Comprender el mensaje del 11 de septiembre
'Una declaraci¨®n de guerra', dec¨ªa la primera p¨¢gina de The Guardian. 'Esto es como Pearl Harbour', fue la reacci¨®n de muchos estadounidenses en la calle. Pero esto no era una guerra, en el sentido cl¨¢sico. No era Pearl Harbour porque los tiempos de los ataques de potencias extranjeras quedaron atr¨¢s. El verdadero mensaje de la imposible tragedia del 11 de septiembre es que vivimos en un mundo interdependiente en el que ning¨²n territorio, por rico y poderoso que sea, se puede aislar de la cat¨¢strofe.
No es el comienzo de una guerra porque no hay nadie a quien atacar. Puede que haya sido Osama Bin Laden o varios grupos isl¨¢micos militantes. Pero nadie lo sabe, todav¨ªa, y puede que nunca lo sepamos. La ¨²nica consecuencia de encontrar un Estado extranjero a quien echar la culpa, digamos Afganist¨¢n, ser¨ªa empeorar la situaci¨®n. Las represalias desde el aire matar¨¢n a m¨¢s gente a¨²n y crear¨¢n m¨¢s j¨®venes alienados listos para convertirse en bombarderos suicidas.
Vivimos en un mundo en el que la anticuada guerra entre Estados se ha vuelto anacr¨®nica. En realidad, ¨¦ste puede ser el aut¨¦ntico significado de la globalizaci¨®n. Y quiz¨¢ sea por esto por lo que hemos tomado conciencia de la globalizaci¨®n despu¨¦s del final del ¨²ltimo gran choque mundial, la guerra fr¨ªa. Vivimos en un mundo en el que los Estados ya no utilizan la amenaza ¨²ltima de la guerra como forma de decidir las relaciones internacionales. Hoy d¨ªa, los Estados siguen siendo importantes, pero se mueven en un mundo menos dominado por el poder¨ªo militar que por los complejos procesos pol¨ªticos que afectan a instituciones internacionales, empresas multinacionales, grupos de ciudadanos y, de hecho, a fundamentalistas y terroristas.
El final de la guerra a la antigua usanza no significa el final de la violencia. En cambio, estamos siendo testigos del surgimiento de nuevos tipos de violencia, justificados en el nombre del fundamentalismo de una clase o de otra, y perpetrados contra civiles. En estas 'nuevas guerras', el objetivo ya no es la victoria militar. La estrategia consiste m¨¢s bien en obtener poder pol¨ªtico sembrando el miedo y el odio, creando un clima de terror. Los nuevos empresarios de la violencia pueden tener como aliados a algunos Estados, pero esto no es el 'choque de civilizaciones'. No es el mundo civilizado contra el fundamentalista. En el mundo de hoy, lo civilizado y lo no civilizado conviven hombro con hombro, en Estados Unidos y en Afganist¨¢n, en Israel y en Palestina, en Belfast y en Londres.
Estas 'nuevas guerras' tienen tendencia a extenderse a trav¨¦s de las fronteras y del tiempo. Se aceleran en las organizaciones de criminales y extremistas. Se propagan por medio del trauma y de la inseguridad que generan, y por medio de los intereses creados de los nuevos empresarios. Y son 'guerras' que, por estas mismas razones, resultan muy dif¨ªciles de acabar.
?ste es el tipo de violencia que sufre Oriente Pr¨®ximo, ?frica, los Balcanes, el Pa¨ªs Vasco e Irlanda del Norte, e incluso las ciudades del interior de Estados Unidos. Pero hasta ahora ha existido la ilusi¨®n de que Estados Unidos era m¨¢s o menos inmune. Estados Unidos estaba a gusto con la convicci¨®n de que las guerras suced¨ªan en otro sitio. Ha sido capaz de mantener el mito, tan importante para la psique estadounidense, de que sigue habiendo guerras del tipo de la II Guerra Mundial, en las que los Estados virtuosos venc¨ªan a los Estados malvados, y Estados Unidos puede actuar como l¨ªder de los Estados virtuosos desde lejos. La Defensa Nacional Antimisiles es parte de este mito; permitir¨ªa a Estados Unidos bombardear desde la distancia a Estados malvados con la seguridad de saber que su territorio est¨¢ protegido.
Los nuevos tipos de guerra no se pueden acabar con medios militares. No hay respuestas f¨¢ciles, pero los ¨²nicos planteamientos posibles son pol¨ªticos; contestar a la siembra de miedo y odio con una estrategia que consista en ganar corazones y mentes: reconstruir una legitimidad global como alternativa al fundamentalismo y el exclusivismo. No hay mucho que se pueda hacer inmediatamente como reacci¨®n a lo sucedido el 11 de septiembre. Pero reconocer que vivimos en un mundo interdependiente ser¨ªa un comienzo. Los atacantes eran criminales, no enemigos militares, y deben ser tratados como criminales, conforme al derecho internacional, no a trav¨¦s de la ilusi¨®n de una guerra. Hay que cooperar en los esfuerzos por apresarles y llevarles ante la justicia. Y hay que cooperar en los esfuerzos por resolver problemas que tienen hondas ra¨ªces y que dan lugar a esa clase de rabia, desesperaci¨®n y de fanatismo que se utilizan para justificar estos horrores.
El mayor peligro es que Estados Unidos no comprenda el mensaje. La tentaci¨®n de movilizar el fervor patri¨®tico, de revivir el esp¨ªritu de Pearl Harbour, podr¨ªa desembocar en una guerra contra enemigos inventados, lo que dar¨ªa a los promotores de la violencia m¨¢s material a¨²n para su siguiente aventura sanguinaria. O podr¨ªa conducir a un aislacionismo a¨²n mayor, y levantar murallas imaginarias alrededor de Estados Unidos, y a intentar ignorar los conflictos, los problemas y los desastres en el resto del mundo, que, en la pr¨¢ctica, no es posible mantener al otro lado de los muros. El 11 de septiembre algo cambi¨® en el mundo. ?Podemos esperar otro siglo violento, en el que la violencia sea generalizada y continua, en contraste con los estallidos de destrucci¨®n estatal que caracterizaron al siglo XX? Porque ¨¦sas ser¨¢n las consecuencias si no se comprende el mensaje del 11 de septiembre. El mundo es un lugar muy peligroso. Lo mejor que podemos esperar es que surja una nueva comprensi¨®n tras la cat¨¢strofe, que la destrucci¨®n de las Torres Gemelas del World Trade Center sirva de catalizador para un nuevo proyecto pol¨ªtico cuyo objetivo sea encontrar una alternativa de cooperaci¨®n global.
Mary Kaldor es directora del programa del Departamento de Gobernanza Global en la London School of Economics y autora de New and old wars: organised violence in a global era. ? Mary Kaldor. Este art¨ªculo ha sido inicialmente publicado en OpenDemocracy.net como parte de un debate internacional en curso.
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