El joven Magreb madrile?o
Los marroqu¨ªes dejan de ser el grupo de inmigrantes m¨¢s numeroso, aunque s¨ª es el que tiene m¨¢s ni?os
Los marroqu¨ªes han perdido peso en la regi¨®n. Hace dos a?os formaban la comunidad extranjera m¨¢s numerosa. Pero ahora, con 38.000 miembros, ocupan el tercer lugar, por detr¨¢s de ecuatorianos y colombianos. Sin embargo es el colectivo de inmigrantes con m¨¢s ni?os. Al llevar m¨¢s a?os asentados en Madrid que otros colectivos, la mayor¨ªa han tra¨ªdo ya con ellos a sus hijos y, adem¨¢s, hay bastantes familias numerosas.
En muchas familias, quien primero emigr¨® fue el marido. En la de Fatna Salmani ocurri¨® al rev¨¦s. En realidad, esta inmigrante de Casablanca de 45 a?os lleg¨® a Madrid con su esposo en 1990. Pero fue ella la que se qued¨® porque encontr¨® trabajo como interna dom¨¦stica. Un a?o despu¨¦s, cuando ella consigui¨® el permiso de trabajo y residencia con la regularizaci¨®n de 1991, se trajo con ella al resto de la familia, formada entonces por su esposo y cuatro ni?os. Otros dos hijos m¨¢s han nacido en Madrid.
'Me dicen que qu¨¦ suerte tengo de tener aqu¨ª a todos los chicos y yo les digo que s¨ª, pero que tambi¨¦n he sufrido mucho', explica esta mujer ataviada al estilo tradicional marroqu¨ª y con las manos decoradas con henna. El peor trago fue verse obligada a vivir, durante cuatro a?os, en el poblado de chabolas de Pe?a Grande (Fuencarral), ya desmantelado. 'Era un mal sitio pero s¨®lo ten¨ªamos mi sueldo y los pisos de alquiler estaban demasiado caros, as¨ª que compramos la chabola por 70.000 pesetas y entramos en ella', relata.
La suciedad y los incendios le hicieron pensar en desistir en alguna ocasi¨®n. 'En Casablanca viv¨ªamos en una casa muy modesta, pero no era una chabola, lo que pasa es que all¨ª no hab¨ªa trabajo', rememora.
Piso de alquiler
Un buen d¨ªa, al volver los ni?os del colegio, vieron que su caseta hab¨ªa ardido. 'Una monja nos ofreci¨® vivir en su casa y all¨ª estuvimos durante un a?o. Despu¨¦s, a trav¨¦s de la Asociaci¨®n Provivienda, consegu¨ª un piso de alquiler en Usera por el que pagaba 55.000 pesetas y luego otro en Lacoma (Fuencarral), que no ten¨ªa m¨¢s de cuarenta metros y nos costaba 73.000 pesetas al mes', contin¨²a. Durante todo ese tiempo ella fue el sustento de la familia, porque su esposo pocas veces encontraba trabajo.
Hace tres a?os, la ruleta de la fortuna par¨® en su casilla cuando le adjudicaron un piso social de alquiler del Instituto de la Vivienda de Madrid (Ivima) en Entrev¨ªas (Puente de Vallecas). Es una casa amplia, soleada y ventilada que ella muestra orgullosa. Las habitaciones las van amueblando seg¨²n ahorran alg¨²n dinero. 'Este verano nos hemos quedado sin ir a Casablanca para poner la cocina', lamenta. Ahora su esposo tambi¨¦n trabaja, en la construcci¨®n, y su hijo mayor ha encontrado empleo como electricista. Cree que los sinsabores han merecido la pena, sobre todo por sus hijos.
El servicio dom¨¦stico y la construcci¨®n son las principales ocupaciones de los marroqu¨ªes en Madrid. A diferencia de otros colectivos, no se concentran en la capital y tambi¨¦n residen en localidades de la sierra como Collado-Villalba o en municipios como Parla, Getafe y Fuenlabrada. En la capital viven sobre todo en Centro, Puente de Vallecas y Villaverde.
