Una pir¨¢mide de merengue
'Gescartera s¨®lo ha producido el asombro general porque, al caer el tenderete patas arriba, ha liberado el tufo negro de una Espa?a vieja, cutre y reaccionaria que muchos cre¨ªan desaparecida'
As¨ª como hay una Espa?a de Matesa, otra de Rumasa y otra de Filesa, la delincuencia econ¨®mica en este pa¨ªs acaba de crear una nueva denominaci¨®n de origen. En adelante este tiempo hortera y desmadrado de inicio del siglo XXI, bajo un Gobierno de derechas cuyo presidente tiene pinta de linier, tal vez ser¨¢ recordado como la Espa?a de Gescartera, pese al esfuerzo que pueda hacer el Partido Popular por quitarse las pulgas de encima.
Una sociedad se define, m¨¢s que por la calidad de sus artistas, por el nivel de sus delincuentes. En cada ¨¦poca su perfil se va acomodando a las exigencias del desarrollo tecnol¨®gico e industrial, y tambi¨¦n son espec¨ªficas las moscas que acuden a un panal de rica miel, seg¨²n quien mande en la colmena.
S¨®lo a un surrealista ib¨¦rico o a un hortera se le ocurre estafar a la Mutua de la Polic¨ªa, a los ciegos y a los hu¨¦rfanos de la Guardia Civil de una tacada
Este pa¨ªs dio un salto cualitativo cuando nuestros asesinos comenzaron a ser guapos y los p¨ªcaros cambiaron la pelliza de borrego y el mondadientes en la boca por el traje cruzado y los lentes con montura de oro; no obstante, el hambre siempre tuvo sus genios. En el caf¨¦ de Levante de la Puerta del Sol un timador logr¨® venderle un tranv¨ªa a un paleto rico reci¨¦n llegado a Madrid, y en los a?os del gas¨®geno un h¨²ngaro atrabiliario se ofreci¨® a Franco para convertir directamente el agua del r¨ªo Henares en gasolina con una f¨®rmula m¨¢gica que consist¨ªa en mezclarla con algunas hierbas silvestres, y el dictador, lejos de fusilarlo como era su vicio, no s¨®lo trag¨®, sino que lleg¨® a anunciar el milagro en un discurso desde un balc¨®n. Pero lleg¨® el d¨ªa en que los p¨ªcaros que reinaron en aquella miseria aprendieron contabilidad y ciertos atracadores descubrieron que los bancos se asaltan con m¨¢s gracia si entras en el despacho del director, le das la mano, te sientas y tranquilamente le dices:
-Servidor quiere montar un negocio de bu?uelos de viento.
-?De viento, ha dicho usted?
-Y tambi¨¦n de bizcochos borrachos.
-Muy bien. Ah¨®rrese la pistola.
En aquel tiempo fue un esc¨¢ndalo que algunos pol¨ªticos socialistas robaran, precisamente porque les hab¨ªamos votado para que no lo hicieran. Gescartera no es un esc¨¢ndalo, sino s¨®lo una sorpresa. Ya se sabe que la derecha no suele salir corriendo con el saco a rastras. Roba en la notar¨ªa en el instante sagrado de firmar una escritura o haciendo una pirula de ingenier¨ªa financiera completamente legal en la servilleta de papel en cualquier cafeter¨ªa. Gescartera s¨®lo ha producido el asombro general porque, al caer este tenderete patas arriba, ha liberado el tufo negro de una Espa?a vieja, cutre y reaccionaria que muchos cre¨ªan desaparecida. Y un pollito encorbatado del barrio de Usera, llamado Camacho, la ha metido en la ratonera.
