubia, tal y como el de Paul Gonsalves hab¨ªa logrado en Newport en 1956. Se ve que el trance en Vitoria todav¨ªa no tiene tradici¨®n. Todo se andar¨¢. Cuando la orquesta iba a dar por concluido su compromiso con la danza, un grupo de bailarines le core¨® Night train como ¨²ltima petici¨®n. Wynton, magn¨¢nimo, concedi¨® no sin antes dar la salida a otro tren que si no era del todo nocturno parec¨ªa conducido por Ellington en persona.
Babelia
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