Macroterrorismo
Hacia 1980, por razones que ignoro, el sector cultural de la Embajada francesa en Madrid me otorg¨® un trato muy favorable, haci¨¦ndome amigo de honor del Instituto Franc¨¦s e invit¨¢ndome cuando llegaba a Madrid alguna personalidad de relieve. Una de ellas fue Fran?ois Furet. En la cena a tres, la conversaci¨®n gir¨® en torno a la cuesti¨®n vasca y yo se?al¨¦ la impunidad que, a mi juicio, disfrutaba ETA en el Pa¨ªs Vasco franc¨¦s, citando el ejemplo de un familiar que hab¨ªa recibido el requerimiento para pagar el impuesto revolucionario. En la carta se indicaba con toda tranquilidad: 'Pregunte por nosotros en alguno de los bares vascos de San Juan de Luz'.
L¨®gicamente, aquella informaci¨®n fue juzgada pol¨ªticamente incorrecta y las invitaciones se acabaron. Pero la an¨¦cdota refleja un problema m¨¢s amplio incluso que la inhibici¨®n de Francia ante el problema terrorista espa?ol en los primeros a?os de la democracia. Se trata de la tendencia de los Estados, y en ocasiones tambi¨¦n de los agentes de la comunicaci¨®n social, a mirar el terrorismo en los dem¨¢s como un problema ajeno, en torno al cual se buscan excusas para evitar el propio compromiso o se aplican reglas de una peque?a raz¨®n de Estado que aconseja no implicarse para no experimentar as¨ª riesgo alguno. Ser¨ªan ejemplo de ello las actitudes registradas en Portugal y en B¨¦lgica sobre el tema vasco, o el respeto mostrado por algunas corresponsal¨ªas prestigiosas neg¨¢ndose un a?o tras otro a calificar ni una vez a ETA de organizaci¨®n terrorista; ser¨ªa 'independentista' o 'separatista', como EA o ahora el PNV, con lo cual, ante la opini¨®n p¨²blica francesa, el terror quedaba relegado al papel de efecto del 'contencioso vasco'.
La acci¨®n macroterrorista del 11 de septiembre viene a recordarnos a todos brutalmente que el terrorismo es siempre una forma perversa de actuaci¨®n pol¨ªtica, que degrada de modo irreversible la racionalidad de una causa, por justa que ¨¦sta sea. Una vez entrado en la v¨ªa del terror, el grupo o la organizaci¨®n que se implica en el mismo acaba subordinando sus fines y toda su acci¨®n al n¨²cleo de violencia y de destrucci¨®n que caracteriza a la estrategia terrorista. Lo se?al¨¦ cr¨ªticamente hace unos d¨ªas para los atentados suicidas palestinos, al mismo tiempo que subrayaba la responsabilidad criminal de Ariel Sharon en la evoluci¨®n tr¨¢gica seguida ¨²ltimamente por la confrontaci¨®n. En el terreno de la historia, ETA es un ejemplo perfecto de esa deshumanizaci¨®n radical de una causa, tal y como se?alaba Yoyes en su diario. Pero no es el ¨²nico. Entre 1917 y 1939, los grupos anarquistas experimentaron en Espa?a un descenso a los infiernos similar, convirtiendo a sus l¨ªderes, seg¨²n proclamaba orgullosamente Juan Garc¨ªa Oliver, el socio del mitificado Durruti, en 'los reyes de la pistola obrera de Barcelona'. Reyes de la violencia y de la muerte, en nombre de un ideal de paz.
La superaci¨®n del marco nacional para la acci¨®n antiterrorista es, pues, imprescindible. Sin una respuesta eficaz, basada en la coordinaci¨®n de esfuerzos a escala mundial, el asesinato de masas puede convertirse en un recurso habitual para los movimientos pol¨ªticos cuyo fondo es la violencia. Y no cabe admitir la impunidad para las organizaciones y los Estados que impulsen o amparen el desarrollo del terror.
Otra cosa es atribuir de antemano a las sociedades o Gobiernos que lo sufren una condici¨®n ang¨¦lical. Resulta err¨®neo, en la l¨ªnea de Bush o de Aznar, aislar al terrorismo y olvidar las injusticias que en alg¨²n caso, como en Palestina, pueden provocar inevitablemente la desesperaci¨®n de amplios colectivos. 'Todos somos norteamericanos' es hoy una declaraci¨®n justa. Pero no menos hubiera sido pertinente proclamar 'todos somos palestinos' frente a la pol¨ªtica de Sharon (o israel¨ªes, al producirse los atentados contra civiles). Sin un criterio de justicia en la actuaci¨®n internacional de Estados Unidos y del mundo occidental, los g¨¦rmenes de la barbarie seguir¨¢n desarroll¨¢ndose.
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