Dei¨¤, a la sombra de Robert Graves
Cuando se trata de hablar de para¨ªsos, las islas siempre juegan con ventaja. En Mallorca, por ejemplo, la poblaci¨®n de Dei¨¤ ha ejercido desde hace a?os de para¨ªso al alcance de algunas mentes inquietas. A finales del siglo XIX y principios del XX fue el archiduque Luis Salvador de Austria, S'Arxiduc, quien se enamor¨® de esta costa de Tramuntana y quiso instalar en ella su 'reino perdido'. Compr¨® cuantas tierras pudo, restaur¨® viejas casas, conserv¨® olivos centenarios, evit¨® que se talaran bosques, abri¨® caminos en el monte y contribuy¨® decisivamente a que esta costa se mantuviera casi virgen. Fue en octubre de 1929, sin embargo, cuando lleg¨® a Dei¨¤ el hombre que m¨¢s la ha marcado en los ¨²ltimos a?os: el escritor brit¨¢nico Robert Graves. Harto de la acartonada sociedad brit¨¢nica de la d¨¦cada de 1920, Graves entreg¨® a su editor un libro titulado significativamente Adi¨®s a todo esto y decidi¨® poner tierra por medio. Fue la escritora norteamericana Gertrude Stein quien recomend¨® a Graves que se instalara en la isla. 'Mallorca es el para¨ªso', le dijo, 'si puedes soportarlo'.
Cuando Graves lleg¨® a Mallorca se enamor¨® de inmediato de aquel pueblo de pescadores que parec¨ªa vivir al margen del tiempo
Cuando Graves lleg¨® a Mallorca se enamor¨® de inmediato de aquel peque?o pueblo de pescadores que parec¨ªa vivir al margen del tiempo. No ten¨ªa electricidad y sus habitantes eran campesinos y pescadores que aceptaban su destino con fatalismo, pero Graves, formado en las selectas aulas de Oxford, supo ver desde el primer momento en Dei¨¤ esa fuerza mediterr¨¢nea que parece emanar de los mitos griegos. En una carta enviada a finales de 1929 escribi¨®: 'Es estupendo estar aqu¨ª y pensamos quedarnos mucho tiempo. Sol, aceitunas, higos, naranjas, pescado, tranquilidad'.
Dei¨¤ enamor¨® de inmediato a Graves. Y es que Dei¨¤ era -y es, en cierto modo- un pueblo de bel¨¦n camuflado en el paisaje. Casas de piedra arracimadas en una colina en torno a una iglesia escoltada por cipreses, de espaldas al mar y de cara a los mil metros de altura de Es Teix. A su alrededor, en unos campos labrados en terrazas ganadas a la pendiente mediante muros de piedra, se levantan olivos centenarios de troncos retorcidos, naranjos, limoneros, higueras y algarrobos. Un torrente se abre paso por el pueblo como una cicatriz, hasta llegar al mar, donde da origen a una cala en la que faenan unos pocos pescadores. Dei¨¤ era un sue?o, un para¨ªso que todav¨ªa ahora puede intuirse. Algo ha cambiado, sin embargo. De aldea olvidada de pescadores, Dei¨¤ ha pasado a convertirse en un selecto destino tur¨ªstico. Es el mismo mar, el mismo paisaje, el mismo contraste hipnotizador entre el verde de los pinos, el rojo de la tierra y el azul del mar, pero ahora el hotel de lujo de La Residencia ejerce de mascar¨®n de proa para los numerosos turistas que se acercan atra¨ªdos por su fama.
