EL ?LTIMO TRAYECTO DE Horacio Dos
Resumen. Contin¨²an en la nave los rumores de un ataque exterior, que han originado una manifestaci¨®n. A pesar de que Horacio explica que no hay tal peligro y que todo fue una invenci¨®n suya, no le creen. Los manifestantes eligen al delincuente Gara?¨®n nuevo jefe y le piden que deponga a Horacio. ?ste, vi¨¦ndose en peligro, solicita a la Duquesa que reconozca a Gara?¨®n como su hijo y le convenza para que acabe con la sedici¨®n.
27
Lunes 30 de junio
Los acontecimientos han tomado un giro inesperado.
Hace dos d¨ªas interrump¨ª la redacci¨®n de este grato Informe cuando la Duquesa se dispon¨ªa a enfrentarse a su presunto hijo en un intento de desactivar la sedici¨®n encabezada por ¨¦ste. Aunque la maniobra hab¨ªa sido urdida por m¨ª, debo confesar que no hab¨ªa depositado en ella grandes esperanzas. Pero lo cierto es que funcion¨® a las mil maravillas.
Encerrado en mis aposentos y activadas todas las medidas de seguridad, incluidos los mecanismos de autodestrucci¨®n preventiva, pas¨¦ un heroico mal rato mientras fuera se hab¨ªan acallado los gritos y el redoble de tambores, y reinaba un ominoso silencio.
Al cabo de media hora, no pudiendo resistir la ansiedad, orden¨¦ al primer segundo de a bordo asomar la cabeza y ver lo que pasaba.
Obedeci¨® a rega?adientes, alegando que si los rebeldes quer¨ªan una cabeza, no ten¨ªa ¨¦l por qu¨¦ ofrecer la suya, pero obedeci¨®, y, una vez efectuada la inspecci¨®n ocular, dijo que la concentraci¨®n se hab¨ªa disuelto, llev¨¢ndose consigo el cadalso y las pancartas y dejando en una ordenada pila todas las pistolas antirreglamentarias, alguna metralleta e incluso el howitzer. Todo por la oportuna intercesi¨®n de una madre.
Orden¨¦ meter todas las armas en una bolsa y expulsar ¨¦sta luego al espacio exterior a trav¨¦s del cilindro de lanzamiento. Mientras esta orden era cumplida sin dilaci¨®n, los altavoces de la nave emitieron el suave ta?er de un arpa y anunciaron que en cinco minutos dar¨ªa comienzo, tal y como estaba programado, el recital de madrigales ofrecido y dirigido por nuestra ilustre hu¨¦sped, la Duquesa.
Muy satisfecho por el feliz desenlace del incidente, me puse el uniforme de gala y acud¨ª a una dependencia situada entre la sentina y el pa?ol de la nave y destinada originalmente a almacenar mercanc¨ªas con fines de venta o trueque, as¨ª como a personas tambi¨¦n con fines de venta o trueque. No siendo, sin embargo, estas actividades comerciales las habituales en nosotros, hab¨ªamos destinado dicha dependencia, amplia, alta de techo y despejada, a otros usos, tales como competiciones deportivas, conferencias, recitales de poes¨ªa y otras actividades culturales, si bien hasta el momento s¨®lo se hab¨ªa usado para veladas de boxeo, lucha libre, levantamiento de pesas y otras an¨¢logas.
Ahora, sin embargo, las paredes hab¨ªan sido cubiertas con pinturas de flores, angelitos, mariposas y otros motivos y en el techo hab¨ªa cenefas y farolillos de papel y en un extremo de la estancia se hab¨ªa instalado una tarima grande a modo de escenario y frente a la tarima se hab¨ªan colocado todas las sillas disponibles. En estas sillas se sentaban la tripulaci¨®n y los Ancianos Improvidentes. Las Mujeres Descarriadas y los Delincuentes, por falta de sillas, estaban de pie o sentados por el suelo.
Cuando hice mi entrada en este improvisado sal¨®n, los asistentes guardaron un respetuoso silencio e incluso alguno de los que ten¨ªan asiento hizo amago de ponerse en pie. Esta conducta, tan distinta a la observada un rato antes y para m¨ª tan ins¨®lita, se explicaba por la presencia en el escenario de Gara?¨®n, que apuntaba al p¨²blico con su escopeta de ca?¨®n recortado. Con ella me se?al¨® una silla de tijera reservada en la primera fila. Le agradec¨ª con ademanes su deferencia y me sent¨¦.
En cuanto me hube sentado se atenuaron las luces y sali¨® a escena el coro de madrigales, seguido de la Duquesa. Bast¨® un movimiento de la escopeta para que el p¨²blico prorrumpiera en un caluroso aplauso. Con otra indicaci¨®n de la escopeta se hizo el silencio.
Salud¨® la Duquesa con una elegante inclinaci¨®n, agradeci¨® sinceramente nuestra asistencia, pidi¨® disculpas por los posibles fallos, pues no hab¨ªan tenido tiempo suficiente para ensayar, y anunci¨® que el recital se compondr¨ªa de nueve ciclos de doce madrigales cada uno. Por fortuna, hablaba tap¨¢ndose la cara con el abanico y s¨®lo los ocupantes de las dos primeras filas o¨ªmos este anuncio tan poco alentador.
