El ¨²ltimo cupl¨¦ del Bardotirador
El oficio de cr¨ªtico literario comporta como sabemos algunos riesgos: los de atizar rivalidades, granjearse enemigos, crear fratr¨ªas, concitar odios irracionales, hacer el rid¨ªculo. Pero raras veces las reacciones viscerales del autor criticado se traducen en agresiones f¨ªsicas: los bofetones, ri?as y pu?etazos no son pan de todos los d¨ªas.
Por eso, lo acaecido en Sarajevo en el mayo cruel de 1992 ejemplariza lo que los marxistas-leninistas de mi generaci¨®n denominaban 'salto cualitativo'. El moderno edificio en el que habitaba un conocido cr¨ªtico sarajevita, situado enfrente de las monta?as en las que se atrincheraban los sitiadores, se convirti¨® en el blanco predilecto de los disparos de su artiller¨ªa. Seg¨²n verificaron sus moradores, la sa?a de los ultranacionalistas serbios se centraba en uno de los pisos (?no s¨¦ si ser¨ªa el 13!), cuyo inquilino, al percatarse de ello, sali¨® de estamp¨ªa. ?Qu¨¦ crimen abominable justificaba aquella sucesi¨®n de salvas de honor, no ya de p¨®lvora sino de obuses y morteradas? Un simple comentario burl¨®n sobre el poemario perpetrado por un oscuro siquiatra de origen montenegrino catapultado desde hac¨ªa unas semanas a las alturas del liderazgo indiscutible de los artilleros: el que pronto ser¨ªa el infamemente famoso Shakesnipear, el Bardotirador, el limpia ¨¦tnico (as¨ª lo llamaban los miembros de la tertulia pol¨ªglota de la novela El sitio de los sitios).
El rencor acumulado por el poeta-siquiatra, objeto de justificado menosprecio por la intelectualidad sarajevita en los a?os que precedieron a la implosi¨®n de la Federaci¨®n yugoeslava, no ten¨ªa l¨ªmites. Durante cuarenta meses someti¨® a la ciudad odiada a un asedio medieval pero con armas modernas. El estampido de los obuses y los disparos de los francotiradores saludaban a sus habitantes desde el amanecer hasta bien entrada la noche. Los honores que llovieron sobre ¨¦l desde el comienzo de su campa?a de purificaci¨®n ¨¦tnica ('hijo de Jesucristo', proclamado por la Iglesia serbia, o 'hijo predilecto' de la griega) no amortiguaron su encono. Ni siquiera la recepci¨®n del Gran Premio de Poes¨ªa de Montenegro. El bardo-siquiatra no se conced¨ªa un d¨ªa de tregua. Desde la cima de los montes que rodean la capital bosnia, dispuso y ejecut¨® el incendio de su biblioteca. El memoricida opinaba -cito sus palabras- que 'la historia, si no es nuestra, no debe existir'. La de Sarajevo era un compendio de las vicisitudes de la ciudad a lo largo de los siglos: un crisol de las culturas otomana, austro-h¨²ngara, serbia, croata, jud¨ªa. Los descendientes de quienes fueron expulsados de Espa?a atesoraban amorosamente en ella sus viejos romances ladinos. La ciudad, habitada mayoritariamente por bosnios musulmanes, abrigaba tambi¨¦n en su seno a decenas de millares de serbios ortodoxos, de croatas cat¨®licos y a un millar y pico de hebreos askenazis y sefard¨ªes. Un conjunto, en suma, cosmopolita y abigarrado, en los ant¨ªpodas de la pureza racial, religiosa, cultural y ling¨¹¨ªstica predicada en los Balcanes por los ultranacionalistas de todos los pelajes. El horror del Bardotirador a los mestizajes y cruces era el de un capo o inquisidor nazi: sus compatriotas musulmanes -eslavos convertidos tard¨ªamente al islam durante el dominio otomano- fueron arrojados de golpe a las tinieblas exteriores de la 'raza', pasaron a ser simple y llanamente turcos. La historia daba un gigantesco salto atr¨¢s de siete siglos: a un escenario simb¨®lico que, como dijo el l¨²cido ensayista serbio Iv¨¢n Colovic, 'evoca y recrea un conjunto de personajes, sucesos y lugares m¨ªticos con miras a crear un espacio-tiempo igualmente m¨ªtico en el que los antepasados y contempor¨¢neos, los muertos y los vivos, dirigidos por los jefes y h¨¦roes, participan en un acontecimiento primordial y fundador: la muerte y resurrecci¨®n de la patria'.
