Las guerras colaterales
La guerra de Afganist¨¢n es como una caja china de esas que, abierta la primera, ¨¦sta contiene otra, y la siguiente, otra m¨¢s, hasta donde d¨¦ la geopol¨ªtica pos-bipolar.
Y en esa sucesi¨®n de envoltorios cabe identificar una serie de competencias internas a la refriega afgana, como son la guerra de Rusia contra Chechenia, en la que la primera lleva ya una cabeza de ventaja a la guerrilla musulmana por haber acudido, presto, al llamamiento occidental; de India y Pakist¨¢n, ambos miembros de la coalici¨®n, el primero con fervor laico y el segundo cargado de Angst islamista, de todo lo que Delhi desear¨ªa sacar la marca inapelable de terroristas para los guerrilleros paquistan¨ªes en Cachemira; de China y Taiwan, con la gran potencia asi¨¢tica muy en primera l¨ªnea para nerviosismo de Taipeh, cuyo concurso no parece necesario en la guerra, y hasta de Jap¨®n, con su propio pasado, quiz¨¢ para graduarse un d¨ªa de naci¨®n de nuevo militarizada.
Pero, de todas esas guerras que la de Kabul acarrea en la bolsa como un canguro, la decisiva es la de ¨¢rabes y jud¨ªos.
De un lado, el primer ministro israel¨ª, Ariel Sharon, quer¨ªa, con una avaricia que le ha perjudicado, meter a la Intifada en el mismo saco que Bin Laden, como enemigo p¨²blico n¨²mero uno del judeocristianismo occidental; del otro, su oponente palestino, Yasir Arafat, pretend¨ªa ser el primer recluta para lo que Washington guste mandar, consciente de que incluso optar por la neutralidad era hacer un grueso favor al enemigo. Y la iron¨ªa final es la de que el jefe terrorista de Al Qaeda, aunque vincula su lucha a la liberaci¨®n de Palestina, lo hace no s¨®lo pensando en el enemigo israel¨ª, sino tambi¨¦n en el l¨ªder ¨¢rabe, al que considera lacayo de Estados Unidos. Lo que salva, finalmente, a Arafat no es la codicia de Sharon, sino la necesidad que tiene Washington de Egipto, Arabia Saud¨ª y Jordania para dar legitimidad isl¨¢mica a la operaci¨®n contra los talib¨¢n.
El presidente Bush no quiere que Israel aparezca en la coalici¨®n, ni tampoco pide a la Autoridad Palestina otra contribuci¨®n que la de meter en cintura a sus terroristas, pero se inclina vagamente algo m¨¢s por recompensar al ¨¢rabe que al jud¨ªo.
En otro de los efectos colaterales del conflicto, el absurdo debate de si Oriente Pr¨®ximo tiene o no que ver con las acciones del terrorismo ultra-islamista, es el propio mandatario norteamericano quien zanja la cuesti¨®n cuando recuerda, s¨²bitamente, que duerme en un caj¨®n del Despacho Oval un plan para la creaci¨®n de la Palestina independiente. Si el llamado grupo de Estados ¨¢rabes moderados se porta bien -para lo que hace falta que no se incluya a Irak, Siria o Libia entre ulteriores afectados colaterales-, es decir, que apoye suficientemente lo que est¨¢ a¨²n por venir, el derrotado en esta caja china, en esta guerra dentro de la guerra, puede acabar siendo Israel, siquiera sea en el nivel menos grave de lo diplom¨¢tico.
Y, nuevamente, en esta confusi¨®n de alianzas en la que el presunto amigo es el mayor enemigo, el aliado objetivo del locuaz Sharon es el barbado terrorista saud¨ª, que aparece en las pantallas de televisi¨®n, asegurando que para ¨¦l Palestina es lo ¨²nico importante.
La situaci¨®n en Tierra Santa es hoy de total punto muerto, pero no tanto porque los sucesivos alto el fuego no detengan la matanza, sino porque el jefe de Gobierno israel¨ª no tiene la menor intenci¨®n de negociar una paz que sea veros¨ªmil, como demuestra su misma insistencia en que Washington declare la proscripci¨®n como terrorista de Arafat. La cuesti¨®n no es la de si el l¨ªder palestino es mejor, peor o igual que Bin Laden, sino la de que quien quiera la paz tiene que negociar con la Autoridad que preside el rais, y quien quiera deshacerse de ¨¦l es porque no desea esa paz.
La paradoja final de todo ello ser¨ªa que de la operaci¨®n de castigo sobre Afganist¨¢n se dedujera el necesario empuj¨®n para un acuerdo que supondr¨ªa la asunci¨®n de una verdadera labor mediadora por parte de Estados Unidos; una que tuviera en cuenta las resoluciones de la ONU. La misma legitimidad que ahora busca Bush ante el mundo isl¨¢mico contra el r¨¦gimen talib¨¢n es la que precisa para que avance la paz en Palestina. ?sa es la gran guerra colateral que tambi¨¦n libra Washington.
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