El gran Giuliani
El alcalde de Nueva York multiplica su estatura pol¨ªtica tras los ataques
Rudolph Giuliani era un hombre debilitado por el c¨¢ncer de pr¨®stata, un alcalde que en los meses finales de su mandato tend¨ªa a extremar sus defectos hasta la caricatura: intolerante, antip¨¢tico, despectivo con la prensa y risible por el vodevil en que hab¨ªa convertido los continuos conflictos entre su esposa y su amante. Hasta el martes. De los escombros del World Trade Center emergi¨® un gigante, el gran l¨ªder con que los neoyorquinos -quiz¨¢ todos los estadounidenses- pod¨ªan contar en unos momentos terribles.
Escap¨® por unos metros del desplome de las Torres Gemelas (se encontraba a dos esquinas del lugar) y, aun cubierto de polvo, hizo un llamamiento a la calma. Est¨¢ en todas partes, lo sabe todo, mantiene la serenidad, y sus zapatos embarrados son el s¨ªmbolo de la resistencia. El diario The New York Times, que le criticaba ferozmente, dice ahora de ¨¦l que es 'Winston Churchill con una gorra de b¨¦isbol'. Entre la sangre, el sudor y las l¨¢grimas, ha prometido la victoria. Y nadie es capaz de dudar de su palabra.
En las horas cr¨ªticas del martes, mientras George W. Bush permanec¨ªa oculto, Rudy Giuliani parec¨ªa un bombero m¨¢s. Asumi¨® riesgos, consol¨® personalmente a los heridos extra¨ªdos de las ruinas y fue el primero en lanzar un mensaje bals¨¢mico: 'Todo es ya seguro en la ciudad. Que cada uno', dijo, 'se dedique a lo suyo. Quiero que Nueva York constituya la demostraci¨®n, ante el resto del pa¨ªs y el resto del mundo, de que el terrorismo no puede detenernos'. Eso era exactamente lo que una ciudad y un pa¨ªs conmocionados necesitaban escuchar. Las palabras de Giuliani sonaron con una fuerza especial porque las pronunciaba alguien que, como los heridos o las fuerzas de rescate, estaba manchado de humo y polvo.
El mi¨¦rcoles fue capaz de comparecer ante las c¨¢maras de televisi¨®n en intervalos de una hora, durante toda la jornada, para ofrecer informaci¨®n. Vest¨ªa una chaqueta de los servicios de emergencia y una gorra del departamento de bomberos. Su afici¨®n a disfrazarse hab¨ªa sido objeto de burla en innumerables ocasiones, pero ese mi¨¦rcoles de ceniza le sirvi¨® para demostrar que era el jefe directo de las tareas de rescate. 'No hay ninguna duda sobre qui¨¦n es el hombre al mando. Nos hemos enfrentado mucho con ¨¦l por cuestiones salariales, pero en este momento es el mejor l¨ªder que podemos desear', dijo el sargento de bomberos Michael Narran.
Giuliani no necesita notas, ni nadie que le susurre datos en sus comparecencias. Lo sabe todo, conoce la ciudad hasta el ¨²ltimo detalle y est¨¢ al corriente de las ¨²ltimas noticias: qui¨¦n carece de electricidad, cu¨¢ntos cad¨¢veres han aparecido, en qu¨¦ hospital hacen falta jeringuillas. Ha sido alcalde durante casi ocho a?os y antes fue el fiscal que quebr¨® el poder de la mafia en Nueva York; nada se le escapa.
Era un republicano tan sectario que ni siquiera sus compa?eros de partido, como el gobernador George Pataki, pod¨ªan soportarle. Pero Pataki se ha convertido en su sombra y le acompa?a en silencio a todas partes, reconociendo que Giuliani es el jefe indiscutible.
Hillary Clinton, con quien estuvo a punto de competir por un puesto en el Senado (su salud y sus conflictos matrimoniales se lo impidieron ) y a quien durante meses dedic¨® los ep¨ªtetos m¨¢s crueles, se abraz¨® largamente a Rudolph Giuliani tras una reuni¨®n privada. La senadora dem¨®crata no tiene m¨¢s que palabras de admiraci¨®n para el hombre que est¨¢ sacando a Nueva York del abismo.
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