Testigos de la cat¨¢strofe en primera l¨ªnea
Los periodistas y fot¨®grafos que vivieron en directo el atentado de las Torres Gemelas recuerdan el trabajo que marc¨® sus vidas
Nada m¨¢s tener noticias de los ataques terroristas, William Biggart no se lo piensa dos veces: agarra su c¨¢mara y se dirige hacia las gigantescas teas humeantes en que se han convertido las Torres Gemelas. Pero para Biggart, un fot¨®grafo independiente, la cobertura del atentado pronto pasa a ser algo muy personal. A las 10.05, la torre sur se desploma en una inmensa columna de escombros y polvo y, en un intervalo de media hora, le sigue la norte. El cuerpo del reportero gr¨¢fico es desenterrado entre las ruinas del World Trade Center cuatro d¨ªas despu¨¦s, junto con los de varios bomberos. David Handschuh, periodista del diario New York Daily News, tiene m¨¢s suerte. La onda expansiva provocada por el primer derrumbe lo lanza bajo un veh¨ªculo estacionado cerca. Es rescatado con una pierna fracturada por dos lados.
'No quer¨ªamos causar p¨¢nico. Ten¨ªamos que pasar el examen de la historia'
Minutos despu¨¦s del primer impacto, una marea de gente huye a pie desde el epicentro de los ataques como expulsada por una fuerza centr¨ªfuga. En direcci¨®n contraria se movilizan m¨¦dicos, equipos de rescate, bomberos, polic¨ªas y, por supuesto, periodistas. Mientras resultan heridos o piensan en amigos y familiares dentro de las torres, los cronistas neoyorquinos aportan piezas del rompecabezas generado por el peor ataque terrorista de la historia.
Seth Cohen, otro fot¨®grafo, se despierta con un timbrazo que le anuncia la ofensiva. Vive a seis bloques de las Torres, as¨ª que toma su bicicleta y se encamina hacia el World Trade Center c¨¢mara en mano. 'No puedo creer lo que ocurre. Veo a la gente pasar con las manos en la cabeza, cubierta de polvo, completamente alucinada. Trato de no pensar en lo que est¨¢ pasando y de seguir disparando con mi c¨¢mara'. Sus fotograf¨ªas en blanco y negro muestran c¨²pulas fantasmag¨®ricas que emergen de la niebla pastosa, ¨¢rboles cubiertos de polvo blanquecino, una se?al de tr¨¢fico retorcida que indica el camino perdido a Wall Street.
Xavier Ara¨²jo, de El Nuevo D¨ªa de Puerto Rico, capta im¨¢genes que revelan el infierno vivido dentro de las Torres Gemelas. 'Tomamos fotograf¨ªas de la gente tir¨¢ndose de los edificios'. Las c¨¢maras roban instantes de total y absoluta desesperaci¨®n. Antes de que se desintegren y los sepulten, sus ocupantes blanden prendas desde las ventanas sin cristales de los ¨²ltimos pisos, saltan al vac¨ªo o son expulsados por la onda expansiva.
'Yo estaba durmiendo cuando me llam¨® mi editora', cuenta Greg Kelly, reportero de la cadena de televisi¨®n local NY-1. Su primera reacci¨®n es ir al hospital de la calle 11. Se esperan centenares de heridos. 'Al rato estaba claro que no era el lugar adecuado. No llegaba ni uno'. A eso de las cuatro, Kelly decide acercarse a lo que queda de las Torres Gemelas. Le para la Guardia Nacional, que, en la confusi¨®n que reina, toma su permiso para cubrir desastres -emitido por el Departamento de Polic¨ªa de Nueva York- por una identificaci¨®n policial. Kelly no hace nada por aclarar el error y es uno de los primeros periodistas en entrar en el ¨¢rea del desastre con c¨¢maras de televisi¨®n. 'Hab¨ªa tanto humo que todo el mundo parec¨ªa desorientado, nada estaba en su lugar. Alguien me indic¨® algo en el suelo que parec¨ªa un pedazo de goma cubierto de ceniza. 'Son restos humanos', dijo. No se parec¨ªa a ninguna parte del cuerpo que yo conoc¨ªa. Ya no sent¨ªa rabia, s¨®lo miedo de que nos descubrieran y nos echaran o confiscaran el material'.
'De repente escuchamos un ruido como el de un trueno', contin¨²a Kelly. 'Pero no ve¨ªamos de d¨®nde proced¨ªa, est¨¢bamos envueltos en una burbuja de escombros. El n¨²mero siete se ven¨ªa abajo. Mientras esto ocurr¨ªa hice algunas cr¨®nicas por tel¨¦fono. 'Holocausto nuclear' fue la ¨²nica f¨®rmula que se me ocurri¨® para describir lo que ve¨ªa'.
