LA ISLA OLVIDADA DE LOS BRUJOS
El archipi¨¦lago de Chilo¨¦ constituye un universo asombroso que poco o nada tiene que ver con el resto de Chile: la brujer¨ªa y el animismo protagonizan una vida cotidiana autosuficiente en la que hasta los cerdos se alimentan de patatas.
El personaje m¨¢s c¨¦lebre de Chilo¨¦ es el Trauco, un hombrecito de no m¨¢s de 60 cent¨ªmetros, deforme, grueso, que jam¨¢s se separa de un hacha de piedra y que es capaz de derribar un ¨¢rbol con tres golpes. Se extas¨ªa ante la naturaleza, odia a los hombres y adora a las doncellas. ?sa es su fama: deja encintas a todas las chicas que se cruzan delante de sus narices. El Trauco es una de las incontables mitolog¨ªas que pueblan esta isla no como cosa del pasado, sino como parte de la vida m¨¢s cotidiana, en las conversaciones del d¨ªa a d¨ªa, en las fondas y en las plazas. Ni siquiera los adolescentes niegan su existencia, aunque vean televisi¨®n por cable y lleven walkmans taiwaneses y camisetas con la efigie rockera de Madonna. Todav¨ªa son muchas las chilotas que jurando y rejurando atribuyen sus embarazos a los embrujos del Trauco.
Y es que la isla de Chilo¨¦ -que en rigor es un archipi¨¦lago situado a 1.000 kil¨®metros de Santiago- constituye un universo aparte en el que sus gentes siembran patatas, tejen ponchos o mariscan en los fiordos con un trasfondo de mitos y leyendas en las que el arte de la brujer¨ªa y el animismo no son menos reales que los boletines meteorol¨®gicos siempre lluviosos. Apenas uno baja del ferry, ¨²nico medio de transporte para llegar a la isla principal (que tiene 180 kil¨®metros de longitud; es la segunda m¨¢s grande de Suram¨¦rica), descubre que el Trauco es tan omnipresente como la Fiura, una mujer que vive en los pantanos de los bosques y que acostumbra a ba?arse en las vertientes, donde peina su abundante cabellera, con la que enga?a a los mancebos en un sortilegio implacable. Tambi¨¦n ella es utilizada como coartada de adolescentes para explicar alg¨²n desdichado episodio ven¨¦reo.
Entre los chilotes prevalece la convicci¨®n de que brujo puede ser cualquiera (aunque ninguno lo puede decir, porque muere en el acto) y, como hay que estar atentos, se debe poner boca abajo una taza o una escoba detr¨¢s de la puerta. Por lo mismo, jam¨¢s se deben tirar mariscos al mar, ni hay que meterse en un bosque virgen por la noche, pues acarrea desgracia (Chilo¨¦ es uno de los escasos lugares del mundo en los que todav¨ªa hay bosques v¨ªrgenes). Uno de los mitos m¨¢s arraigados en la isla es el Caleuche, un buque-fantasma en el que tienen lugar fastuosas fiestas al son de m¨²sicas embriagantes: inspirado en las primeras expediciones de barcos holandeses y espa?oles hacia 1550, al Caleuche se le atribuye la responsabilidad cuando se extrav¨ªa un pescador. Similar ra¨ªz europea tienen otros seres de la mitolog¨ªa chilota, como la Pincoya, una deidad con rasgos equivalente a la sirena, y el basilisco, un culebr¨®n con cresta de gallo que succiona la flema de las personas dormidas.
La calidad de 'mundo aparte' de Chilo¨¦ llam¨® ya la atenci¨®n del navegante John Byron -abuelo del famoso poeta brit¨¢nico-, que en 1741 fue tra¨ªdo como prisionero a esta isla y dej¨®, en sus cr¨®nicas, el testimonio de un hombre perplejo. Pueblo a la vez pesquero y campesino, Chilo¨¦ fue llamado 'Nueva Galicia' por Mart¨ªn Ruiz de Gamboa, quien la recorri¨® exhaustivamente en 1566 y no pudo evitar el paralelo con su Galicia natal por el verde de los paisajes, la omnipresencia del mar y el clima fr¨ªo y h¨²medo.