En la confiter¨ªa de mi pueblo, cuando yo era ni?o, entre la reposter¨ªa de posguerra que se exhib¨ªa en la vitrina se alzaba un merengue en forma de pir¨¢mide. Era el que m¨¢s ¨¦xito ten¨ªa entre la gente que sal¨ªa de misa los domingos reci¨¦n comulgada. Durante la Rep¨²blica ese tipo de merengue se llamaba Libertad, pero despu¨¦s de la victoria franquista fue bautizado con el nombre de Arriba Espa?a. En el m¨¢rmol del mostrador, junto a un botell¨®n repleto de caramelos, hab¨ªa un negrito de cer¨¢mica con el cuello articulado de tal forma que, si le echabas una moneda por la raja del cr¨¢neo, el negrito inclinaba la cabeza y te daba las gracias, como ahora hacen los surtidores de gasolina. 'P¨®ngame dos bu?uelos de viento, dos bizcochos borrachos y cinco arriba espa?as', dec¨ªa alguna beata que era tambi¨¦n devota de los pasteles. Antes de largarse con la bandeja, los clientes sol¨ªan echar alg¨²n real horadado dentro de la cabeza del negrito. 'Esto para las misiones'. Y parec¨ªa que la moneda ca¨ªa directamente en el coraz¨®n de una selva de ?frica.
Negritos como aquel de la pasteler¨ªa los hab¨ªa en las pa?er¨ªas, ultramarinos, ferreter¨ªas, en todas las tiendas de menestrales apost¨®licos, pero desde ni?o llevo asociado s¨®lo aquel merengue en forma de pir¨¢mide con el af¨¢n de bautizar infieles para que pudieran alcanzar el para¨ªso. Si he tardado toda una vida en descubrir que el para¨ªso estaba en las islas Caim¨¢n, a¨²n hay un caso m¨¢s extraordinario: aquellos negritos de cer¨¢mica, que eran legi¨®n, despu¨¦s de muchos a?os, adquirida una forma aproximadamente humana, arriban agonizando en oleadas a nuestras costas en busca de un para¨ªso lleno de pasteles, y algunos reciben nada m¨¢s llegar el bautismo con una verga de goma a cargo de los guardias y por la brecha abierta en el cr¨¢neo ya no les entra caridad alguna y, mientras esto sucede, aquellas limosnas para el Domund de la confiter¨ªa de mi pueblo, con el tiempo tambi¨¦n han tomado un cuerpo millonario, les han crecido alas y recientemente han volado en brazos de un ¨¢ngel vestido con mil trajes de Armani hacia el para¨ªso verdadero, que es el fiscal, y all¨ª se han convertido en esp¨ªritu puro hasta esfumarse del todo.
Gescartera es lo m¨¢s parecido a aquella pir¨¢mide de merengue que ten¨ªa un negrito a los pies. Intentabas meterle el diente y dentro no ten¨ªa m¨¢s que aire con algunas esquirlas de az¨²car que se deshac¨ªan en la boca. En el retablo de las maravillas de Gescartera convive todav¨ªa la cuca?a del pintor Solana con la Espa?a del genoma, y eso es lo excitante, que la lista de estafados est¨¦ plagada de obispos, curas y monjas, una gente que en teor¨ªa deber¨ªa tener la vista puesta en el reino de los cielos y no en el panel de la Bolsa. Un p¨ªcaro con Rolex que les ha limpiado el plato mientras les hac¨ªa leer la par¨¢bola de los talentos.
Hasta ahora hab¨ªa una forma cl¨¢sica de robar al clero. Se acercaba un tratante de arte en una descalabrada furgoneta de merchero a cualquier iglesia de pueblo y le propon¨ªa al p¨¢rroco arreglarle el cimborrio, destruido por las cig¨¹e?as, a cambio de esa talla rom¨¢nica que estaba arrumbada en la sacrist¨ªa. Cerraban el trato liando un cigarro de picadura selecta. Despu¨¦s, el tratante se dirig¨ªa a un convento de monjas y la abadesa se dejaba arrebatar un retablo del siglo XVI a cambio del arreglo de unas goteras, y encima le ofrec¨ªa unas yemas de mazap¨¢n para el viaje. Normalmente, estos chamarileros del arte eran de la raza cal¨¦, pero ahora se ha visto a un tipo recortado, con mucha labia, Antonio Rafael Camacho, con las orejas un poco desabrochadas de tanto escuchar informaciones privilegiadas, quien, dejando de lado las v¨ªrgenes rom¨¢nicas y las predelas g¨®ticas, ha preferido limpiarles a los curas y monjas el met¨¢lico de sus cepillos, el dinero