EL ?LTIMO TRAYECTO DE Horacio Dos
Resumen. La carest¨ªa en la nave ha propiciado el surgimiento de un mercado negro. Horacio hace una visita al sector de los Ancianos Improvidentes y descubre que sus planes de simular un ataque exterior ya se han filtrado entre los pasajeros. M¨¢s tarde, recibe la visita de la Duquesa en su habitaci¨®n, que le propone que los habitantes de la Estaci¨®n Derrida ofrezcan un recital de madrigales para entretener a tripulaci¨®n y pasaje.
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S¨¢bado 28 de junio
Todo el d¨ªa de la Ceca a la Meca por culpa de los rumores que corren por la nave acerca de un supuesto ataque proveniente del exterior. Hasta el momento todos los intentos por detener estos rumores han fracasado y algunos parecen haber dado p¨¢bulo a otros rumores sobre el mismo tema, m¨¢s veros¨ªmiles y turbadores si cabe. Como consecuencia de ello, cunde el desaliento entre unos y entre otros, un estado de excitaci¨®n que, por no tener salida, acaba encontrando su desahogo natural en el pr¨®jimo y muy en especial en aquellos que se han dejado vencer por el desaliento. El resultado es una enfermer¨ªa abarrotada de heridos y contusos, a los que no se puede atender por falta de medicamentos, as¨ª como da?os materiales en el mobiliario de la nave de considerable importancia. Varias bombillas rotas.
A estas alturas el mercado negro ya invade los corredores de la nave. En las paredes hay carteles pegados anunciando productos, y meg¨¢fonos salidos de no s¨¦ d¨®nde vocean esl¨®ganes publicitarios. S¨®lo un elemento positivo: por causa de la competencia han bajado los precios.
La alarma reinante respecto del supuesto ataque ha hecho aparecer en el mercado negro una serie de art¨ªculos b¨¦licos de cuya procedencia prefiero no enterarme: cascos, bayonetas, macutos, escapularios, sacos terreros, alambre de espinos y parihuelas.
Desobedeciendo mis ¨®rdenes, los dos ancianos han seguido limpiando y engrasando el howitzer y, cuando lo han considerado a punto, han decidido probarlo. De resultas de ello, los dos ancianos son ahora un solo anciano.
En el momento de redactar este grato informe, es decir, pasada la hora sexta, la situaci¨®n descrita ha empeorado sensiblemente. Ya nadie permanece en su sector correspondiente. El pasaje, habi¨¦ndose saltado el reglamento de reclusi¨®n, deambula por los corredores y dependencias de la nave, forma corrillos y confraterniza con la tripulaci¨®n. Algunos pronuncian arengas, de cuando en cuando suena alg¨²n disparo de pistola y los altavoces emiten m¨²sica militar e himnos patri¨®ticos procedentes de discos robados del Archivo Arqueol¨®gico de a bordo, que nadie hab¨ªa visitado hasta este momento, porque s¨®lo guarda estos y otros discos, algunos libros, una pianola, una radio-despertador y una Vespa, residuos de la Era Etnol¨®gica.
Mismo d¨ªa por la noche
Situaci¨®n un punto por encima de 'ingobernable' y dos por debajo de 'haz las maletas y v¨¢monos a Suiza'. Hace un par de horas todos los ocupantes de la nave la han recorrido de punta a punta en manifestaci¨®n no autorizada. El movimiento ha partido de un grup¨²sculo integrado por Delincuentes y tripulantes, aunque los dem¨¢s se le han sumado de inmediato. Entre las Mujeres Descarriadas ha habido discrepancias, pero han acabado triunfando las m¨¢s levantiscas y rencorosas. Luego se han agregado a la algarada los Ancianos Improvidentes, no tanto por motivos ideol¨®gicos como por la tendencia natural de los ancianos de aprovechar todo lo que es gratis. Exceptuados de esta conducta antirreglamentaria: algunos ancianos impedidos, algunos tripulantes en estado et¨ªlico agudo, el doctor Agustinopoulos y el primer y segundo segundos de a bordo, y aun ¨¦stos por no perder los a?os computables a efectos de ascenso y jubilaci¨®n. Hasta el guardia de corps se ha unido a la turbamulta y ha cambiado su vestido de alsaciana por uno de cantinera.
Despu¨¦s de recorrer la nave profiriendo gritos de guerra, la manifestaci¨®n se ha detenido a mi puerta y un portavoz ha reclamado mi presencia. Al comparecer, el mismo portavoz me ha expresado la firme adhesi¨®n de los presentes a mi persona y me ha instado a proclamar el estado de sitio, tomar el mando e infligir una terrible derrota al enemigo.