Fatna lleg¨® en un momento en el que para un marroqu¨ª era mucho m¨¢s f¨¢cil entrar en Espa?a. Esa situaci¨®n cambi¨® a partir de 1991, cuando el Gobierno empez¨® a exigir visado a los ciudadanos de ese pa¨ªs. Seg¨²n Ridouan Aisouk, presidente de la Asociaci¨®n de Emigrantes Marroqu¨ªes en Espa?a (AEME), todas estas trabas, aparte de provocar la sangr¨ªa del Estrecho, con muertes diarias en las pateras, ha obligado a muchos inmigrantes a quedarse en Espa?a de forma permanente, tengan o no trabajo, por miedo a no poder volver. 'Antes, muchos ven¨ªan a trabajar una temporada y luego, cuando se acababa el contrato, volv¨ªan con su familia a Marruecos, regresando despu¨¦s si sal¨ªa algo; ahora eso no es posible'.
Pese a todo, Aisouk considera que la comunidad marroqu¨ª en Madrid, que creci¨® de 1995 a 1997 por el boom de la construcci¨®n, ha ido estabiliz¨¢ndose, consiguiendo los papeles y trayendo a la familia. Y cree que, pese a todas las dificultades, ir¨¢ creciendo 'porque la situaci¨®n econ¨®mica y social de Marruecos es cada vez peor'.
'All¨ª no hay futuro'
Mustaf¨¢ (nombre ficticio), de 18 a?os, lleg¨® hace un a?o de Casablanca en los bajos de un autob¨²s. Sin familia ni amigos. Pero en todo este tiempo ha conseguido mantenerse a flote sin meterse en problemas. 'Decid¨ª venirme porque en Marruecos no hay futuro, ni siquiera los chicos que estudian encuentran trabajo', asegura este chaval afable. ?l, a diferencia de otros adolescentes que llegan a Espa?a despu¨¦s de pasar a?os en su pa¨ªs como ni?os de la calle, no tiene detr¨¢s una historia de marginaci¨®n o desamparo. En Marruecos estudiaba bachillerato y viv¨ªa con sus padres y sus cinco hermanos peque?os con el sueldo de su padre, conductor. Sin ning¨²n lujo, pero tampoco en la necesidad extrema. 'El problema es que en Marruecos no hay futuro para los j¨®venes', explica. 'Ten¨ªa alg¨²n dinero que me hab¨ªa ido dando mi padre y que yo guardaba y con ¨¦l pagu¨¦ a un ch¨®fer de un autob¨²s para que me dejara pasar la frontera en los bajos de su cami¨®n'. Durante el viaje pas¨® miedo y al bajar casi no pod¨ªa enderezarse despu¨¦s de pasar quince horas en un estrecho cub¨ªculo. Tras el periplo lleg¨® a Getafe, donde lo encontr¨® la polic¨ªa, que se lo llev¨® al centro de acogida de menores de Hortaleza, de la Comunidad. De all¨ª lo derivaron a un piso para menores inmigrantes que regentan los padres mercedarios en Ventas. Ha estudiado cocina y castellano, y ahora su ilusi¨®n es conseguir los papeles y formarse como profesor de cocina. 'Me gusta y creo que se me da bien'. Tambi¨¦n Said, un saharaui de El Aai¨²n, conoce de primera mano lo que es cruzar el Estrecho siendo menor de edad. 'En una patera llegu¨¦ a Canarias, donde me metieron en una residencia, pero un paisano me dijo que era mejor venir a Madrid y me pag¨® el viaje', explica este chaval. 'En mi tierra no hay trabajo y, como estamos entre el Frente Polisario y Marruecos, hay una gran tensi¨®n. Mis padres son mayores y no trabajan y viv¨ªamos de lo que aportaban algunos de mis nueve hermanos; ellos me dieron las 60.000 pesetas para la patera'. Vivi¨® un tiempo en el centro de acogida de menores de Hortaleza y de all¨ª lo trasladaron a uno de los tres pisos para chavales marroqu¨ªes llegados solos a Espa?a que abri¨® la Fundaci¨®n Tomillo en Legan¨¦s y tuvo que cerrar tres meses despu¨¦s por su conflictividad. 'Uf, all¨ª no se estaba nada bien, demasiados moros juntos. Vale, yo tambi¨¦n soy moro, pero se acab¨® liando todo; hab¨ªa seis chicos que robaban, beb¨ªan, montaban bronca...' Estudia cocina y ahora vive con Mustaf¨¢ en el piso de los mercedarios. 'Quiero conseguir los papeles y un trabajo de cocinero y traerme a mis padres', dice.
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