EL ?LTIMO TRAYECTO DE Horacio Dos
Resumen. Horacio y el Duque reciben la visita de la Duquesa, a quien comunican que la expedici¨®n de la nave espacial participar¨¢ en el Festival de las Artes. Ya por la noche, Horacio espera a la se?orita Cuerda en su habitaci¨®n, pero en su lugar aparece el abate Pastrana, que le conmina a recibir la visita de la Duquesa inmediatamente.
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Mi¨¦rcoles 19 de junio (continuaci¨®n)
Situaci¨®n levemente complicada por cuanto estoy esperando a la se?orita Cuerda en mi habitaci¨®n y, precedida del abate, se ha personado en ella la Duquesa, al parecer para hablarme del Festival de las Artes, que se inaugura ma?ana y al que estoy invitado por su esposo, el Duque.
Viendo que la Duquesa, una vez sentada en la piltra, calla y oculta el rostro tras el abanico, la insto a hablar, y ella empieza disculp¨¢ndose por los modales del abate, de quien se ha visto obligada a servirse para concertar este encuentro, porque, pese a su aspereza y zafiedad, es la ¨²nica persona en quien puede confiar sin reservas, a?adiendo acto seguido, y sin que yo la anime a hacerlo, pues s¨®lo deseo acortar la entrevista, que el car¨¢cter del abate se ha ido agriando con el paso del tiempo y los reveses de la vida, pero que en sus a?os mozos era un muchacho risue?o, afable, despierto y muy bien parecido, por el que m¨¢s de una y m¨¢s de dos hab¨ªan perdido la chaveta.
Preguntada si han venido los dos a mi habitaci¨®n a rememorar su respectivas mocedades, responde la Duquesa que en realidad ha venido para informarme de la verdadera situaci¨®n imperante en la Estaci¨®n Espacial, de la que me supone ignorante, pues, seg¨²n cree saber, s¨®lo he hablado de ella con el Duque, que, probablemente, me ha dado una idea inexacta de la realidad.
Respondo que est¨¢ equivocada, pues el Duque me ha honrado con su confianza inform¨¢ndome del catastr¨®fico estado financiero por el que atraviesa la Estaci¨®n y rog¨¢ndome no le diga nada a ella al respecto para no perturbar su precario equilibrio psicol¨®gico. Esta respuesta hace re¨ªr a la Duquesa, que oculta su risa tras el abanico, pero luego su rostro se ensombrece. Acto seguido dice que, tal como ella ha imaginado, yo no estoy al corriente de la verdad.
Instada a aclarar este enigma, dice que lo har¨¢ de inmediato, pues ¨¦ste es el motivo real de haber acudido ella a mi habitaci¨®n sola y de noche, con el consiguiente riesgo de ver comprometida su reputaci¨®n a los ojos de todo el sistema planetario, pero acuciada por la gravedad de los hechos y sus posibles consecuencias. Y se dispone a iniciar esta aclaraci¨®n cuando de repente se abre la puerta de la habitaci¨®n y entra una persona gritando y haciendo exagerados aspavientos.
Jueves 20 de junio
Aclarados del modo m¨¢s sencillo los enredos de anoche y a la espera de que d¨¦ comienzo la ceremonia inaugural del Festival de las Artes, aprovecho la pausa para resumir dichos incidentes y despejar las peque?as confusiones a que pudieran haber dado lugar.
Muy sorprendidos y no poco asustados quedamos la Duquesa y yo al ver sorprendida nuestra entrevista clandestina por la aparici¨®n de una persona que, sin previo aviso, irrump¨ªa en mi habitaci¨®n con vivas muestras de desafuero.
La Duquesa fue la primera en reaccionar, ocultando el rostro tras el abanico para no ser identificada en comprometida situaci¨®n. Yo tard¨¦ un poco m¨¢s, porque al sobresalto inicial se uni¨® la contrariedad de advertir que quien acababa de entrar en mi habitaci¨®n era la se?orita Cuerda, la cual, antes incluso de ser preguntada por la causa de su espanto, dijo haberse tropezado con un monstruo horrible en el corredor, cuando se dirig¨ªa a mi habitaci¨®n en cumplimiento de la cita previamente concertada.
Mientras ella daba esta explicaci¨®n, yo trataba de recuperar la sangre fr¨ªa y el uso de la voz, y dudaba entre acudir en su auxilio o justificar la presencia de otra mujer en la piltra. Para cuando me decid¨ª por la segunda opci¨®n, juzg¨¢ndola m¨¢s importante para el futuro de nuestra incipiente relaci¨®n, ya era tarde. La se?orita Cuerda, pasado el estupor inicial, advirti¨® en ¨¦sta la presencia de una mujer que se cubr¨ªa el rostro con un abanico e, indignada, gir¨® sobre sus talones y abandon¨® la habitaci¨®n con la misma celeridad con que hab¨ªa entrado en ella.
