Washington, ciudad fantasma y herida
Consecuencia del atentado contra el Pent¨¢gono ha sido que mucha gente est¨¢ luchando por la supervivencia
El pasado domingo por la ma?ana, a las ocho y media, un turista solitario sali¨® de un hotel de lujo de Washington y llam¨® a un taxi. En cuesti¨®n de segundos, dos coches se deten¨ªan dando un frenazo ante la entrada del edificio, uno al lado del otro. Ante los ojos del at¨®nito turista y un portero del hotel, los dos conductores empezaron a gritarse mutuamente los peores insultos. Ambos eran negros: uno nacido en Estados Unidos, el otro, un inmigrante de ?frica occidental.
El portero, que despu¨¦s coment¨® que se hab¨ªa acostumbrado en los ¨²ltimos d¨ªas a intervenir en este tipo de pelea dial¨¦ctica, resolvi¨® la discusi¨®n a favor del estadounidense.
Cuando el turista entr¨® en el taxi, el conductor le pidi¨® disculpas por el desagradable incidente, pero dijo que llevaba esperando pacientemente delante del hotel desde las cinco de la ma?ana y que ¨¦ste era su primer trayecto. Luego murmur¨®, lo suficientemente alto como para que el turista pudiera o¨ªrle: '?Por qu¨¦ demonios no se vuelven estos tipos a ?frica?'.
Los 10.000 empleados del aeropuerto est¨¢n inactivos temiendo el despido
Las ventas de banderas son diez veces mayores que durante la guerra del Golfo, hace una d¨¦cada
La vida en Washington se ha vuelto dif¨ªcil desde los atentados terroristas del 11 de septiembre. Se puede calcular hasta qu¨¦ punto est¨¢n tensos los nervios de los habitantes de la capital de Estados Unidos frente a la depresi¨®n econ¨®mica que se ha dejado sentir bruscamente sobre la ciudad por la asombrosa e inesperada xenofobia demostrada por ese taxista norteamericano.
Al fin y al cabo, Washington es la capital de la naci¨®n que invent¨® lo pol¨ªticamente correcto. Y es adem¨¢s una ciudad en la que la mayor¨ªa negra de su poblaci¨®n, en muchos casos tan deseosa de llamar la atenci¨®n sobre sus ra¨ªces africanas, ha mostrado siempre la irreprimible tendencia a defenderse unos a otros, una complicidad que exhiben ante todo frente a una minor¨ªa blanca, en cuyas manos se concentra la mayor parte del poder y la riqueza de la ciudad.
En los ¨²ltimos d¨ªas se ha hablado mucho del nuevo esp¨ªritu de unidad de los norteamericanos. Es evidente que existe, como lo demuestra el florecimiento del mercado de banderas estadounidenses, cuyas ventas son diez veces mayores que durante la guerra del Golfo hace una d¨¦cada.
Ahora bien, los que no est¨¢n en el negocio de las banderas y, en concreto, esos habitantes de Washington como el airado taxista, cuyos ingresos dependen de los movimientos de personas que entran y salen de la ciudad, tienen preocupaciones m¨¢s inmediatas que la defensa de la patria. Preocupaciones tan urgentes, que los llamamientos al patriotismo o a la solidaridad de raza, de pronto, pierden relevancia.
Lucha por la supervivencia
Una consecuencia del ataque suicida contra el Pent¨¢gono de hace 15 d¨ªas, posiblemente imprevista, pero que debe de dar una gran satisfacci¨®n a los terroristas, es que hoy hay mucha gente en Washington que, de repente, se ha visto inmersa en una inquietante lucha por la supervivencia econ¨®mica.
El sector del taxi est¨¢ de capa ca¨ªda. Los conductores dicen que sus ingresos han disminuido en un 50 %. Los restaurantes, sobre todo aqu¨¦llos en los que se re¨²nen hombres de negocios y representantes de grupos de presi¨®n de fuera de la ciudad con miembros del aparato pol¨ªtico para almuerzos de trabajo, ya no exigen reservas por adelantado. Hay una cantidad de mesas libres escandalosamente grande en la mayor parte de los establecimientos del centro de la ciudad.
