EL LERELE
Lo que yo digo, el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Una vez muerta la novela me decanto por el g¨¦nero memorial¨ªstico. Me encantan los diarios. Pero a m¨ª no me gustan los que ya est¨¢n publicados, d¨®nde est¨¢ el morbo de una cosa que ya est¨¢ en manos de todo el mundo. A m¨ª lo que me gusta, lo digo claramente, es invadir la intimidad. Todas las tardes, a eso de las siete, va mi santo y se pone con su cuaderno de dos rayas a escribir sobre su vida. Es animal de costumbres. Yo tambi¨¦n lo soy: a las ocho, cuando ¨¦l ha dejado las labores intelectuales para dedicarse a las de jardiner¨ªa (es un hombre que, de verdad, no para quieto), y est¨¢ con su manzano, entro a su despacho, abro el caj¨®n donde ¨¦l cree que guarda las cosas privadas (ingenuidad masculina) y me llevo el diario al v¨¢ter. Echo mi pestillo y me lo leo. Hay quien puede pensar que esto es una pr¨¢ctica contra natura (como dir¨ªa Botella), che ch¨¦, un momentito, yo voy con la sinceridad por delante, no soy de esos columnistas que se pasan la vida presumiendo de honestidad, no, yo vengo con mis pecados. Al que le guste, que me lea, y al que no, aire. Nos has jod¨ªo.
No siempre es agradable leer un diario ajeno. Sobre todo si es el de tu santo, porque hay d¨ªas que te pone por las nubes y hay otros que, de verdad, ustedes no saben las cosas que ha podido decir de m¨ª. A veces salgo del v¨¢ter con la moral por los suelos. No soy la primera que tiene esta fea costumbre, la se?ora de Tolstoi le fisgaba a su santo el diario donde ¨¦l se despachaba a gusto, y luego, para vengarse, ella escrib¨ªa otro en el que hac¨ªa lo mismo. As¨ª pasaron la vida. Claro que yo no escribo un diario como la se?ora de Tolstoi, a lo m¨¢s que llego es a escribir esta columna, que me cansa menos dada su evidente superficialidad. El otro d¨ªa estaba sentada en el WC con el diario y va mi santo y llama a la puerta (basta que te metas al servicio para que ande la gente molest¨¢ndote) y me dice, sal que te llama Albaladejo, el director de cine. Y yo pens¨¦, ahora qu¨¦ hago, no voy a salir con el diario bajo el brazo. No s¨¦ si la se?ora de Tolstoi vivir¨ªa alguna vez esta tensi¨®n, pero yo, nervios¨ªsima, met¨ª el diario en la cisterna, lo que se me ocurri¨® a bote pronto. S¨ª, era Albaladejo y me llamaba desde El Lerele, dado que va a rodar una pel¨ªcula con Lolita. Albaladejo sabe que a m¨ª, que alguien me llame desde El Lerele, me provoca una gran emoci¨®n. Para muchos espa?oles ese m¨ªtico lugar es parte de nuestro imaginario cultural. Albaladejo me llamaba para decirme que hab¨ªa le¨ªdo que Valladares quer¨ªa que le borraran de la lista de cumplea?os del peri¨®dico, 'y ya que van a quitarlo, diles que me pongan a m¨ª, que nac¨ª el mismo d¨ªa que ¨¦l, el 20 de agosto'. Me empez¨® a contar c¨®mo era ese Lerele en la ardiente intimidad; en ¨¦stas, viene mi santo y dice que no le funciona la cadena del v¨¢ter (basta que te pongas a hablar por tel¨¦fono para que vengan a molestarte). Le dije, vuelve con tu manzano, yo lo arreglar¨¦. Lo hice: extraje el diario empapado de la cisterna, lo met¨ª cinco minutos en el microondas y qued¨® impecable. Desde que arregl¨¦ el v¨¢ter mi santo me admira. Esa noche me dijo gui?¨¢ndome un ojo: '?Fontanera!'. Lo que vino luego no lo cuento. Ya lo tiene escrito mi santo en el diario. Lo le¨ª ayer.
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