de las caridades, la asignaci¨®n de las subvenciones del Estado. Hay que tener un estilo para ese trabajo: hacerse casar primero por el obispo montaraz Guerra Campos, adoptar formas suaves hasta lograr que la sonrisa meliflua no deje ver la triple dentadura de tibur¨®n blanco, despertar el inter¨¦s por una ganancia r¨¢pida sin que el cliente lo confunda con la codicia ni vea la trampa. ?Se acuerdan de Marcinkus, aquel monse?or que fumaba puros del m¨¢ximo calibre en el Vaticano? Tambi¨¦n hubo un listo que le limpi¨® la caja en el banco Ambrosiano. Era tan alto el nivel eclesi¨¢stico que oblig¨® a colgar a un pez gordo de un puente de Londres; en cambio, nuestro Camacho ha tenido la genialidad de obligar a Francisco de As¨ªs a vender su granja de hermanos lobos para meter ese dinero en la Bolsa, y su larga mano ha llegado hasta el pie de aquella pir¨¢mide de merengue donde ofrec¨ªa su cabeza el negrito de las misiones y, poniendo la suela del zapato italiano sobre ella, desde all¨ª ha ido ascendiendo hasta alcanzar el esplendor de la cima llevando en la cordada a directores generales, a agustinas misioneras, a madres dominicas, a la presidenta de la Comisi¨®n Nacional del Mercado de Valores y parentela, a carmelitas de la caridad, a un secretario de Estado de Hacienda, a monjas cistercienses, a esclavas del Divino Coraz¨®n, y a aquel famoso le?ador Ramallo, diputado del Partido Popular, alguacil alguacilado, que hac¨ªa cortes de mangas a los socialistas desde el esca?o, al dimitido Gim¨¦nez-Reyna y su ristra de hermanos, refugiados en un silencio de piedra. Camacho trataba de fugarse por arriba.
?A qui¨¦n se le ocurre estafar a la Mutua de la Polic¨ªa, a los ciegos, a la Armada y a los hu¨¦rfanos de la Guardia Civil de una sola tacada? S¨®lo a un surrealista ib¨¦rico o a un hortera desesperado. ?Qu¨¦ inversionistas o especuladores son m¨¢s proclives a creer en los milagros? Aqu¨¦llos que comulgan todos los d¨ªas. Si esperas ir al cielo s¨®lo porque mueres con el escapulario puesto, ?c¨®mo no vas a creer a un joven financiero, tal vez cobijado por el alto mando del Ministerio de Hacienda, que se compromete a blanquearte dinero y encima te asegura el diez, el veinte, el cincuenta, hasta el cien por cien de inter¨¦s, el ¨²ltimo pelda?o de una pir¨¢mide que raya con la gloria, seg¨²n la promesa del Evangelio?
Cientos de inversionistas de buena fe, peque?os e inocentes ahorradores acompa?an a esta cuca?a financiera, formada por oscuros especuladores en negro, comisionistas del dinero acarreado angustiosamente para taponar v¨ªas de agua, ministros del Gobierno asobinados que miraban para otro lado, plegarias atendidas por los responsables de la CNMV, confidencias de privilegio para abandonar la ratonera a tiempo salvando un ba¨²l de billetes, guardaespaldas paramilitares, cochazos, mansiones, asaltos a despachos precintados, cuentas secretas en Suiza y un sinf¨ªn de centollos m¨¢s. ?Pero d¨®nde est¨¢ el dinero de Gescartera? ?sta es la pregunta de los cincuenta mil millones. Mientras tanto, el p¨²blico mira al imp¨¢vido linier. Detectada la extensi¨®n del tumor, alguna de sus ramificaciones probablemente alcanzar¨¢ a tocar los mism¨ªsimos test¨ªculos del poder y, aunque el linier decida depurar las responsabilidades pol¨ªticas, ¨¦sta ser¨¢ una cuesti¨®n necesaria, pero no la m¨¢s significativa, ya que lo peor ha sido el tufo de pozo ciego que el caso de Gescartera ha liberado. Aquella Espa?a de Solana zaragatera y apost¨®lica, de pronto, decidi¨® especular en Bolsa y un tipo del barrio madrile?o de Usera se visti¨® de Armani y le limpi¨® los forros. Por mucho que el Partido Popular quiera despejar la jugada, ¨¦sos eran sus hijos.
-P¨®ngame dos bu?uelos de viento, dos bizcochos borrachos y cinco merengues arriba espa?a.
-Vale.
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