En cuanto a los alojamientos, los grandes hoteles que en esta ¨¦poca del a?o est¨¢n abarrotados de asistentes a congresos y conferencias, sus vest¨ªbulos evocan las im¨¢genes de los grandes museos vac¨ªos.
El Omni Shoreham, cuya ocupaci¨®n en septiembre suele ser del 85 %, ha descendido al 22 %. La mitad de los 25.000 empleados de los hoteles de la ciudad han perdido su puesto, seg¨²n la Asociaci¨®n de Hoteleros de Washington.
Esas personas que se est¨¢n quedando de repente en el paro son, normalmente, trabajadores a tiempo parcial o por horas, muchos de ellos inmigrantes llegados hace poco. Para ellos, en un pa¨ªs que no ofrece subsidio de desempleo, las perspectivas son catastr¨®ficas.
Especialmente si el coraz¨®n de la econom¨ªa local, el Aeropuerto Nacional de Washington, contin¨²a sin latir. Todos los males que padecen los taxistas, los restaurantes, los hoteles y muchas tiendas en Washington derivan del cierre de un aeropuerto que proporciona el ox¨ªgeno -en forma de 45.000 viajeros diarios- del que depende gran parte de la econom¨ªa de la ciudad.
Una visita al aeropuerto, ampliado y modernizado con unas obras de miles de millones de d¨®lares en los seis ¨²ltimos a?os, es una experiencia fantasmag¨®rica y posapocal¨ªptica; como si uno fuera el ¨²nico superviviente de un ataque de guerra biol¨®gica; totalmente vac¨ªo, sin una sola persona ni un solo avi¨®n a la vista.
La mayor¨ªa de los aeropuertos de las grandes ciudades est¨¢n, al menos, a media hora en coche del centro. El problema de Washington National -desde el punto de vista de la seguridad que no de la comodidad- es que est¨¢ a diez minutos. Est¨¢ pr¨¢cticamente dentro de la ciudad.
Tiene unas rutas de vuelo seg¨²n las cuales un avi¨®n que acabase de despegar o que se aproximara para aterrizar no necesitar¨ªa m¨¢s que 30 segundos apenas, pilotado por un comando suicida bien entrenado, para cambiar de rumbo y estrellarse contra la Casa Blanca, el Capitolio, el Departamento de Estado o el Pent¨¢gono.
Empleados preocupados
Mientras los inquilinos de esos venerables edificios deciden qu¨¦ hacer (y nadie sabe todav¨ªa cu¨¢ndo se reabrir¨¢ el aeropuerto, si es que lo hace), los 10.000 empleados del aeropuerto permanecen inactivos y profundamente preocupados por su futuro.
La compa?¨ªa a¨¦rea US Airways, que tiene su sede en Arlington, en las afueras de Washington, y que obtiene gran parte de sus ingresos del puente a¨¦reo con Nueva York, se ha visto obligada a despedir a 11.000 trabajadores, despu¨¦s de comprobar que el precio de sus acciones se reduc¨ªa a la mitad tras los sucesos del 11 de septiembre.
A pesar de que el Gobierno de Estados Unidos ha presentado una propuesta para ayudar a las compa?¨ªas a¨¦reas norteamericanas, no se sabe si la US Airways lograr¨¢ sobrevivir.
Entre tanto, tampoco nadie ha propuesto compensaciones para los restaurantes, los hoteles o los taxistas en la capital del pa¨ªs m¨¢s fuerte de la tierra, en una de cuyas zonas varias personas muy poderosas planean lo que les gusta calificar de 'nueva guerra' mundial.
En otra zona de la ciudad, y sin atraer tanto el inter¨¦s del p¨²blico, miles de v¨ªctimas del terrorismo se han visto obligados a doblar las rodillas, impotentes, cada vez m¨¢s desesperados y con la ruina como perspectiva inmediata.
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