Emotivo Juli
La faena de El Juli al quinto toro fue de una enorme emotividad. Uno de los derrotes que le tir¨® el animal le hab¨ªa partido el labio y ensangrentado, sin acusar para nada el pitonazo -que debi¨® de ser doloros¨ªsimo-, sigui¨® toreando y arrim¨¢ndose. M¨¢s que antes del percance tore¨® y se arrim¨® El Juli, cuyo pundonor es de los que causan asombro y ponen los pelos de punta.
La condici¨®n del toro nada ten¨ªa que ver con la del resto de la corrida, que se enmarcaba en lo que no ser¨ªa descabellado calificar de fraude. Corrida fraudulenta era aquello, efectivamente, con unos toros que se ca¨ªan con s¨®lo mirarlos; con unos toros de buc¨®lica docilidad; con unos toros tan parados y crepusculares que parec¨ªan drogados.
Torrealta / Ponce, Juli, Casta?o
Toros de Torrealta, bien presentados y armados; cuatro primeros inv¨¢lidos absolutos -3?, devuelto por este motivo- y de una inofensiva borreguez; 5? sac¨® genio, 6? encastado y noble. Sobrero, de Domingo Hern¨¢ndez, con trap¨ªo, fuerte y manso. Enrique Ponce: estocada ca¨ªda -aviso con retraso- y dobla el toro tras larga agon¨ªa (escasa petici¨®n, ovaci¨®n y salida al tercio); estocada ladeada -aviso con mucho retraso- y se echa el toro (oreja). El Juli: pinchazo, estocada corta y descabello (silencio); estocada (dos orejas); herido en la boca, pas¨® a la enfermer¨ªa. Javier Casta?o: estocada atravesada que asoma por el costillar y dos descabellos (ovaci¨®n y tambi¨¦n pitos cuando saluda); estocada ladeada (oreja). Enfermer¨ªa: intervenido El Juli de herida contusa que desgarra el labio superior, pron¨®stico reservado. Se le ingres¨® en una cl¨ªnica. Plaza de Vista Alegre, 23 de agosto. 6? corrida de feria. Lleno.
De esa surrealista naturaleza (antinatural naturaleza convertida en paradoja) salieron los cuatro primeros toros, y los diestros les hicieron las cucamonas y los estrafalarios alardes habituales en estos casos. No Javier Casta?o, pues el presidente, sin que nadie se lo hubiera pedido, devolvi¨® al corral por inv¨¢lido su primer toro, que hac¨ªa el tercero. Y lo sustituy¨® un sobrero de trap¨ªo y romana, mansedumbre declarada e intemperante bronquedad. Es decir, todo un regalo.
El regalo era para el diestro modesto de la terna. Una casualidad que se da mucho en la tauromaquia, principalmente si los presidentes de las corridas son como el de la plaza de Bilbao.
El presidente de la plaza de Bilbao da la sensaci¨®n de que preside aplicando el reglamento del embudo. Y as¨ª una oreja no la concede mientras se apresura a dar otra con menor petici¨®n (eso ocurri¨® el d¨ªa anterior); o el toro inv¨¢lido que le sale al modesto lo manda al corral en tanto toros m¨¢s inv¨¢lidos que les echan a las figuras influyentes no los devuelve. Y se queda tan ancho.
Los inv¨¢lidos de Enrique Ponce y El Juli propiciaron faenas de pega. Las de Ponce, superficiales e interminables, tal cual acostumbra este torero, que ¨²ltimamente acent¨²a la prosopopeya de sus acciones como queriendo dotarlas de una solemnidad magistral. Y seg¨²n es habitual en su curr¨ªculo, acaba oyendo avisos, por supuesto enviados con gran retraso. Cort¨® la oreja del cuarto borrego, tuvo petici¨®n en el primero y aviso en los dos.
El Juli capote¨® vulgar, banderille¨® sin brillantez e intent¨® una faena imposible al in¨²til toro segundo, que se desplomaba constantemente. Tras matarlo se le dedic¨® un respetuoso silencio. Las espadas quedaron en alto y el desquite vendr¨ªa despu¨¦s.
A Javier Casta?o le soltaron el toro de la corrida: un sobrero de Domingo Hern¨¢ndez que se comport¨® como los verdaderos toros de lidia y estuvo a punto de jugarle un disgusto. Casta?o lo traste¨® desvelando la parvedad de sus recursos pero con sobrada valent¨ªa, sufri¨® numerosos achuchones, se llev¨® una violenta voltereta, recurri¨® a los rodillazos y acab¨® dignamente con la peligrosa res. Al sexto toro, que desarroll¨® nobleza, le hizo una faena sin relieve alguno por derechazos y cuando ya empezaba a aburrirse el personal recurri¨® al tremendismo, a los p¨¦ndulos temerarios, a los circulares de espaldas para buscar el ¨¦xito que se le resist¨ªa ensayando un toreo serio para el que quiz¨¢ no haya sido dotado. Y lo consigui¨®.
La plaza, de todos modos, estaba alborotada, a¨²n bajo la impresi¨®n de la valent¨ªa y de la pundonorosa entrega de El Juli en el toro anterior, al que hizo un quite por faroles, lo banderille¨® poniendo entusiasmo en las reuniones y le ech¨® el resto en la faena de muleta.
El Juli plant¨® cara al bien armado toro de Torrealta asumiendo los riesgos propios de su aspereza, que se traduc¨ªa en continuos e inquietantes derrotes, uno de los cuales le alcanz¨® en la boca de forma escalofriante. Pese al terrible golpe, ni se toc¨® ni se hizo mirar. Y sigui¨® arrim¨¢ndose en emotivas tandas de derechazos bravamente rematadas mediante los pases de pecho y los cambios de mano, que pusieron al p¨²blico en pie.
Dominado el toro, El Juli lo mat¨® por el hoyo de las agujas a volapi¨¦ neto. Le fueron concedidas las dos orejas y, tras mostrarlas desde el tercio, pas¨® a la enfermer¨ªa, con el labio partido, la cara ensangrentada, el paso firme, el honor en lo alto. No cab¨ªa duda: ah¨ª iba un torero.
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