Cualquier cosa menos torear
Los toreros (estos de ahora) lo hacen todo, todo, menos torear. Con tal de no torear, cualquier cosa. Y les vale, tiene gracia.
Les vale porque va a las plazas un p¨²blico que lo aplaude todo, todo. Aunque no vea torear.
El p¨²blico que va a las plazas en estos tiempos se cree en la obligaci¨®n de aplaudir todo movimiento, incluso el mal hecho. Y se pasa la tarde aplaudiendo.
De eso se valen los toreros (estos de ahora), y van tan ufanos por el redondel, en plan protagonistas, el capoteo sin exponer ni un alamar, el muleteo corriendo, farrucos desplantes, pu?etazos triunfalistas al aire, mandobles amagados por encima del hombro como queriendo decir: '?Te daba as¨ª...!'
Al toro insinuaban que le iban a dar. Pero menos lobos. Porque al toro se lo pasaban lejos; ni se les ocurr¨ªa ligarle los pases, no fuera el atrevimiento a provocar un sinsabor.
Y el p¨²blico, ajeno a la verdad del toreo, desconocedor de la lidia, inocente y triunfalista, venga a aplaudir. A veces ped¨ªa m¨²sica, que es la costumbre en la plaza de Bilbao. Mas no por festejar las suertes sino para combatir el aburrimiento.
Los toros, una vez m¨¢s, no ten¨ªan culpa de nada. Los toros tambi¨¦n eran inocentes. Decorosamente presentados, comparec¨ªan al galope, perd¨ªan las manos en los primeros capotazos, se ca¨ªan antes de tomar la primera vara, repet¨ªan el batacazo despu¨¦s (con lo cual ofrec¨ªan de la invalidez una amena versi¨®n capic¨²a), se hartaban de embestir al derechazo f¨²til y a la tauromaquia fruslera y rend¨ªan la vida sin decir ni mu, angelicos.
Podr¨ªa parecer que estos toros propiciaban toreo bueno, pero la realidad presentaba muy diferentes aspectos de la cuesti¨®n. Ninguno de los espadas tore¨® a la ver¨®nica, ninguno logr¨® un solo pase de calidad, ninguno intent¨® una faena de mediano fuste.
Los toros, nobles y algunos de clara boyant¨ªa -ser¨ªan de destacar segundo, tercero y sexto- se iban al desolladero sin torear y con las orejas puestas.
V¨ªctor Puerto, que desarroll¨® faenas largu¨ªsimas, las realiz¨® empleando toscas maneras. Ni siquiera le vali¨® su reconocida habilidad para transmitir simpat¨ªa a los p¨²blicos, y su espesa labor qued¨® marcada por la vulgaridad
Nos referimos a la vulgaridad y probablemente ser¨ªa m¨¢s propio decir fealdad. Porque el faenar de V¨ªctor Puerto y el de sus compa?eros de terna se caracterizaba por sus antiest¨¦ticas formas. Cuando el buen Quevedo -uno de los pocos que han dicho verdad en la vida- escribi¨® en Los sue?os que no hay nobleza en el mundo sino que todo es feo, seguramente estaba haciendo una premonici¨®n de lo que acabar¨ªa siendo la fiesta. Claro que, por entonces, no conoc¨ªa Quevedo ni esta fiesta ni la otra: a¨²n no hab¨ªa venido al mundo el C¨²chares.
Rivera Ord¨®?ez destac¨® por dos largas cambiadas de rodillas. O sea, que se las aplaudieron especialmente y algunos bilba¨ªnos las subrayaban exclamando. '?Epa!' Despu¨¦s ya no gener¨® ning¨²n proyecto art¨ªstico, ni asomo de tecnicismo taur¨®maco y perpetr¨® sendos trapaceos faltos de fundamento.
Morante de la Puebla aport¨® su reconocida pinturer¨ªa, que consiste en poner pintureras las posturas -el caderazo, el aflamencado desplante- mientras muletea fuera de cacho, embarcando sin temple por la lejan¨ªa, para salir corriendo al rematar los pases.
Y esto -lo de Morante, lo de Rivera, lo de Puerto- con toros inv¨¢lidos de beat¨ªfica nobleza. Se?or, se?or: c¨®mo est¨¢ la fiesta.
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