EL ?LTIMO TRAYECTO DE Horacio Dos
Resumen. El viaje prosigue cuando un incidente rompe la monoton¨ªa: descubren al Duque, que viajaba escondido en la nave. Ante sus exigencias, Horacio decide expulsarlo al espacio exterior en un cilindro lanzamisiles. Pero el viaje sigue siendo penoso a causa de la carencia de agua, con lo que empiezan las quejas del pasaje. Previendo una sedici¨®n, Horacio piensa en simular un ataque exterior para distraer la atenci¨®n.
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Viernes 27 de junio
La deplorable carest¨ªa ha dado origen, como era de esperar, a un incipiente mercado negro a bordo de la nave. Seg¨²n rumores que me llegan, por una suma elevada de dinero se puede conseguir un botell¨ªn de agua potable o una garrafa de agua pestilente, as¨ª como algunos f¨¢rmacos. No son rumores fiables, porque proceden, como siempre, de personas envidiosas o fantasiosas o est¨²pidas, o las tres cosas a la vez, pero el mero hecho de que se les haya ocurrido este infundio indica que la verdad no debe de andar muy lejos de la mentira.
Decido investigar el asunto, no tanto para impedir posibles irregularidades como para averiguar de d¨®nde proceden los art¨ªculos puestos a la venta y el dinero para comprarlos. Si en alg¨²n lugar de la nave hay agua o medicamentos o si existe un m¨¦todo para obtener aqu¨¦lla o ¨¦stos, conviene saberlo. Tambi¨¦n conviene saber qui¨¦n dispone de efectivo para comprarlos, porque si llegamos a nuestro destino sin encontrar el dinero de las entradas que escondi¨® el Duque, no tendremos con qu¨¦ pagar las provisiones. Tambi¨¦n es preciso averiguar si lo que est¨¢ a la venta es realmente agua y medicamentos o un suced¨¢neo y, si lo es, cu¨¢les pueden ser sus efectos sobre la salud del consumidor.
Como primera medida, acudo al sector de los Ancianos Improvidentes, considerando que ¨¦stos han de ser los m¨¢s interesados en la compra de los productos citados y, asimismo, los que menos resistencia ofrecen en los interrogatorios y los que peor disimulan.
Los encuentro a todos muy atareados redactando sus memorias. Da gusto verlos tan activos e ilusionados, aunque de cuando en cuando se producen altercados, bien porque uno tararea y desconcentra a los dem¨¢s, bien porque uno copia o es acusado injustamente de copiar al vecino, bien por otras peque?eces de ¨ªndole similar, pues a la irritabilidad propia de los viejos ha venido a sumarse ahora la susceptibilidad propia de los escritores.
Molestos por la interrupci¨®n y desconfiados por principio del que manda, mis tanteos para descubrir alg¨²n indicio de estraperlo resultan infructuosos, por lo que decido abandonar la investigaci¨®n.
Al salir del sector, detecto un cierto revuelo y, al acercarme al lugar de donde procede, descubro a los dos Ancianos Improvidentes a cuyo cargo puse el howitzer en la estaci¨®n espacial Fermat IV, tratando de ocultar bajo unas mantas esta pieza de artiller¨ªa, de la que ya ni me acordaba. Preguntados al respecto, confiesan haberla estado repasando y engrasando por si ha de entrar en funciones dentro de poco.
Preguntados qu¨¦ les hace suponer que habr¨¢ que utilizar dentro de poco el howitzer, responden haber o¨ªdo rumores acerca de un ataque proveniente del exterior. Desmiento rotundamente estos rumores, les prohibo proseguir el rearme y ordeno les sea decomisado el howitzer. A esta ¨²ltima medida se oponen con tal firmeza y en t¨¦rminos tan conmovedores que retiro la orden y les permito conservar la pieza, siempre que se abstengan de exhibirla entre sus compa?eros.
De vuelta en mis aposentos, convoco a las personas que participaron en la reuni¨®n secreta y les abronco por haber revelado lo que orden¨¦ mantener en el m¨¢s estricto secreto. Como era de esperar, cada uno de ellos niega haber sido el causante de las filtraciones y declina toda responsabilidad, pero todos admiten haber detectado rumores similares, as¨ª como una cierta actitud belicista, tanto entre la tripulaci¨®n como entre el pasaje.
Convenimos en la necesidad de acallar de inmediato estos rumores, as¨ª como los concernientes al mercado negro y cualesquiera otros que afecten al orden p¨²blico, de imponer sanciones a quienes los inventen, los fomenten o los divulguen, y de poner en circulaci¨®n otros rumores de car¨¢cter optimista, esperanzado y tranquilizador. El doctor Agustinopoulos propone a?adir a estos rumores, que suelen ser recibidos con escepticismo, otros referentes a las andanzas y la reputaci¨®n de algunas personas conocidas.