Acto seguido la Duquesa dio media vuelta, se encar¨® con el coro, le imparti¨® las ¨²ltimas instrucciones y levant¨® la mano con el abanico, que se dispon¨ªa a utilizar a modo de batuta. Entonces se oy¨® una explosi¨®n ensordecedora y la nave experiment¨® una violenta sacudida y gir¨® sobre su eje, quedando lo de arriba abajo y lo de abajo arriba.
Me levant¨¦ como pude del techo, adonde hab¨ªamos ido a dar las personas y las sillas. Afortunadamente, el escenario hab¨ªa sido atornillado al suelo de la nave, por lo que permanec¨ªa fijo en lo alto, porque de haber seguido a los cantantes del coro en su ca¨ªda, de fijo los habr¨ªa hecho pur¨¦.
Despu¨¦s de sacudirme el polvo del uniforme, mir¨¦ a mi alrededor. Todos intentaban levantarse, salvo los que se hab¨ªan desnucado, apoy¨¢ndose los unos en los otros y gimiendo lastimeramente.
Vi emerger del mont¨®n al segundo segundo de a bordo y le orden¨¦ verificar los da?os sufridos por la nave. Respondi¨® que no necesitaba verificar nada para saber que los da?os eran cuantiosos y, en su mayor parte, irreparables. Le pregunt¨¦ si no podr¨ªamos, al menos, volver a dar la vuelta a la nave, y respondi¨® que no lo sab¨ªa.
Entonces retumb¨® una segunda explosi¨®n, igual a la primera en intensidad, y volvi¨® a girar la nave sobre el eje, pero no sobre el horizontal, sino sobre el vertical, con lo que fuimos a dar todos contra la pared. Por un instante me pareci¨® ver a la se?orita Cuerda patas arriba.
El segundo segundo de a bordo me pregunt¨® que qu¨¦ demonios estaba pasando. Era la misma pregunta que se hac¨ªan los dem¨¢s y yo mismo, sin que nadie acertara a responderla.
Transcurrieron unos minutos de incertidumbre. En medio de un tenso silencio, se oy¨® a la Duquesa preguntar si ya pod¨ªa dar comienzo el recital, pero antes de que alguien le respondiera, se produjo una tercera explosi¨®n, m¨¢s fuerte que las anteriores. Esta vez la nave dio varias vueltas sobre s¨ª misma.
Cuando finalmente se detuvo trat¨¦ de discernir sobre cu¨¢l de los lados lo habr¨ªa hecho, pero no me fue posible deducirlo, porque todo andaba revuelto y adem¨¢s se hab¨ªa ido la luz.
En la tiniebla o¨ª la voz del primer segundo de a bordo que me llamaba. Respond¨ª y ¨¦l, gui¨¢ndose por mi voz, se situ¨® a mi lado y con grandes temblores, porque los ruidos fuertes le dan un miedo cerval, me dijo que, a su juicio, y dadas las circunstancias, lo mejor ser¨ªa dejarse de madrigales y salir de all¨ª a toda m¨¢quina, en el supuesto de que funcionara alguna m¨¢quina.
Aprovech¨¦ para preguntarle si sab¨ªa lo que estaba pasando y respondi¨® que no, pero que sin duda se hab¨ªa desencadenado el anunciado ataque proveniente del exterior.
Como la sugerencia no carec¨ªa de verosimilitud y nosotros nos encontr¨¢bamos en una presumible inferioridad de condiciones, a juzgar por la potencia de las armas enemigas y la total ausencia de las nuestras, orden¨¦ tomar las medidas reglamentarias para proceder a una rendici¨®n incondicional. Nadie me hizo caso.
En realidad, nadie hac¨ªa caso sino de s¨ª mismo, pues de resultas de los sucesivos revolcones, qui¨¦n m¨¢s qui¨¦n menos ten¨ªa motivo sobrado de queja y en la oscuridad reinante y a la espera de un nuevo chupinazo, la improvisada sala de actos, si as¨ª se la pod¨ªa llamar, era un horr¨ªsono mare m¨¢gnum.
Poco a poco, sin embargo, se fueron calmando los ¨¢nimos. Cesaron los gritos y el continuo ir y venir y el dar mamporros y el amenazar al comandante de la nave con partirle los dientes por incompetente y por burro. A los alaridos siguieron murmullos y a ¨¦stos risas entrecortadas. La sala empez¨® a llenarse de una claridad lechosa y un vago olor a bu?uelos de crema. Comprend¨ª que est¨¢bamos siendo gaseados y, siguiendo las instrucciones recibidas en la Escuela de Mandos de Villalpando relativas a esta emergencia, apoy¨¦ la cabeza en el trasero del vecino, cerr¨¦ los ojos y perd¨ª el conocimiento.
So?¨¦ que estaba de regreso en la Tierra, concluido con ¨¦xito el viaje, y que presentaba este grato Informe a las autoridades competentes, las cuales, habi¨¦ndolo le¨ªdo y aprobado, me conced¨ªan la jubilaci¨®n anticipada con goce de pleno sueldo.
Continuar¨¢
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