EL ?LTIMO TRAYECTO DE Horacio Dos
Resumen. Sorprendentemente, la duquesa logra su objetivo y acaba con la sedici¨®n comandada por el delincuente Gara?¨®n. A su vez, se anuncia que el recital de madrigales va a dar comienzo. Superado pues el peligro, Horacio se presenta en el lugar, pero antes de que empiece la m¨²sica, varias explosiones comienzan a sacudir a la nave. La simulada agresi¨®n exterior parece que se ha convertido en realidad.
Resumen. Sorprendentemente, la duquesa logra su objetivo y acaba con la sedici¨®n comandada por el delincuente Gara?¨®n. A su vez, se anuncia que el recital de madrigales va a dar comienzo. Superado pues el peligro, Horacio se presenta en el lugar, pero antes de que empiece la m¨²sica, varias explosiones comienzan a sacudir a la nave. La simulada agresi¨®n exterior parece que se ha convertido en realidad.2828
Lunes 30 de junio
Despert¨¦ de mi sue?o presa de terror y de retortijones, secuelas del gas narc¨®tico utilizado contra nosotros por los atacantes de la nave, y vi que estaba acostado en la piltra de un camarote blanco, limpio, tenuemente iluminado, con lavabo y excusado. Junto a la cama hab¨ªa un tarjet¨®n impreso que dec¨ªa: Bienvenido.
Me levant¨¦, fui hasta la puerta y trat¨¦ de abrirla. Lo consegu¨ª sin esfuerzo. Con paso todav¨ªa vacilante, pero con la cabeza clara y alerta, sal¨ª a un amplio y bien iluminado corredor. Ech¨¦ a andar hacia la izquierda. Al cabo de un rato desemboqu¨¦ en un refectorio vac¨ªo. En una de las mesas hab¨ªa un cuenco de gachas de arroz, un vaso de zumo y una taza de caf¨¦ de cascarilla.
Desayun¨¦ a mis anchas y acto seguido sent¨ª que me daba vueltas la cabeza. Demasiado tarde comprend¨ª que el desayuno conten¨ªa un poderoso somn¨ªfero. So?¨¦ que con motivo de mi jubilaci¨®n anticipada me daban una fiesta, en el transcurso de la cual serv¨ªan un pastel enorme, de cuyo interior sal¨ªa la se?orita Cuerda cubierta de melaza y pi?ones.
Despert¨¦ en la misma piltra del mismo camarote. En el tarjet¨®n de bienvenida alguien hab¨ªa a?adido de pu?o y letra: Te est¨¢ bien empleado por tonto.
Nuevamente trat¨¦ de salir, dispuesto a no volver a caer en ninguna a?agaza, pero esta vez encontr¨¦ la puerta cerrada, de modo que volv¨ª a tumbarme en la piltra.
Transcurrieron varias horas, que dediqu¨¦ a buscar posibles m¨¦todos de fuga y, no habiendo hallado ninguno, a dormir la siesta, hasta que se abri¨® la puerta y entr¨® un individuo vestido con bata blanca y provisto de estetoscopio, el cual, tras identificarse como m¨¦dico internista y tambi¨¦n odont¨®logo, me auscult¨®, me hizo sacar la lengua y me dio el alta.
Cuando se dispon¨ªa salir, le pregunt¨¦ d¨®nde me encontraba y qu¨¦ hab¨ªa sido de los dem¨¢s ocupantes de la nave. Respondi¨® que todos estaban bastante bien y que nos encontr¨¢bamos en la estaci¨®n espacial Aranguren, bajo la generosa protecci¨®n de su jefe supremo, el Invicto Almirante Sinegato.
Martes 1 de julio
Aclaradas todas las inc¨®gnitas de este singular episodio, cuyo final, por una serie de peque?os errores y malentendidos, ha resultado m¨¢s favorable que el producido por la diligente ejecuci¨®n del plan mejor pensado, pues nos encontramos sanos y salvos en la estaci¨®n espacial a la que nos dirig¨ªamos y adonde no deber¨ªamos haber llegado, seg¨²n los c¨¢lculos, hasta dentro de tres d¨ªas.
La estaci¨®n espacial Aranguren es un ingenio de los llamados 'de cuarta generaci¨®n', es decir, los que se construyeron a principios de este siglo con los desechos de las tres generaciones precedentes. Debido a este origen subsidiario, estas estaciones espaciales tienden a ocultar las deficiencias de su funcionamiento interno bajo un dise?o vistoso y arriesgado, por lo que reciben muchos visitantes a lo largo del a?o. La mayor¨ªa de ellas fueron construidas sin prop¨®sito alguno, s¨®lo para dar salida al ingente material proveniente del desguace y emplear al numeroso personal desocupado a ra¨ªz de la crisis del sector. Sin embargo, y en contra de todas las previsiones, la mayor¨ªa de estaciones de esta etapa han alcanzado un cierto grado de desarrollo econ¨®mico que les permite sobrevivir con escasa ayuda oficial.
