EL ?LTIMO TRAYECTO DE Horacio Dos
Resumen. Por fin, Horacio se encuentra con la se?orita Cuerda en su habitaci¨®n y, tras un breve di¨¢logo, se abalanza sobre ella y consigue conocerla de un modo m¨¢s ¨ªntimo. Despu¨¦s del encuentro amoroso se queda dormido, y al despertar comprueba que ella se ha marchado. Sale en su b¨²squeda y, cuando la encuentra, la conduce a la d¨¢rsena con intenci¨®n de entreg¨¢rsela a los estibadores a cambio de las provisiones.
10 Domingo 9 de junio (continuaci¨®n)
Cuando entr¨¦ en la d¨¢rsena llevando a rastras a la se?orita Cuerda, los estibadores que cargaban las mercader¨ªas en un antiguo carromato de superficie a ventosas magn¨¦ticas interrumpieron por unos instantes su esforzada tarea y prorrumpieron en gritos, silbidos y otros gestos similares expresivos de su ruda y primordial satisfacci¨®n, hasta que los sac¨® de su alborozado ensimismamiento el restallar de un l¨¢tigo y una voz imperiosa que a trav¨¦s de un meg¨¢fono exclamaba: '?A trabajar, bergantes!'.
El aspecto externo y la actitud de aquellos individuos me hicieron pensar que tal vez los temores de la se?orita Cuerda no carecieran de fundamento. Sin embargo, y a falta de una idea mejor o, simplemente, de una idea, seguimos avanzando hasta llegar al carromato.
Mientras prosegu¨ªa la operaci¨®n de carga del carromato sin m¨¢s interrupciones, el doctor Agustinopoulos, que hab¨ªa acabado el trabajo de seleccionar las medicinas necesarias y otros productos qu¨ªmicos destinados a sus fines particulares y supervisado su embalaje y colocaci¨®n en el interior del carromato, vino a mi encuentro y manifest¨® en voz baja que la intenci¨®n de aquella caterva de hombrones tan macizos le daba mala espina y que la situaci¨®n distaba de ser clara. Me abstuve de responder y le indiqu¨¦, con un adem¨¢n discreto pero imperioso, que aplazase sus juicios para mejor ocasi¨®n.
Al cabo de un rato concluyeron los estibadores la operaci¨®n de carga de las mercader¨ªas en el carromato y volvi¨® a o¨ªrse la voz que mediante un meg¨¢fono les hab¨ªa increpado antes, ordenando ahora que fueran abiertas las compuertas que comunicaban la d¨¢rsena con el and¨¦n exterior de la Estaci¨®n Espacial donde se encontraba la nave, a fin de proceder a la operaci¨®n de estiba propiamente dicha.
Se abrieron lentamente las compuertas y por esta abertura, y a trav¨¦s de la intensa tolvanera pulverulenta, pudimos ver la nave, con las luces de posici¨®n encendidas y las escotillas abiertas para recibir las mercader¨ªas. Entonces sali¨® del interior del almac¨¦n un individuo vestido con un kimono negro, en cuyos rasgos reconoc¨ª al contralor de la Estaci¨®n Espacial Fermat IV que hab¨ªa acudido a recibirnos a nuestra llegada y a quien entonces hice entrega de la lista de art¨ªculos de primera necesidad. Su presencia en aquel lugar me confirm¨® las suposiciones de Gara?¨®n acerca de la probable complicidad de las autoridades administrativas de la citada Estaci¨®n Espacial en los negocios irregulares que all¨ª se llevaban a cabo con ¨¢nimo de lucro y trueque de personas.
Indiferente a estas conclusiones que, por supuesto, me abstuve de exteriorizar, el contralor vino a mi encuentro y con la m¨¢s meliflua de las sonrisas me mostr¨® el escandallo confeccionado por ¨¦l a partir de la lista de nuestros requerimientos, as¨ª como los albaranes correspondientes a las mercader¨ªas adquiridas y me rog¨® que verificara las partidas, as¨ª como sus precios y aranceles, y que estampase mi firma y sello en los correspondientes casilleros si los encontraba conformes, lo que hice en ejercicio de mis funciones.
Acto seguido, el contralor me arrebat¨® los formularios y dijo que ¨¦l, en ejercicio de las suyas, presentaba denuncia contra m¨ª y contra toda la tripulaci¨®n de la nave por adquisici¨®n de art¨ªculos de contrabando, como se desprend¨ªa de los documentos que yo mismo acababa de firmar y sellar en reconocimiento del citado delito, de todo lo cual informar¨ªa debidamente por v¨ªa oficial a las autoridades interplanetarias competentes. Y a?adi¨® que hasta tanto estas autoridades no hubieran instruido sumario y fallado el caso, se incautaba de las mercader¨ªas objeto de la presente denuncia, as¨ª como del dinero dispuesto para su pago y de la se?orita Cuerda, la cual, seg¨²n dijo haber o¨ªdo, formaba parte de la compraventa, y dispon¨ªa asimismo que tanto yo como los dem¨¢s mandos de la nave, el doctor Agustinopoulos y la totalidad de la tripulaci¨®n fu¨¦ramos encerrados preventivamente en los calabozos de la Estaci¨®n Espacial.
