Falsos consuelos
Buscar explicaciones del mal puede ser inevitable, ya que constituye nuestra ¨²nica fuente de consuelo. Susan Sontag, en un estudio sobre la forma en que nuestra sociedad ha percibido las enfermedades que en cada momento encarnaban la fatalidad, mostr¨® hace a?os c¨®mo una estrategia casi inevitable era la de culpabilizar a la v¨ªctima, atribuyendo a sus malos h¨¢bitos o a defectos de su car¨¢cter el mal que la golpeaba. En aquel momento se refer¨ªa al c¨¢ncer, y sab¨ªa de lo que hablaba, pero alg¨²n tiempo despu¨¦s el debate sobre el sida reforz¨® su razonamiento y le dio pie para un nuevo ensayo.
Ante los atroces hechos del 11 de septiembre, la tentaci¨®n ha reaparecido. Todos los condenan, pero algunos no pueden evitar que apunte la explicaci¨®n culpabilizadora: estos ataques de tan indecible crueldad ser¨ªan consecuencia, directa o no, de la creciente injusticia del mundo, de un orden internacional que produce desigualdad y pobreza crecientes, o del agravamiento de la situaci¨®n de los palestinos, a los que el Gobierno Sharon viene sometiendo a duros ataques militares en medio de la indiferencia o la pasividad de los pa¨ªses desarrollados, y en especial de Estados Unidos. Una frase lo resume: estos hechos son fruto de la desesperaci¨®n.
Esta explicaci¨®n, aun formulada en voz baja para no ofender a las v¨ªctimas, puede ser no s¨®lo una crueldad a?adida, sino sobre todo un p¨¦simo diagn¨®stico. Por lo que sabemos hasta ahora, a los autores materiales de los ataques no les mov¨ªa la desesperaci¨®n, sino el fanatismo. Ten¨ªan los recursos personales necesarios para haberse convertido dentro de su propia sociedad en profesionales con buenos ingresos: eligieron morir por su idea del mal y del bien, por su fe, no porque la vida no les ofreciera otras posibilidades. Pueden ser muestra de una clase media m¨¢s o menos frustrada, pero no vienen de los desheredados de la tierra.
Tampoco se puede pensar que su acci¨®n es consecuencia de los acontecimientos pol¨ªticos de los ¨²ltimos meses. Es bastante evidente que estos ataques exigieron un largo periodo para su planeamiento y ejecuci¨®n: no se improvisa en unas semanas un pu?ado de pilotos suicidas que puedan realizar las maniobras adecuadas para alcanzar sus objetivos, ni se les consigue situar dentro de Estados Unidos con la suficiente cobertura para evitar que sean descubiertos. Se ha hablado de que los atentados comenzaron a planearse hace cinco a?os, y no es una cifra inveros¨ªmil. Dicho de otra forma, aunque la pobreza en el mundo se hubiera reducido en los ¨²ltimos a?os, y una paz justa permitiera ya la convivencia entre palestinos e israel¨ªes, estos ataques podr¨ªan haberse producido igualmente.
Si Bin Laden ha sido el cerebro de estos hechos, la entrevista de Robert Fisk para The Independent (publicada en EL PA?S del 16 de septiembre) nos muestra a un hombre para el que los acontecimientos mundanos s¨®lo cuentan en la medida en que vienen a confirmar sus argumentos de fe: los gobernantes saud¨ªes traicionaron al Islam al permitir la entrada de infieles (tropas norteamericanas) en suelo sagrado, y las dificultades econ¨®micas actuales del pa¨ªs son s¨®lo una se?al para que la poblaci¨®n los rechace. El razonamiento es religioso, ni pol¨ªtico ni social.
Por descontado, ning¨²n acuerdo de paz sobre Palestina podr¨ªa haber evitado estos ataques si la l¨®gica es ¨¦sta. La ofensa es la existencia de Israel, no la condici¨®n en la que se encuentran los palestinos. Los golpes que han alcanzado a Nueva York y Washington no son acciones estrat¨¦gicas dentro de un conflicto pol¨ªtico, sino castigos a una naci¨®n culpable. No se intenta provocar una negociaci¨®n o un acuerdo, sino el simple castigo p¨²blico del mal. Por ello, estas acciones no han sido reivindicadas y probablemente no lo ser¨¢n, como no lo fueron los atentados de Kenia, Tanzania o Yemen. El agresor no pretende ser un actor o interlocutor pol¨ªtico, sino nada menos que la justicia de Dios.
M¨¢s complicado es saber c¨®mo han aparecido fen¨®menos como ¨¦ste, y tambi¨¦n aqu¨ª es grande la tentaci¨®n de culpabilizar a Estados Unidos por su apoyo al fundamentalismo isl¨¢mico para combatir a los sovi¨¦ticos en Afganist¨¢n. Ciertamente se trat¨® de una enorme irresponsabilidad pol¨ªtica, una de tantas que cabe achacar a cualquier potencia hegem¨®nica cuando la realpolitik sustituye a los principios. Pero Bin Laden, en particular, no parece haber sido una criatura de la CIA, seg¨²n las fuentes que maneja Chris Blackhurst (tambi¨¦n para The Independent, 16 de septiembre).
En los ¨²ltimos a?os, muchos espa?oles se han visto en la necesidad de explicar a interlocutores de otros pa¨ªses que ETA no es el resultado de la existencia de un problema vasco, sino que ETA es el problema vasco. Las organizaciones terroristas surgen en un momento dado y en unas circunstancias determinadas, que en ning¨²n sentido las hacen inevitables, pero adquieren despu¨¦s una din¨¢mica fatal que las lleva a permanecer independientemente de que aquellas circunstancias cambien radicalmente. El terrorismo fundamentalista que ha provocado la tragedia del 11 de septiembre no es consecuencia inevitable (o previsible) de nada, y debe ser combatido en s¨ª mismo, no como s¨ªntoma de alg¨²n mal m¨¢s profundo.
El crecimiento de la pobreza y la desigualdad durante los ¨²ltimos veinte a?os constituye un desastre social que en el futuro causar¨¢ asombro y verg¨¹enza. Las brutales acciones de castigo de Sharon deber¨ªan ser condenadas por Estados Unidos y Europa, como lo son los actos de terror suicida en los que mueren ni?os y j¨®venes israel¨ªes. Y, ciertamente, las acciones de Estados Unidos y los aliados en esta nueva guerra declarada contra el terrorismo internacional deben ser cautelosas y medidas para evitar da?os a inocentes y a pueblos ya sumidos en situaciones muy graves. Pero todas estas afirmaciones se derivan de un elemental sentido de la justicia y de la prudencia, y no deben utilizarse como falsas explicaciones sobre el origen del mal.
Ludolfo Paramio es profesor de investigaci¨®n en la Unidad de Pol¨ªticas Comparadas del CSIC.
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