Yuri Kirilchenko, reportero radiof¨®nico de la agencia rusa Itar-Tass, est¨¢ aparcando su coche a dos pasos del World Trade Center cuando la primera torre se aplana. De repente surge un tropel de personas que huyen enloquecidas por delante de un maremoto de cristales y polvo que les pisa los talones. Kirilchenko -un gigante de dos metros- se carga una persona a los hombros y ayuda a otras a ponerse a salvo. Entre cr¨®nica y cr¨®nica, que emite por tel¨¦fono, auxilia a otras. Hacia las cuatro se empieza a sentir mal. Dos horas m¨¢s tarde, su situaci¨®n empeora mientras el mundo se acaba a su alrededor. Su esposa y su editor, con quienes mantiene contacto telef¨®nico, lo encuentran desfallecido junto a una boca de riego. Seis horas de operaci¨®n quir¨²rgica despu¨¦s, Kirilchenko emerge con una aorta sint¨¦tica, una v¨¢lvula met¨¢lica en su coraz¨®n y varios by-passes.
Unos minutos despu¨¦s del segundo impacto, el n¨²mero uno del World Trade Center es evacuado. El inquilino es The Wall Street Journal, y la preocupaci¨®n inmediata es c¨®mo va a salir el mayor diario del pa¨ªs al d¨ªa siguiente. Las cosas se disponen para ello en su centro de entrenamiento de South Brunswick, en Nueva Jersey. El peri¨®dico tiene un mecanismo de seguridad: duplica procedimientos y documentos para un caso de emergencia. ?ste es obviamente uno. Pero ?d¨®nde est¨¢n los periodistas?
No se sabe cu¨¢ntas de las 900 personas que trabajan en la sede de la publicaci¨®n del grupo Dow Jones se han salvado o van a poder llegar con la isla de Manhattan cercada. John Bussey, editor de Internacional de The Wall Street, se queda atr¨¢s, dentro del edificio, narrando lo que pasa para la CNBC, una cadena de televisi¨®n hermana del diario. 'Cuando reventaron las ventanas y comenz¨® a llover cascotes dentro de la oficina, me refugi¨¦ debajo de un escritorio. B¨¢sicamente, trataba de salvar la vida'.
'Si es que recuerdo algo de la destrucci¨®n del World Trade Center es el vuelo desesperado, el salto de cabeza desde los pisos m¨¢s altos de aquellos que decidieron una muerte diferente a la de la asfixia y las llamas', escribe Bussey en la edici¨®n del d¨ªa siguiente. 'Unos cayeron agitando los brazos y las piernas, mirando abajo al tiempo que la acera se acercaba. Otros cayeron sobre sus espaldas, observando el fulgor y el cielo. Cayeron como pesos muertos en varios segundos, desahuciados'.
Entretanto, en Nueva Jersey, el d¨ªa avanza y todo est¨¢ dispuesto para The Wall Street. Afortunadamente, el transbordador, aunque con colas que se extienden a lo largo de varias manzanas, funciona. Y un goteo de periodistas comienza a caer sobre la precaria Redacci¨®n. Para las cuatro de la tarde, una treintena de periodistas (de los 400 que suele haber en un d¨ªa normal) han llegado y est¨¢n montando la edici¨®n del d¨ªa siguiente. 'No hab¨ªa editores por ning¨²n lado, as¨ª que Jim Pensiero, quien tiene experiencia editorial, pero cuyo trabajo normal es dise?ar presupuestos, se convirti¨® en director por un d¨ªa. Tan pronto como alguien llegaba cubierto de polvo, le asignaba una tarea, aunque no fuera la habitual. Para cuando yo llegu¨¦, a las cinco y media de la tarde, no hab¨ªa nada m¨¢s que hacer, as¨ª que me puse a escribir lo que hab¨ªa vivido'.
Bussey relata en su cr¨®nica c¨®mo, despu¨¦s de sobrevivir al hundimiento de la primera torre al otro lado de la calle, sale en busca de sus compa?eros. La visi¨®n que encuentra evoca Pompeya tras la devastadora explosi¨®n del Vesubio. La segunda torre cae mientras deambula por el ¨¢rea. Se aplasta contra un muro en busca de protecci¨®n.
En otra Redacci¨®n, la de The New York Times, las cosas suceden de forma m¨¢s calmada. 'Pas¨® muy temprano por la ma?ana, as¨ª que tuvimos tiempo de organizarlo', dice Serge Schmemann, uno de sus principales redactores. 'Pero The New York Times supo enseguida que ten¨ªa por delante un enorme reto: el mundo iba a estar pendiente de lo que hici¨¦ramos. Se trataba de un evento trascendental con una dimensi¨®n hist¨®rica, y la cobertura ten¨ªa que tener el tono apropiado, sobria, comprensiva, y no deb¨ªa ser especulativa; por eso no hablamos de miles de muertos o de Osama Bin Laden como culpable autom¨¢ticamente. No quer¨ªamos causar p¨¢nico o contribuir a la represi¨®n. Ten¨ªamos que pasar el examen de la historia'.
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