Respondo agradeciendo su confianza pero explicando que no existe tal enemigo, que la alarma ha sido una supercher¨ªa inventada por m¨ª mismo para distraerles de las carencias materiales. Les ordeno regresar a sus puestos o a sus respectivos lugares reglamentarios de reclusi¨®n y les aseguro que dentro de muy poco arribaremos a una estaci¨®n espacial donde se resolver¨¢n todos los problemas. Les pinto una visi¨®n id¨ªlica de esta estaci¨®n espacial, asegur¨¢ndoles que no se repetir¨¢n los desagradables incidentes ocurridos en las dos ¨²ltimas. A los Ancianos Improvidentes les exhorto, por a?adidura, a seguir redactando sus memorias. Es in¨²til.
Finalmente la manifestaci¨®n se retira, pero no se disuelve.
Al cabo de un rato alguien llama cautelosamente a mi puerta. Abro y entra sigiloso el depuesto Gobernador, que dice haberse unido a la manifestaci¨®n para conocer la voluble voluntad de las masas y poderme informar al respecto.
A?ade que, decepcionados los manifestantes por mi negativa a ejercer el liderazgo, han elegido su propio caudillo en la persona de Gara?¨®n, el cual, tras ciertas vacilaciones, ha acabado aceptando el cargo en forma interina. Esto no habr¨ªa sucedido si le hubiera aplicado el tratamiento sumar¨ªsimo que yo propon¨ªa cuando fue sorprendido en compa?¨ªa de la se?orita Cuerda, la cual, m¨¢s sensata, ha rehusado el cargo de Primera Dama que le ha sido ofrecido. Esta negativa inquieta al Gobernador, que sigue emperrado en que la se?orita Cuerda es su hija.
La primera medida que tomar¨¢ el nuevo caudillo, seg¨²n ha o¨ªdo decir el Gobernador, consistir¨¢ en deponerme y tomar el mando. Esta medida radical y totalmente antirreglamentaria no es del agrado de Gara?¨®n, pero como caudillo, no puede dejar de cumplir el deseo ferviente de quienes lo han encumbrado. Est¨¢ atrapado por el devenir de la historia, y yo tambi¨¦n.
Ante semejante coyuntura, ordeno al primer y segundo segundos de a bordo ir en busca de la Duquesa y traerla a mi presencia de grado o por fuerza.
Regresan trayendo a rastras a la Duquesa, que, ajena a todo, se negaba a abandonar el ensayo de los madrigales que su coro nos va a ofrecer esta misma noche.
A bocajarro le pregunto si es o no es la madre de Gara?¨®n.
Responde no saberlo. Confiesa que hace unos veintitantos a?os, a poco de casarse, desesperada al descubrir la verdadera y mal¨¦vola personalidad del Duque, busc¨® consuelo y apoyo moral en el abate Pastrana, a la saz¨®n reci¨¦n regresado del cenobio. De resultas de este apoyo moral qued¨® encinta y, habiendo ocultado el hecho gracias a los holgados trajes ceremoniales, dio a luz y entreg¨® al ni?o a unos delincuentes ambulantes que todos los a?os acud¨ªan al Festival de las Artes a pispar carteras. De resultas de todo esto, Gara?¨®n puede ser este hijo o no, pero tanto si lo es como si no lo es, la Duquesa declina toda responsabilidad.
En pocas palabras le pongo al corriente de la situaci¨®n. Acto seguido le recuerdo que la tenencia de hijos fuera del registro constituye una grave infracci¨®n al reglamento, pero le prometo no abrirle expediente ni disponer que se efect¨²e ninguna investigaci¨®n si me ayuda.
Habiendo preguntado la Duquesa de qu¨¦ modo me puede ayudar, le digo que asuma provisionalmente la maternidad de Gara?¨®n y luego haga valer su ascendiente sobre Gara?¨®n para hacerle desistir de la sedici¨®n.
Sopesa los pros y los contras y acaba dando su conformidad. Acto seguido el doctor Agustinopoulos extiende el preceptivo certificado m¨¦dico de filiaci¨®n, cambiando la fecha, y el Gobernador lo eleva a escritura p¨²blica.
Para entonces la muchedumbre iracunda ya est¨¢ frente a mis aposentos profiriendo denuestos y reclamando mi cabeza. A trav¨¦s de una mirilla advierto que est¨¢n improvisando un cadalso. Tambi¨¦n distingo a Gara?¨®n, subido a un podio, tocado con un gorro frigio y rodeado de sus m¨¢s estrechos colaboradores, entre los que no veo a la se?orita Cuerda. Esto me anima un poco.
Abro la puerta una rendija y ordeno a la Duquesa salir y cumplir su parte de lo acordado.
Sale, cierro la puerta, la atranco y aguardo con el coraz¨®n encogido.
Continuar¨¢
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