AGUA Y VINO
El r¨ªo traza sus meticulosas curvas a trav¨¦s de vi?as y de la solitaria y calmada belleza de La Rioja. All¨ª el buen vino raspa y huele a polvo. Y los vinateros son como dioses. Los mejores placeres empiezan como un reto.
El viajero ya siente como propios los desprecios que sufre su r¨ªo. El viajero conoce C?tes du Rh?ne, Napa Valley, los altos de Mendoza, las riberas del Duero y del Douro, los valles del Rin y del Loira. Quiere decir que ha estado en sus etiquetas. Todos esos r¨ªos son sagrados para el bebedor y todos esos vinos llevan su r¨ªo con orgullo. El Ebro atraviesa La Rioja. M¨¢s que atravesarla, la define geogr¨¢ficamente, en un grado superior a lo que sucede, por ejemplo, con los r¨ªos de Burdeos o de la Borgo?a. El Ebro estaba all¨ª antes que los hombres y la vi?a. Nadie parece saberlo. Por si fuera poca espalda, la comarca toma su nombre, seg¨²n parece, de un m¨ªnimo afluente, el Oja, que, dado el privilegio, baja cuando se le antoja. Nunca se vio nada igual. El viajero ha eludido hasta ahora cualquier tentaci¨®n de atribuir car¨¢cter a su r¨ªo. Nada le resulta m¨¢s rid¨ªculo que ver a los seres inanimados hablando por los codos. Las pruebas sobre la presunta falta de sensualidad del Ebro se amontonan. Pero ¨¦l sigue prefiriendo hablar de los hombres. Nadie, en la historia moderna de este r¨ªo y esta vi?a, ha trazado un arco de placer que pudiera unirlos. Agua y vino, nada que decirse. Como si el r¨ªo s¨®lo fuese agua.
Marcos Eguren esperaba a que acabasen estos pr¨®logos para salir de su coche una ma?ana de domingo, temprano, cuando por las calles de San Vicente de la Sonsierra no pasa ni el viento. Los productores y administradores del placer suelen ser tipos muy contenidos. Son grandes t¨¦cnicos y evitan que se les vaya la fuerza por la boca. Recuerdan unos versos de Bertolt Brecht sobre los comunistas: 'Nosotros que quisimos un mundo amigable no pudimos serlo'. Los vinateros diseminan por el mundo la felicidad, la alegr¨ªa, la bondad y la filosof¨ªa, pero ellos permanecen en el encierro sensorial imperturbable de uno que cambiase moneda. Debe de ser una condici¨®n inexpugnable del oficio. Porque ahora que escribe sobre ello el viajero recuerda haber conocido a alguno alegre y dado al placer, alguno que beb¨ªa su propio vino con una expresi¨®n de placer en la cara insultante y contagiosa y que era capaz de besar la copa, mientras profer¨ªa adjetivos no expresamente t¨¢nicos. Dur¨® poco. Disfrutaba mucho y dur¨® poco. El vinatero ha de ejercer sobre sus semejantes una cierta superioridad moral: ha de contemplar con sonrisa leve c¨®mo se entregan al placer que les proporcionan, sin comprenderlos demasiado. El vinatero es un artista. Y ninguno de verdad se emboba con sus obras: antes bien lo que le une a ellas es una ¨ªntima e inconfesada repugnancia, como la que da la intimidad muy excavada. El vinatero es Dios, extra?ado, francamente, de lo mucho que los hombres aprecian y celebran la vida.
Marcos Eguren avanza hacia el viajero, ajeno por completo a estas divagaciones. Eguren es el creador de un vino que ha explotado en la boca casi sin aviso previo, el Numanthia, un vino de Toro grande, g¨®tico. Pero su casa y las ra¨ªces de su casa y de su negocio est¨¢n en La Rioja, en la Sonsierra. Eguren no parece demasiado impresionado por la ausencia del Ebro.
-Es verdad. El r¨ªo ha estado siempre y lo que est¨¢ siempre acaba por no verse, no s¨¦, quiz¨¢.
-?Siempre fue as¨ª?
-No, fue peor. Hace cien a?os no se plantaban vi?as cerca del Ebro. Eran terrenos demasiado buenos, demasiado f¨¦rtiles y no se pod¨ªan dejar para el vino. Hoy s¨ª se plantan y dan unos vinos algo m¨¢s livianos. La vi?a ha de sufrir; es muy viejo, eso.
Los Eguren no riegan las vi?as. En realidad, no pueden regarse en ninguna denominaci¨®n de origen espa?ola. El viajero vio hace d¨ªas, en un muro, una pintada obra probable de aquello que llamaban un freak: 'El agua sirve para regar las vi?as', dec¨ªa en su bromita alcoh¨®lica. Como todos los freaks, en cualquier momento de su vida freak, no ten¨ªa ni puta idea de lo que estaba escribiendo. Las vi?as no se riegan, aunque los campistas de la ribera suelan o¨ªr en las noches de verano el ruido lejano de un tractor acerc¨¢ndose y sacando agua del r¨ªo para llevarla a la vi?a. Puede que sea el tractor del freak.
-No se riegan, pero algunos riegan. Van exponi¨¦ndose a que los cojan, y los cogen.
Marcos Eguren conduce al viajero hasta el llamado paraje de las Veguillas. Antes ha parado al lado de una choza de piedra, de varios siglos, en pleno campo de vi?as. Hab¨ªa visto a su padre, con mala cara, dando vueltas. Esta noche pasada les hab¨ªan quemado la puerta y hab¨ªan metido el fuego dentro. No era la primera vez. La acci¨®n resulta de un vandalismo muy depurado. En muchos kil¨®metros a la redonda s¨®lo hay esa choza, y vi?as, y una solitaria y calmada belleza.
Desde el paraje se contemplan las mejores vi?as de la familia y el Ebro trazando curvas muy meticulosas. A veces, los Eguren vienen a comer aqu¨ª. La vista es de gran calidad. Y la felicidad una pasi¨®n razonable, a condici¨®n de que no se hable de ella. El vinatero se?ala unas piedras lejanas, junto a la ribera.
-Esas piedras de ah¨ª dicen que llevan la marca de unos cascos: los cascos del caballo del ap¨®stol Santiago.
-?Iba o ven¨ªa de Clavijo?
-Eso dicen, no s¨¦.
El mito moderno sobre estas huellas dice que son de dinosaurios. La Rioja presume de tener los mejores dinosaurios de Espa?a. Cualquier cosa antes que su r¨ªo.
Ya de vuelta en su bodega Eguren abre unas botellas. Las mejores son las que a¨²n est¨¢n inacabadas: su vino raspa, huele a polvo. Cualquier placer empieza con un reto. Emocionado, el viajero va a explicarle esta frase a Eguren. Est¨¢ lavando las copas. Levanta la cabeza porque es un hombre amable.
-S¨ª, eso es verdad.
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