Quienes fuimos testigos de tanta infamia no podremos olvidar nunca las im¨¢genes de esa inmensa ratonera en la que se transform¨® la ciudad por obra del poeta-siquiatra y los suyos. Los disparos de los francotiradores apuntaban indistintamente a hombres, mujeres y ni?os: su objetivo era desmoralizar a los asediados y forzarlos a una capitulaci¨®n seguida muy probablemente de una 'limpieza' como la que se llev¨® a cabo en julio de 1995 en el enclave protegido de Srebrenica. Si el Shakesnipear no logr¨® sus fines, no fue por falta de astucia y empe?o. Cont¨® adem¨¢s hasta el ¨²ltimo momento con la ayuda inapreciable de los mandos y oficiales de Unprofor, desde el canadiense McKenzie al tristemente c¨¦lebre general Janvier.
La lista de colusiones entre el Bardotirador y los militares franceses, con la complicidad activa de Mitterrand, ser¨ªa tan larga como la de las conquistas de don Giovanni recitada por Leporello a la desdichada do?a Elvira en la famosa escena burlesca de la ¨®pera de Mozart. Espigar¨¦ ahora en mi memoria: el asesinato del vicepresidente bosnio por los militares serbios -cuya 'profesionalidad' ensalzaba siempre el general Morillon- en el trayecto del aeropuerto al edificio de Correos que marcaba la frontera entre asediadores y asediados, todo ello en presencia de la escolta encargada de custodiarlo (el coronel Sartre (!), que asisti¨® sin inmutarse a los hechos, fue condecorado m¨¢s tarde con la Legi¨®n de Honor); las matanzas en la cola del pan en Vase Maskina y del Mercado Central, fechor¨ªas no s¨®lo desdibujadas por los portavoces de Unprofor sino atribuidas sotto voce a los propios asediados a fin, se susurraba, de atraerse la conmiseraci¨®n de los medios informativos occidentales; para acabar, toda una sarta de ignominias a la que habr¨ªa que agregar el desprecio apenas disimulado a las v¨ªctimas, el floreciente mercado negro con las partidas de alimentos y conservas de la Uni¨®n Europea, la venta del viaje en tanqueta hasta el aeropuerto a quienes pod¨ªan pagar el precio, y un largo etc¨¦tera.
Durante cuarenta meses, el poeta-siquiatra goz¨® de la gloria medi¨¢tica y una consideraci¨®n internacional digna de un jefe de Estado. Era y es un fabulador nato: la Sherezade, escrib¨ª una vez, de las Mil y Una Noches del cerco. Si el art¨ªfice de la 'purificaci¨®n ¨¦tnica' encarnaba a la perfecci¨®n el papel de ¨¦sta, el del sult¨¢n correspond¨ªa a la comunidad de naciones a trav¨¦s del Consejo de Seguridad de la ONU, OTAN, Unprofor y los mediadores cuidadosos de preservar el exquisito equilibrio entre las 'dos partes en conflicto'. Para distraer la atenci¨®n de cuanto ocurr¨ªa en el terreno, elSherezade de Pale deb¨ªa inventar a diario un cuento: promesas de alto el fuego, planes de paz, liberaci¨®n de rehenes, abrazos teatrales, gestos ef¨ªmeros de buena voluntad... Lo importante era hablar, disfrazar el silencio que cubr¨ªa como un manto las fosas comunes y el cuerpo acusador de las v¨ªctimas. Los negociadores de turno cre¨ªan o fing¨ªan creer sus palabras, seducidos por las mil historietas y caras del Bardotirador. Poco importaba que las patra?as fueran desmentidas por los hechos. La f¨¢bula prosegu¨ªa, como el cuento de nunca acabar.
Hoy, cuando ha ca¨ªdo el tel¨®n de la farsa y el principal responsable de la destrucci¨®n de Yugoeslavia se sienta en el banquillo de los acusados junto a algunos de los croatas culpables del urbicidio de M¨®star la opini¨®n internacional debe exigir el esclarecimiento de las responsabilidades en el curso del mayor genocidio llevado a cabo en Europa despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial. El histri¨®n de las mil y una caras, oculto, seg¨²n me informan desde Sarajevo, en la red de monasterios ortodoxos de las monta?as de Bosnia, Serbia y Montenegro, disfruta a¨²n, tonsurado y con su nuevo disfraz de monje, del asilo sagrado de quienes, como en la Espa?a de 1936, bendec¨ªan las matanzas purificadoras con crucifijos y botafumeiros. Es el pen¨²ltimo acto del drama: la impunidad -la suya, la del matarife Mladic y de los dem¨¢s criminales invisibles despu¨¦s de los acuerdos de Dayton- va a concluir de una vez. El Shakesnipear podr¨¢ desempe?ar al fin el papel que le corresponde en el teatro de sangre, dolor y l¨¢grimas que escenific¨® en medio del aplauso de sus sicarios y la aprobaci¨®n t¨¢cita de polic¨ªas y mandos militares insensibles al horror de sus fechor¨ªas.
Juan Goytisolo es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.