Acto seguido, y vali¨¦ndose nuevamente del meg¨¢fono, dio orden a los estibadores de que devolvieran el carromato al almac¨¦n con objeto de ser precintado como medio de prueba en el juicio y que, preventivamente, fueran cerradas las compuertas de la d¨¢rsena y cortada toda comunicaci¨®n con la nave, a la que se someter¨ªa a asedio de acuerdo con el procedimiento habitual. La situaci¨®n, tal como hab¨ªa insinuado el buen doctor Agustinopoulos, empezaba a complicarse, habiendo alcanzado nueve grados por encima de 'dif¨ªcil' y s¨®lo uno por debajo de 'espeluznante'.
Acto seguido y, sin duda, temiendo de mi parte una reacci¨®n proporcionada a la gravedad de los sucesos y en todo caso heroica, el avieso contralor extrajo de las holgadas mangas de su kimono una pistola con la que me apunt¨® directamente a la casaca. Luego, con la otra mano, me arrebat¨® el cabo de soga cuyo extremo opuesto se encontraba anudado al cuello de la se?orita Cuerda y tir¨® de ella.
Respondi¨® la se?orita Cuerda a este trato infamante diciendo que ella no se dejaba llevar sino por quien ella misma decid¨ªa, conforme a su arbitrio, y exigiendo que la soltara de inmediato, que revocara sus ¨®rdenes concernientes a las mercader¨ªas y a los miembros de la expedici¨®n y que dejara de apuntarme con aquella pistola.
Respondi¨® el avieso contralor a estas palabras con una sonrisa sard¨®nica y libidinosa. Entonces la se?orita Cuerda, que hasta aquel momento hab¨ªa simulado llevar todav¨ªa las manos atadas a la espalda, levant¨® la derecha hacia la cara del contralor, como si quisiera se?alarle con el dedo para afearle su conducta de un modo m¨¢s expresivo, con lo que redobl¨® aqu¨¦l su risa ofensiva. Pero en la mano de la se?orita Cuerda hab¨ªa, adem¨¢s del dedo, una pistola de reducido tama?o, que la se?orita Cuerda dispar¨® con rapidez, frialdad y precisi¨®n, acertando al contralor entre los ojos, con lo que ¨¦ste dej¨® caer su propia pistola y se derrumb¨® con la sonrisa sard¨®nica y libidinosa todav¨ªa pintada en los labios. ?Caramba con la se?orita Cuerda!
Repuestos de su estupor inicial, los estibadores nos rodeaban con aire amenazador, y tal vez nos habr¨ªan agredido si la pistola de la se?orita Cuerda y su probada habilidad y desparpajo no los hubieran mantenido a raya.
Acto seguido tom¨® la se?orita Cuerda el cabo de la soga que el contralor hab¨ªa soltado en su ca¨ªda y me lo devolvi¨®, devolvi¨¦ndome con este acto simb¨®lico la autoridad que me hab¨ªa sido temporalmente arrebatada.
Iba a hacer uso de esta autoridad para pactar con los estibadores una rendici¨®n honrosa, cuando distrajo la atenci¨®n de todos los presentes una fuerte detonaci¨®n procedente del carromato, cuyo conductor, que, siguiendo las instrucciones p¨®stumas, del difunto contralor hab¨ªa empezado a maniobrar para devolver veh¨ªculo y mercanc¨ªas al almac¨¦n, sali¨® despedido de la carlinga en varios pedazos y acompa?ado de un surtidor de sangre y v¨ªsceras.
Antes de que pudi¨¦ramos hacernos cargo de lo sucedido, apareci¨® al volante del carromato Gara?¨®n, en cuyas manos a¨²n humeaba una escopeta de ca?¨®n recortado, de lo que dedujimos que hab¨ªa sido ¨¦l el autor de la detonaci¨®n y el causante del desmembramiento del pobre conductor.
Pens¨¦ que esta vez la situaci¨®n estaba a punto de escap¨¢rseme de las manos.
Por fortuna, el segundo segundo de a bordo y el doctor Agustinopoulos, que estaban a mi lado, me sugirieron a gritos que al amparo de la confusi¨®n reinante corri¨¦ramos hacia el carromato, que Gara?¨®n estaba haciendo girar de nuevo para dirigirlo hacia las compuertas de la d¨¢rsena.
Di mi autorizaci¨®n a esta propuesta y corrimos los tres hacia el carromato, seguidos a corta distancia de la se?orita Cuerda, que amenazaba con su pistola a los estibadores y les dec¨ªa que 'a ver' qui¨¦n era 'el guapo' que se atrev¨ªa a dar un paso al frente. De este modo alcanzamos el carromato sin contratiempo y subimos a ¨¦l sin dificultad, porque debido a su sistema de tracci¨®n a ventosas, se mov¨ªa con lentitud exasperante, sobre todo para quien trata de huir de una encarnizada persecuci¨®n.
Continuar¨¢
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