Sopor
Ignoro si el pastue?o deambular por los m¨¢rgenes nocturnos del verano los ha arrojado alguna vez ante una de esas ignotas televisiones locales que emiten en cadena en las que siempre surge una adivina de pechos descomunales, rodeada de objetos entre c¨®micos y m¨¢gicos, que prev¨¦ el porvenir por un tel¨¦fono que comienza por 906. Si no han tenido la oportunidad de contemplar tales programas sin principio ni fin pero que siempre aparecen sol¨ªcitos cuando se pulsa oportunamente el mando a distancia, se est¨¢n perdiendo una experiencia extrema: algo as¨ª como la desolaci¨®n sartreana del vac¨ªo.
Hagan la prueba. Sea cual sea la hora en que reclamen su presencia all¨ª estar¨¢ la bruja, incansable e insomne, moviendo los brazos sobre los naipes como si nadara en un mar en calma chicha mientras conversa desganada con una voz aquejada de interferencias, a la que ella finge mirar a los ojos, como si no existieran testigos interpuestos, y a la que desgrana peque?os infortunios y sus correspondientes paliativos.
He dicho bruja, pero adem¨¢s de brujas, por encima del n¨²mero telef¨®nico, en otras ocasiones aparece una mujer medio desnuda que se roza los pechos o la entrepierna con el auricular de un tel¨¦fono anticuado y negro y que abre la boca como si fuera asm¨¢tica o bostezara. Los protagonistas de estas televisiones parece que surgieran de una dimensi¨®n en la que la realidad ha sido abolida, de un angosto y caluroso estudio donde reside la abulia del verano y desde donde se esparce por playas y ciudades.
En mi televisi¨®n soy capaz de sintonizar tres o cuatro de estas emisiones que inculcan continuas lecciones de tedio. Sabemos que las televisiones p¨²blicas han sido concebidas para mostrar la ordinariez y obtener r¨¦ditos pol¨ªticos mediante manipulaciones sutiles de los mensajes. Podemos o no estar de acuerdo, pero su meta es esa: un pu?ado de concursos que suscitan la atenci¨®n de un espectador de escasos reparos y telediarios donde insensiblemente los realizadores forjan o refuerzan la mitolog¨ªa de los presidentes y consejeros de las comunidades aut¨®nomas.
Pero ?y esas remotas televisiones locales que dan trabajo a adivinas y mujeres que aparentan gozar con el contacto del cable ondulado de un tel¨¦fono? ?Cu¨¢l es su herm¨¦tico fin?
Pues bien, seg¨²n dijo ayer en Almu?¨¦car la portavoz del Gobierno andaluz, Montserrat Bad¨ªa, la Junta tiene retenidas m¨¢s de 4.000 solicitudes para crear otras tantas televisiones locales. S¨®lo en Granada se han contabilizado 533 peticiones. Bad¨ªa, que pidi¨® una ley que regule la concesi¨®n de licencias, declar¨® que la comunicaci¨®n global 'es universal, mejora las condiciones de vida de la sociedad y presta un servicio general'.
Te¨®ricamente estoy de acuerdo con Bad¨ªa, pero no puedo evitar sobrecogerme si pienso que, a¨²n descontando unas pocas de cierta calidad, hay 533 empresas, con sus correspondientes adivinas lun¨¢ticas y follactrices telef¨®nicas, rondando impacientes como almas en vilo por la carcasa de mi televisor.
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