La propuesta es aceptada con mi voto en contra, porque ya s¨¦ qui¨¦n ser¨¢ el blanco de estos bulos, y los presentes se retiran, quedando a solas conmigo el segundo segundo de a bordo, para rendir su parte de ruta.
Antes de o¨ªr el parte, le informo de los rumores concernientes al mercado negro, a lo que responde que siempre ha habido mercado negro dentro de la nave, tanto de productos como de servicios, y que ¨¦l mismo ha participado en dicho mercado, unas veces como proveedor y otras como consumidor, pero asegura no saber nada acerca de lo que le estoy contando.
Mismo d¨ªa por la noche
Previa solicitud de audiencia, pero sin esperar mi autorizaci¨®n, comparece la Duquesa alegando querer hacerme una proposici¨®n ventajosa. Su visita no puede ser m¨¢s inoportuna, pues me encuentra en un estado de gran irritaci¨®n de resultas de un incidente imp¨²dico y nauseabundo ocurrido esta misma tarde.
Desde que el difunto duque revel¨® haber escondido el dinero de las entradas en la sentina de la nave, su b¨²squeda se ha venido practicando en forma continua y afanosa, pero sin resultado alguno. Sin embargo, hace cosa de un par de horas, en el curso de una de estas batidas, han encontrado entre las tuber¨ªas a Gara?¨®n y a la se?orita Cuerda durmiendo en posici¨®n de inequ¨ªvoca afectuosidad, cinco puntos por encima de 'amartelados' y uno por debajo de 'infraganti'.
Siendo esta conducta constitutiva de grave infracci¨®n del reglamento, ordeno aplicar a los culpables, de inmediato y sin apelaci¨®n, el mismo tratamiento que se aplic¨® al duque.
El doctor Agustinopoulos interviene para instarme a postergar la ejecuci¨®n hasta tanto no se hayan resuelto los problemas actuales, porque Gara?¨®n goza de cierto predicamento entre la tripulaci¨®n y el pasaje por su apostura, su simpat¨ªa y por habernos salvado la vida. A esta voz une la suya el Gobernador, hecho un mar de l¨¢grimas, para interceder por su presunta hija. En el mismo sentido intervienen el primer y el segundo segundos de a bordo, esgrimiendo argumentos tan poco jur¨ªdicos como 'no tirar la primera piedra' y 'no decir de esta agua no beber¨¦'.
En vista de ello, enmiendo mi decisi¨®n, pero el sentimiento de magnanimidad no basta para disipar mi enojo.
Ahora, en presencia de la duquesa, que conserva el insoportable h¨¢bito de callar, sonre¨ªr y taparse con el abanico, intuyo que viene a verme con un prop¨®sito artero y claro.
Como en esta maldita nave no hay forma de guardar un secreto, sin duda la duquesa se ha enterado de la suerte corrida por el duque y est¨¢ tratando de buscarle un sustituto cuyo rango le permita seguir gozando de los privilegios a que est¨¢ acostumbrada. Y obviamente este candidato soy yo.
La sola idea me resulta en principio abominable, pero luego, mientras ella calla, pienso que si yo me casara con la duquesa y Gara?¨®n se casara con la se?orita Cuerda, bastar¨ªa que la duquesa reconociera la maternidad de Gara?¨®n para que la se?orita Cuerda se convirtiera en mi nuera, aunque no s¨¦ qu¨¦ ventajas me podr¨ªa reportar esta vinculaci¨®n.
Mientras voy ponderando estas ideas, la Duquesa se decide a hablar y dice haber advertido el estado de estrechez e infortunio en que nos encontramos por la falta de agua y medicamentos, as¨ª como el malestar y agitaci¨®n que de ello se derivan, y a?ade que, siendo la causa de esta situaci¨®n la incalificable acci¨®n de su marido, ella se siente en parte responsable y desea contribuir a mejorar dicha situaci¨®n en la medida de sus posibilidades.
Como bien me consta, los supervivientes de la Estaci¨®n Espacial Derrida formaban un coro de madrigales que la propia Duquesa patrocin¨® e incluso dirigi¨® personalmente durante varios a?os. Ahora, a?ade, y si yo lo autorizo, podr¨ªa ofrecer un recital de madrigales, con car¨¢cter enteramente gratuito, a la tripulaci¨®n y el pasaje, a fin de elevar su esp¨ªritu y hacerle olvidar sus congojas.
Viendo que toda su proposici¨®n se reduce a esto, la acepto aliviado y le concedo la oportuna autorizaci¨®n, aunque, conociendo a mi gente, presiento que va a ser peor el remedio que la enfermedad.
Continuar¨¢
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