Graves, junto con su compa?era de entonces, Laura Riding, construy¨® una casa en las afueras, se enamor¨® de la vida rural y concibi¨® el sue?o de convertirse en promotor inmobiliario. Quiso construir una urbanizaci¨®n, Lunaland, en los terrenos que rodean la cala y el primer paso fue la carretera que inaugur¨® en 1933. Los terrenos no se vendieron (ahora se los pagar¨ªan al precio que fuese) y Graves tuvo que hipotecarse. Para salir del atolladero escribi¨® Yo, Claudio, una novela que se vendi¨® muy bien y que en la d¨¦cada de 1970, gracias a una serie televisiva, disparar¨ªa la fama de Graves y de Dei¨¤ en todo el mundo. Que en el fondo Graves era mucho m¨¢s poeta que promotor se nota en esta carta que envi¨® en 1934, cuando las lluvias destrozaron su carretera de la cala: 'La bah¨ªa est¨¢ preciosa desde que el temporal se llev¨® la carretera; por lo menos se ha formado una playa llana con el material de la carretera, mejorada con arena'.
Entre 1936 y 1946 las guerras alejaron a Graves del para¨ªso mallorqu¨ªn. Cuando el poeta decidi¨® regresar por fin a Dei¨¤, lo hizo en compa?¨ªa de su nueva esposa, Beryl, y de tres hijos. A partir de 1946, Graves ya apenas se mover¨ªa de Dei¨¤, donde muri¨® en 1985. Todav¨ªa hoy, muchos a?os despu¨¦s de su muerte, son muchos los ingleses que se acercan a Dei¨¤ para asomarse al 'para¨ªso' que fascin¨® al escritor y para depositar unas flores en su sencilla tumba del cementerio del pueblo.
Fue en la d¨¦cada de 1970 cuando el poeta se transform¨® en una especie de faro para muchos j¨®venes. Graves experimentaba con alucin¨®genos, ten¨ªa 'musas' j¨®venes, se interesaba por el misticismo y hab¨ªa escrito su ensayo La diosa blanca. La conexi¨®n hippy no tard¨® en detectarlo y llegaron a Dei¨¤ j¨®venes de todo el mundo. La portada del disco Abraxas, de Santana, con la cala pintada por Mati Klarwein, ilustra muy bien aquellos a?os. Los hippies se alojaban en la torre de Sa Pedrissa, junto a la cala, o dorm¨ªan bajo los olivos, pero no duraron mucho. El mismo Graves acab¨® renegando de ellos y en una carta de 1969 escribe: 'A la basura hippy se le ha dicho que abandone el pueblo'.
Vinieron otros escritores, como Allan Sillitoe y Julio Cort¨¢zar, y tambi¨¦n otros m¨²sicos, como Mike Oldfield y Kevin Ayers, y Dei¨¤ acrecent¨® su fama como 'para¨ªso art¨ªstico'. De todos modos, est¨¢ claro que Dei¨¤ ya no es el 'para¨ªso secreto' que encontr¨® Robert Graves en 1929. En agosto, especialmente, la avalancha tur¨ªstica lo perjudica notoriamente. Y es que ya se sabe que los para¨ªsos no soportan bien la masificaci¨®n. Dei¨¤ ha crecido y el turismo es ahora el que manda. Por La Residencia se pase¨® Lady Di poco antes de su muerte y el turismo millonario sigue avalando una poblaci¨®n que quiz¨¢ se ha sofisticado demasiado. Significativamente, la casa preferida de S'Arxiduc, S'Estaca, es ahora propiedad del actor Michael Douglas. Los tiempos cambian y la nobleza de Hollywood se ha impuesto a la nobleza tradicional. Can Graves, por suerte, sigue siendo de los hijos del poeta. Una cosa, sin embargo, est¨¢ clara: Dei¨¤ ya no es el para¨ªso que fue, pero sigue siendo un 'para¨ªso perdido', uno de esos lugares m¨¢gicos que siempre vale la pena visitar. Y es que uno acaba dando la raz¨®n a Lloren? Villalonga, que sentenci¨® en Bearn: 'En este mundo no hay m¨¢s para¨ªsos que los perdidos'.
![Un pueblo de bel¨¦n, camuflado en el paisaje.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/62FA64LCUPMTLXYL7QDHKGWDMI.jpg?auth=e3a7d99203c966d3958fcc796eff066389413468ac23ec281185db042e09a6d4&width=414)
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