De un brinco gan¨¦ el oscuro corredor, ech¨¦ a correr tras ella y la habr¨ªa atrapado sin problema, pues, aunque soy algo trip¨®n y paticorto, contaba con la ventaja de llevar puestas las botas reglamentarias a tac¨®n de muelles, y ella con la desventaja de un vestuario y calzado muy poco id¨®neos para el deporte, si en aquel preciso instante no hubiera o¨ªdo un rugido a mis espaldas y visto venir sobre m¨ª al abate Pastrana cuchillo en ristre.
Al parecer, el fiel abate se hab¨ªa quedado dormido mientras montaba guardia en el corredor y, al ser despertado bruscamente de su sue?o por los gritos y las carreras, crey¨® que la mujer a la que yo persegu¨ªa era la Duquesa, dio por sentado que yo la hab¨ªa agredido y se lanz¨® en pos del agresor. La ira puso alas a sus pies y estaba a un tris de degollarme cuando retumb¨® un disparo y ces¨® al instante la persecuci¨®n.
Sin dejar de correr, mir¨¦ por encima del hombro y vi el cuerpo del abate despatarrado en el suelo, probablemente muerto, pero no a quien lo hab¨ªa liquidado por la espalda. No ten¨ªa tiempo, sin embargo, de pararme a pensar en estos asuntos de poca monta, porque la se?orita Cuerda ya hab¨ªa llegado a su camarote, entrado en ¨¦l y cerrado la puerta bajo siete llaves.
Fue in¨²til que en el m¨¢s persuasivo de los tonos tratara de explicarle que la presencia de la Duquesa en mi habitaci¨®n no significaba nada para m¨ª, y que a mi lado no deb¨ªa temer a monstruo alguno. Y tampoco sirvi¨® de nada que la amenazara con tomar medidas disciplinarias en cuanto regres¨¢ramos a la nave si no me abr¨ªa.
Convencido al fin de la inutilidad de mis esfuerzos, y recordando que hab¨ªa dejado a la Duquesa sola en mi habitaci¨®n, con la puerta abierta y un monstruo homicida rondando por los corredores, decid¨ª regresar.
Me extra?¨® no encontrar en el camino de vuelta el cuerpo exang¨¹e del abate donde yo lo hab¨ªa visto desmoronarse, pero no di mayor importancia al hecho. Tampoco me extra?¨® encontrar la habitaci¨®n vac¨ªa. Supuse que la Duquesa, al o¨ªr los gritos, las carreras y el disparo, hab¨ªa decidido dar por concluida la velada y regresado a sus aposentos.
Y de este modo se resolvieron los incidentes de esta movida noche.
Esta ma?ana, a la hora del desayuno, cuando he acudido al refectorio despu¨¦s de un sue?o reparador, he advertido la ausencia del abate, as¨ª como de la Duquesa. No me ha sorprendido en el caso de esta ¨²ltima, pues los sucesos de anoche sin duda la han dejado agotada, y menos a¨²n en el caso del abate, si verdaderamente el disparo que anoche o¨ª en el corredor a mis espaldas le alcanz¨® de lleno.
S¨ª me he cruzado en cambio con la se?orita Cuerda. A mis miradas de dolido reproche ha respondido distra¨ªdamente, como si un hecho trivial distrajera su atenci¨®n en aquel preciso momento. En esta frialdad fingida he cre¨ªdo leer una emoci¨®n intensa por su parte, pero he preferido respetar su silencio y esperar una ocasi¨®n m¨¢s propicia para aclarar los sucesos de la v¨ªspera, tanto en lo concerniente a mis devaneos con la Duquesa como al monstruo que, seg¨²n su propia afirmaci¨®n, la hab¨ªa atacado en el corredor, y decirle que tanto el uno como los otros eran fruto de su imaginaci¨®n.
El Duque ha comparecido tarde en el refectorio y con aspecto de haber dormido mal. Es l¨®gico si se tiene en cuenta que dentro de muy poco se inaugurar¨¢ el Festival, de cuyo ¨¦xito depende en buena medida el desarrollo de su querida Estaci¨®n Espacial.
En estos momentos, cuando acabo de redactar este grato Informe, llega a mis o¨ªdos la algazara producida por la muchedumbre que se dirige al Auditorio Real, donde la Gala Inaugural dar¨¢ comienzo dentro de unos minutos.
Llaman a la puerta de mi habitaci¨®n. Es el Chambel¨¢n, que viene a recogerme para llevarme, con todos los honores, al sitial que tengo reservado.
Continuar¨¢
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