Internet
En alguna ocasi¨®n, un amigo me habl¨® del misterioso n¨²mero Kevin, no menos cabal¨ªstico que un secreto alqu¨ªmico o los evangelios rosacruces. Seg¨²n me coment¨®, no s¨¦ si abusando de mi amor por la literatura fant¨¢stica, alguien hab¨ªa dado ese nombre al n¨²mero de links que es necesario establecer entre dos puntos de Internet para vincular un nombre con otro, una persona con una ciudad, una raza canina con el t¨ªtulo de un libro, una marca de ropa y la nomenclatura bot¨¢nica de la rosa. Hablando en rom¨¢n paladino: se trata de calcular la cantidad de p¨¢ginas web que es preciso visitar para encontrar el objeto que buscamos, sea cual sea, desde otro que en principio no tiene nada que ver con ¨¦l. Por ejemplo, ?cu¨¢l ser¨ªa el n¨²mero Kevin para Sara Montiel y el estado de Montana? Tan s¨®lo dos: porque Sara trabaj¨® con Gary Cooper en alguna pel¨ªcula, y el actor proced¨ªa de dicho estado. As¨ª, de v¨ªnculo en v¨ªnculo, se puede determinar qu¨¦ liga a cada cosa con las dem¨¢s dentro de este ovillo enroscado que es el universo. Lo realmente pavoroso del cuento de mi amigo es lo que afirm¨® al final, y que estuvimos luego comprobando pacientemente con la esperanza de desmentirlo (sin resultado): como si me escupiera un axioma de F¨ªsica, revel¨® que no exist¨ªa ning¨²n n¨²mero Kevin superior a cinco. Y, en efecto, pronto advertimos que las conexiones m¨¢s inveros¨ªmiles resultaban posibles, y aun reales; durante un cuarto de hora, delante de nuestra at¨®nita inteligencia, celebraron matrimonios Charles Chaplin y la jardiner¨ªa japonesa, los romanos y el ferrocarril. En una especie de embriaguez metaf¨ªsica, entend¨ª lo que Internet hab¨ªa logrado: resucitar la vieja idea del hay de todo en todo, demostrar a Anax¨¢goras, a los fil¨®sofos renacentistas y rom¨¢nticos, dibujar los hilos de ara?a que conectan a cada ser con el resto y repetirnos que todos formamos parte de una gran cadena que conecta los piojos con las supernovas.
A pocas personas se encontrar¨¢ menos entusiastas y formadas en ordenadores que a m¨ª, pero este descubrimiento me despert¨® el entusiasmo: la at¨¢vica esperanza de la enciclopedia universal se hac¨ªa por fin posible, un hipot¨¦tico individuo que viviese mil a?os podr¨ªa estar brincando de palabra en palabra hasta recorrer el entero orbe del lenguaje y las cosas. Cada entrada remit¨ªa a las dem¨¢s sin posibilidad de un cese, como si abri¨¦semos un juego interminable de mu?ecas rusas, como un jard¨ªn lleno de rosas donde cada rosa contiene otro jard¨ªn lleno de rosas. Siempre, claro est¨¢, que todas las cosas se hallasen incluidas en la red; pero, me dec¨ªa yo, ?qu¨¦ objeto queda ya fuera de Internet, hoy que hasta los garajes de barrio se anuncian en los peri¨®dicos digitales? No hab¨ªa le¨ªdo todav¨ªa, claro, que Sevilla es una de las seis capitales de provincia que todav¨ªa no cuenta con p¨¢gina propia en la web. Me result¨® algo tercermundista que un noruego no pudiese consultar desde su casa el n¨²mero de habitantes de nuestra ciudad, los transportes con los que cuenta o cu¨¢les son sus principales monumentos; pero sobre todo me irrit¨® que el Ayuntamiento vapulease mi ilusi¨®n de la enciclopedia, que redujese Sevilla a un municipio fantasma que s¨®lo existe en las tres dimensiones de la materia.
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