La estaci¨®n espacial Aranguren es un claro ejemplo de lo dicho. Construida para llevar una existencia parasitaria y marginal, goza en cambio de excelente fama, gracias a la gesti¨®n impecable de sus autoridades. En las estad¨ªsticas concernientes a higiene, nivel de vida, confort y educaci¨®n ocupa un lugar alto, y en dos ocasiones ha sido elegida, por la calidad de sus servicios y la eficiencia y afabilidad de sus habitantes, Estaci¨®n Espacial del A?o. Su econom¨ªa est¨¢ basada en dos talleres de reparaci¨®n de motores y fuselaje, una planta de producci¨®n y embotellamiento de agua p¨²trida, una planta de hidrataci¨®n y esponjamiento de f¨®siles c¨¢rnicos y un internado donde se imparten cursos de verano en seis o siete idiomas.
Su mandatario, que en esta ocasi¨®n ostenta el escueto t¨ªtulo de 'jefe', es el almirante Sinegato, a quien esta misma noche tendr¨¦ ocasi¨®n de conocer en el curso de una cena que me ha ofrecido en su propia habitaci¨®n.
Mismo d¨ªa por la noche
Hab¨ªa tenido ocasi¨®n de ver la imagen del almirante en las numerosas fotograf¨ªas que adornan todas las dependencias de la estaci¨®n espacial, as¨ª como los corredores, e incluso la mesilla de noche del camarote que me ha sido asignado. En estas fotograf¨ªas el almirante aparece como un hombre risue?o, bajo, gordo y calvo. En persona es taciturno, alto y delgado y, en general, de mejor aspecto. ?l mismo me ha explicado que las fotos han sido ligeramente retocadas para ofrecer al p¨²blico una imagen m¨¢s llana y familiar de s¨ª mismo. Est¨¢ casado y tiene muchos hijos, pero s¨®lo ve a su familia un d¨ªa al mes, porque sus ocupaciones no le permiten ocuparse de los suyos con mayor frecuencia. Incluso ese d¨ªa excepcional se lo pasa hablando por tel¨¦fono y despachando la correspondencia atrasada. Es muy trabajador y frugal: apenas duerme, come poco y de pie, no tiene amigos.
Al t¨¦rmino de la cena a la que he sido invitado y de la que soy ¨²nico comensal, pues el almirante Sinegato se limita a beber un zumo de pepino, le pregunto extra?ado c¨®mo es posible que el gobierno de una estaci¨®n espacial, que normalmente es una sinecura, le d¨¦ tantos quebraderos de cabeza, y responde con una sonrisa enigm¨¢tica y burlona que me lo explicar¨¢ a la ma?ana siguiente.
Acto seguido le pido me refiera lo sucedido con el ataque a la nave y su providencial intervenci¨®n, sin la cual sin duda habr¨ªamos ca¨ªdo en manos de piratas o de tratantes de esclavos. Su sonrisa se acent¨²a y confiesa que no hubo tal ataque, sino s¨®lo una simulaci¨®n muy bien orquestada por ¨¦l mismo. Con esta lac¨®nica respuesta da por zanjado el asunto as¨ª como la velada, pues quehaceres inaplazables le reclaman. Me da las buenas noches, me cita para la ma?ana siguiente a muy temprana hora y se va.
No habiendo nada m¨¢s que hacer, regreso a mi camarote, redacto este grato Informe y me voy a dormir.
Mi¨¦rcoles 2 de julio
Una m¨²sica estridente me despierta y una voz me recuerda que el d¨ªa es para trabajar y la noche para descansar, y no al rev¨¦s. Mientras el servicio de megafon¨ªa propone unos ejercicios de calistenia, me aseo, me visto y acudo al refectorio.
En el refectorio no hay nadie, pero encuentro en la mesa un austero desayuno. Me niego a creer que sea de nuevo una trampa y me lo como todo. Cuando lo he acabado sin experimentar s¨ªntoma alguno de intoxicaci¨®n aparece el almirante Sinegato y me dice que lo acompa?e, pues desea mostrarme algo de gran inter¨¦s para m¨ª, as¨ª como darme una noticia que, seg¨²n sus propias palabras, 'cambiar¨¢ el curso de mi vida'.
Le sigo sin rechistar por un largo corredor, al final del cual hay una puerta oculta tras un panel de falso revestimiento. El almirante pulsa un timbre, la puerta se abre, entramos en un ascensor a botones, como los que hab¨ªa en los edificios en la era Etnol¨®gica. Este ascensor se desliza suavemente por unos rieles colocados verticalmente y de este modo realiza un camino descendente. Luego se detiene, la puerta se abre y nos encontramos en una sala gigantesca totalmente cubierta de mesas, muy juntas las unas de las otras, a las que se sienta un centenar de personas vestidos con bata blanca. Cada una de estas personas tiene ante s¨ª una pantalla que emite luz y por la que desfilan cifras y letras.
Mi asombro va en aumento, pues yo cre¨ªa, como todo el mundo, que este tipo de monitores, relacionados con la electr¨®nica, hab¨ªa dejado de existir a ra¨ªz de la Revoluci¨®n que puso fin a la era Etnol¨®gica y principio a la nuestra. El almirante Sinegato responde en tono de benevolencia que, en efecto, as¨ª fue, pero no de un modo tan rotundo como yo supongo.
Continuar¨¢
www.eduardo-mendoza.com
Cap¨ªtulo anterior | Cap¨ªtulo siguiente
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.