Los habitantes originarios de la isla (las etnias de los chonos, dedicados a la pesca, y los huillinches, netamente agrarios) fueron cristianizados a la fuerza en misiones ordenadas por Felipe III a los jesuitas, primero, y a los franciscanos, despu¨¦s. Pero fueron los jesuitas, que desembarcaron en Chilo¨¦ en 1608 y que fueron expulsados en 1767, quienes dejaron una huella m¨¢s significativa, como las 69 iglesias chilotas, que tienen la peculiaridad de estar construidas ¨ªntegramente en madera, incluyendo sus santos, sus naves centrales, sus crucifijos y sus retablos. (Todo en Chilo¨¦, hasta el olor, es de madera. Salvo el fuerte San Miguel de Ahui, ubicado al noroeste de la isla, que fue el ¨²ltimo reducto en poder de los espa?oles en Am¨¦rica del Sur: s¨®lo fue recuperado por la joven rep¨²blica chilena en 1826, 16 a?os despu¨¦s de la declaraci¨®n de independencia).
Todo esto deriv¨® en el sincretismo religioso que pervive hasta hoy. Una de las manifestaciones populares m¨¢s esperadas, cada a?o, son los Ngillatunes, una especie de procesi¨®n donde la figura de Cristo comparte el protagonismo junto a iconos y danzas mapuches. En estas fiestas, como en cualquier otra, uno de los momentos capitales es la preparaci¨®n del curanto, plato tradicional de la isla: se prepara en un hoyo que se hace en la tierra, recubierto de piedras calientes y grandes hojas de pangue (gunnera tinctoria), con pescados, mariscos y carnes, adem¨¢s de varios tipos de panes de patata, la omnipresente papa, que no por azar tiene or¨ªgenes hist¨®ricos aqu¨ª, donde se desarrollaron m¨¢s de 200 variedades.
En su libro El viaje del Beagle, Charles Darwin escribi¨®: 'He descubierto que los chilotes preparan la chicha, una especie de sidra. Por lo tanto es verdad, como remarca Humboldt, que en cualquier lugar el hombre encuentra medios para preparar alg¨²n tipo de brebaje del reino vegetal. Pero ni los ind¨ªgenas de Tierra del Fuego ni los de Australia han ido tan lejos en estas artes'. La chicha es una p¨®cima de manzana fermentada que con su sabor dulz¨®n suele enga?ar a los incautos: las resacas son temibles. Actualmente, en la isla se producen 200.000 litros al a?o, que son regurgitados casi ¨ªntegramente por sus 130.000 habitantes en los crudos meses invernales de julio y agosto. La chicha y el curanto est¨¢n en la base de la minga, un sistema de trabajo comunitario en el que se traslada una casa de un lugar a otro a trav¨¦s de los fiordos de la isla. La imagen resulta impresionante: una casa que avanza flotando sin que se mueva ni un solo mueble ni adorno en su interior. La tradici¨®n es que, despu¨¦s de los trabajos, los voluntarios se libren a diversos tipos de libaciones ofrecidos por el due?o de casa.
La persistencia y la fuerza de estas tradiciones se explica, en parte, por el aislamiento social y pol¨ªtico de Chilo¨¦, donde actualmente hay apenas un sem¨¢foro, en Ancud, rigurosamente evitado como la peste por sus habitantes m¨¢s antiguos. Ellos hablan en chilote, casi un dialecto surgido de la mezcla entre castellano y mapuche, lleno de locuciones cargadas de poes¨ªa. Chaicura, por ejemplo, significa 'sonido que hace el mar al golpear las piedras'; quetalmahue quiere decir 'lugar donde se hace el fuego en favor de otro'.
Sobre esta cultura, sin embargo, se cierne una amenaza: la construcci¨®n de un puente entre Chilo¨¦ y Puerto Montt (la deslavada ciudad continental m¨¢s pr¨®xima), prometido por el presidente Ricardo Lagos y anunciado por el Ministerio de Obras P¨²blicas para 2005. 'Ser¨ªa terrible', apunta Teresa Bustos Parra, marisquera de Ancud. 'Hoy ning¨²n chilote es pobre. Es verdad que aqu¨ª hay menos poder adquisitivo, pero las cosas valen un tercio de lo que cuestan en el continente y a nadie la falta nada esencial'.
En Chilo¨¦ no existen ni la cesant¨ªa ni la desnutrici¨®n. ?Si hasta los chanchos se alimentan de papas! La isla vive de la madera y de la le?a, pero hasta ahora sus bosques nativos se han regenerado sin problemas. ?Qu¨¦ va a pasar con el puente? Cuatro o cinco a?os de abundancia en los que todos los chilotes se van a volver locos. Y luego, nada. El p¨¢ramo. Como ya hicieron en Punta Arenas, donde se llevaron las centollas, las cholgas, los erizos, y los bosques los convirtieron en chips. ?Quieren hacer lo mismo con Chilo¨¦?'.
Pablo Az¨®car (San Fernando, Chile, 1959) es periodista y escritor. Ha publicado, entre otros t¨ªtulos, El se?or que aparece de espaldas (Alfaguara).

Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.