Belmondo
Me llam¨® a casa Paco Rabal, en Par¨ªs, para despedirse. Se volv¨ªa a Madrid. Le era imposible entenderse con aquel director que inventaba el di¨¢logo a cada toma, en un franc¨¦s muy raro y muy dif¨ªcil. Cuando vi ? bout de souffle comprend¨ª que Godard y Rabal no se entendieran.
Rabal tendr¨ªa mejores directores, y fue siempre, o es, mejor actor que Belmondo; pero aquel medio loco que hablaba en un franc¨¦s de chico de la calle, entrecortado, lleno de ap¨®copes y subrayado de gestos, parec¨ªa que s¨®lo lo pod¨ªa hacer aquel boxeador de nariz rota. La gloria fue de Godard, que se invent¨® la nouvelle vague y una manera distinta de rodar en la calle y de relatar su tiempo: pero sin Belmondo nada hubiera sido igual.
Yo llevaba los suficientes a?os de vida en Par¨ªs, y m¨¢s de intentar la aproximaci¨®n a la enorme cultura de Francia en aquellos a?os, como para saber que estallaba algo, despu¨¦s del cine de Renoir o de Pr¨¦vert, mucho m¨¢s nuevo y vivo que el de Ren¨¦ Clair pero en aquella l¨ªnea de las calles, y los casta?os, y los tejados; pero con las nuevas chicas, las nombrilettes -ellas acababan de descubrir su ombligo y adyacentes: eso s¨ª, nunca con la calidad de las espa?olas liberadas de Franco y s¨²bditas de Juan Carlos-, y lo combinaron con las minifaldas que empezaban a llegar del bazar de Mary Quant.
Entre todo este paisaje corr¨ªa Belmondo hasta perder el aliento ('¨¤ bout de souffle'); y corr¨ªa entre Sartre, Merleau-Ponty, Juliette Greco, lo que quedaba del jazz del Hot Club, Renault en el teatro, Camus como S¨ªsifo y extranjero, y su amante nuestra Mar¨ªa Casares, y nuestra Mar¨ªa Riquelme en los escenarios de las revistas, y nuestra Margueritte Montero cantando viejos cupl¨¦s franceses y espa?oles con lo que hab¨ªa aprendido en la Barraca de Lorca. Y Lacan y Bachelard y todo aquello.
Aprend¨ª de menor a mayor dos grandes momentos de cultura: la Espa?a de las tres generaciones juntas -98, 27, la intermedia: un siglo de oro mejor que el primero- y la Francia que comenzaba a estirarse despu¨¦s del agarrotamiento de la ocupaci¨®n alemana, y de P¨¦tain y de los ajustes de cuentas. No s¨¦ de qu¨¦ sirven, hoy, cuando la nostalgia ya no es lo que era.
Apenas para tener un brote de depresi¨®n cuando alguien me dice que se han llevado a Belmondo al hospital. El chico -casi diez a?os menos que yo- que corr¨ªa por aquellas calles de Par¨ªs, o sea, por entre una cultura que describ¨ªa un futuro posible que fue un posible. Las culturas de hoy no describen el futuro: se quedan en el presente. Debe ser mejor.
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