A CORU?A, CIUDAD DE PASEANTES
Los verdes de Culleredo y el azul del Atl¨¢ntico. Un recorrido desde las galer¨ªas acristaladas de La Marina hasta la Torre de H¨¦rcules, entre librer¨ªas de lance, viejas pulper¨ªas y m¨²sicos rastafari
La llegada a A Coru?a por avi¨®n suele ser espectacular, sobre todo si el cielo no est¨¢ cubierto y anochece. El viajero, mirando por la ventanilla del peque?o turboh¨¦lice, puede maravillarse ante un paisaje ruboroso de r¨ªas, playas y puertos. Galicia se presenta entonces como es, una polifon¨ªa de relieves, de mont¨ªculos verdes y arbolados y m¨¢s hacia la costa el Atl¨¢ntico, ese oc¨¦ano bronco, helado y azul oscuro que pugna por anular con su belleza las aberraciones urban¨ªsticas de los setenta. El flamante aeropuerto de Alvedro recibe al viajero con simpat¨ªa. El hall est¨¢ presidido por una enorme escultura de Leiro que se?ala con una mano gigantesca alg¨²n paraje imaginario. Mi padre, que es algo tremendista, ve un corte de mangas, no lo crean.
Si uno viene del sur, sorprende asomarse al exterior y respirar la frescura del aire h¨²medo de los bosques de Culleredo que rodean el aer¨®dromo. Los taxistas coru?eses guardan para ellos sus conflictos personales y depositan al reci¨¦n llegado en la ciudad sin violencia. A Coru?a ha experimentado desde hace unos a?os cambios llamativos. El primero de ellos, el m¨¢s cacareado, ha sido la construcci¨®n de un paseo mar¨ªtimo que rodea casi completamente la pen¨ªnsula sobre la que se alza. Es posible caminar, respirando salitre y contemplando la bah¨ªa, desde las Jubias hasta el Porti?o, pasando por la Marina -cuajada de galer¨ªas acristaladas-, bordeando la Maestranza y la Torre de H¨¦rcules, hasta las playas del Matadero, del Orz¨¢n y Riazor.
La construcci¨®n del Paseo suscit¨® iras y pasiones, sobre todo entre los inmovilistas y las gaviotas -desconcertadas e iracundas por la destrucci¨®n de sus nidos-. Pero ahora casi todos los coru?eses, incluidas las gaviotas y las se?oras, se sienten un¨¢nimemente solazados. Y es que A Coru?a es un pueblo de paseantes.
Antes pase¨¢bamos por los Cantones y la Calle Real -para¨ªso de las zapater¨ªas- de la zona de la Pescader¨ªa, el segundo ensanche urban¨ªstico de la ciudad. Frente a los Cantones se alzan los jardines de M¨¦ndez N¨²?ez, donde los ni?os juegan entre espec¨ªmenes bot¨¢nicos vetustos mientras los enamorados, que tambi¨¦n los hay, beben de fuentes con chorrito y los viejos alimentan a hordas de palomas tuertas. En el estanque, que se alza en medio del parque, hay carpas que algunos desaprensivos se obstinan en atiborrar con bocadillos. Yo jugaba de ni?a en la Carrera, rodeada de hortensias y de pl¨¢tanos, cerca del calendario floral que los jardineros del ayuntamiento ponen en hora todas las noches con un orgullo rayano en la arrogancia. Hace unas d¨¦cadas hab¨ªa un barquillero, y las ni?eras jugaban a cortejarlo mientras sus ni?os se escapaban en patines hacia la Rosaleda.
En la avenida externa a los jardines se sit¨²a en verano la Feria del Libro y posteriormente la Feria del Libro Antiguo, mucho m¨¢s apetecible, donde el bibli¨®filo avispado puede hacerse con tesoros o porquer¨ªas siempre a un precio m¨®dico. Recomiendo al bibli¨®filo avispado que cruce la calle y se vaya con su hallazgo entre las manos hasta Otero, cerca de la R¨²a Nueva, a comerse unos calamares y tomar un corto de cerveza. En Otero siempre es posible encontrar a un t¨ªo m¨ªo.
A la derecha, en el Cant¨®n Grande, se alza el famoso Obelisco -nada que ver con el de la plaza de la Concordia, no se asusten- coronado por un reloj que siempre atrasa y que se ha convertido, con la Torre de H¨¦rcules, en s¨ªmbolo de la ciudad 'donde nadie es forastero'. Entre la Marina y el Orz¨¢n discurren en paralelo las calles de los vinos: Los Olmos, La Barrera y la Franja, para¨ªsos del borracho y el comedor de pulpo. Los vinos coru?eses apenas han perdido su idiosincrasia a pesar del lavado de cara emprendido por el ¨²ltimo cabildo. Puede uno recalar en bares maravillosamente cutres donde una taza de Ribeiro sigue siendo de loza y el marisco coletea a¨²n con furia. A la ca¨ªda de la tarde, de jueves a s¨¢bado, la calle de la Barrera sigue llen¨¢ndose de jovenzuelos, y no tanto, que terminan la jornada con unos cortos. La trayectoria natural del paseante pasa indefectiblemente por la Plaza de Mar¨ªa Pita, presidida por el Ayuntamiento, un edificio imponente y algo afectado. En verano se llena de terrazas y los ni?os y los chuchos corretean haciendo caso omiso de una espantosa estatua moderna de Mar¨ªa Pita que recuerda tristemente a una falla valenciana. La plaza marca la separaci¨®n entre la ciudad vieja, un pueblo de casas bajas e iglesias que se api?a en torno a la rom¨¢ntica Plaza de Azc¨¢rraga -antigua plaza de la Harina- y el Ensanche. La Iglesias de Santiago y Santa Mar¨ªa son lugar de bodas y bautizos y muestras espl¨¦ndidas del primer rom¨¢nico gallego. La Ciudad (vieja, los coru?eses obvian el adjetivo) fue hace unos a?os lugar de salida floreciente, aunque de un tiempo a esta parte ha perdido su protagonismo en favor del Orz¨¢n, zona multitudinaria y juvenil. De todas formas, la Ciudad sigue siendo un lugar de culto para los noct¨¢mbulos. Sus calles llevan todas nombres po¨¦ticos y atrabiliarios: calle de la Amargura, Puerta de Aires, Hu¨¦rfanas, Cordeler¨ªa, Tabernas...
Galicia mestiza
Comentario aparte merece Montealto, antiguo barrio de marineros, entre la ciudad y la Torre de H¨¦rcules, feudo 'brav¨²' de los famosos Diplom¨¢ticos. Lo m¨¢s moderno es salir por los bares de la Torre, garitos alternativos, para¨ªsos del mestizaje donde se reverencia a Bob Marley y a Manu Chao. Los nuevos coru?eses, chavales de dieciocho a veinticinco a?os, ya no son pijos sino rastafaris, tocan el tamtam, las chicas llevan turbante y se echan novios senegaleses vendedores -todos 'galegofalantes'- de ced¨¦s pirateados. No en vano, y a mucha honra, A Coru?a es la provincia que m¨¢s inmigrantes ha regularizado en este ¨²ltimo a?o. Pero nada hay mejor, para los iniciados, que ba?arse en el Orz¨¢n cuando el sol se pone y el agua parece mercurio en ebullici¨®n y la playa, toda la playa, est¨¢ vac¨ªa.
Blanca Riestra (A Coru?a, 1970), ganadora del premio Ateneo Joven de Sevilla 2001 de novela, es autora de Anatol y dos m¨¢s (Anagrama).
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