Pel¨ªculas
Aunque nadie se ha tomado la molestia de demostrar p¨²blicamente la culpabilidad de Bin Laden, pocos ciudadanos cuestionan su participaci¨®n en el ataque contra las Torres Gemelas. En un juicio con garant¨ªas las acusaciones de Estados Unidos tendr¨ªan el mismo valor que las palabras del acusado negando su autor¨ªa. Claro que en un juicio con garant¨ªas resultar¨ªa intolerable que la v¨ªctima de un atentado se erigiese en juez del terrorista. No s¨¦ si alg¨²n magistrado aceptar¨ªa como pruebas los indicios que Estados Unidos dice tener contra su antiguo aliado, pero estoy seguro de que en un supuesto juicio Bin Laden ser¨ªa condenado a muerte por el Gran Jurado. Los estadounidenses, acostumbrados al argumento de los telefilmes, necesitan que el Justiciero Infinito se imponga al Pr¨ªncipe de las Tinieblas para paliar as¨ª una m¨ªnima parte de su sufrimiento. De hecho, la peor noticia que los ciudadanos estadounidenses podr¨ªan recibir es que el Gobierno de Afganist¨¢n accede a todas las pretensiones de Bush y entrega al terrorista, anulando de este modo el apote¨®sico final que reclama la audiencia.
La espectacularidad del atentado ha contribuido a que todos percibamos la realidad como si fuera un telefilme, tendencia a la que siempre hemos sido muy proclives: los caballeros medievales ya imitaban a sus h¨¦roes de ficci¨®n organizando arriesgados torneos en los que a veces perd¨ªan la vida y que a su vez serv¨ªan de modelo para los escritores de libros de caballer¨ªas. El riesgo de no establecer fronteras entre la realidad y la fantas¨ªa es que cuando el argumento de la vida no coincide con las pautas habituales de la televisi¨®n, tendemos a corregir la vida ajust¨¢ndola a las leyes de la ficci¨®n y provocando efectos desastrosos. Erasmo de Rotterdam y otros muchos humanistas del Renacimiento renegaron de los libros de imaginaci¨®n porque seg¨²n ellos interfer¨ªan el entendimiento de la realidad, y dificultaban el funcionamiento de la raz¨®n. Hoy sabemos que en las ¨¦pocas de guerra la industria cinematogr¨¢fica desempe?a un importante papel propagand¨ªstico, y que en ¨¦poca de paz el cine y los programas de televisi¨®n moldean la sensibilidad del espectador e inducen en ¨¦l comportamientos y opiniones determinadas.
Al mismo tiempo que Estados Unidos acusaba a Bin Laden con pruebas desconocidas, en M¨¢laga Dolores V¨¢zquez era acusada del asesinato de Roc¨ªo Wanninkhof sin que existieran tampoco, de acuerdo con algunos juristas que han seguido el caso, pruebas concluyentes sobre las que apoyar una sentencia tan dura. El jurado popular, que carece de herramientas profesionales para protegerse de la nociva influencia de los folletines period¨ªsticos y de los argumentos de telefilme, tiende a impedir que las sutilezas del Derecho estropeen la acci¨®n de la justicia po¨¦tica. Y m¨¢s si se trata de un culebr¨®n en el que una mujer con cara de malvada mata en un descampado a la hija de su amante. Este crimen y el de las Torres Gemelas necesitan sus culpables. Una vez que ambos han sido encontrados, m¨¢s por exigencia de los telespectadores que por la fuerza de los hechos probados, s¨®lo cabe esperar que Dolores V¨¢zquez y Bin Laden sean, por el bien de todos, los malos de sus respectivas pel¨ªculas.
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