Croquetoxicoman¨ªa
Hay personas que, cuando se sienten deprimidas, entran en El Corte Ingl¨¦s y empiezan a comprar a lo loco. Otras prefieren meterse en una peluquer¨ªa y cambiar de aspecto. Yo soy partidario de las croquetas. De com¨¦rmelas, quiero decir. Pero hay un problema: las croquetas de bar ya no son lo que eran, as¨ª que, a menudo, lo que deber¨ªa haber sido una gozosa experiencia degenera en un deprimente timo. Hasta donde alcanzo a recordar, hubo un tiempo en el que no todos los bares las hac¨ªan. S¨®lo unos elegidos se atrev¨ªan: aquellos que se consideraban preparados para ofrecer tan delicado manjar y que contaban entre su personal con un o una especialista. Tuvieron ¨¦xito, as¨ª que muchos piratas se apuntaron al carro. Resultado: la croqueta invadi¨®, como una plaga, casi todos los bares de la ciudad y parte del extranjero. Para el adicto, la tentaci¨®n se multiplic¨®. Cuando uno entraba en un bar y ve¨ªa las croquetas expuestas entre un desfile de tapas a lo las-que-van-a-morir-te-saludan, pues ped¨ªa una raci¨®n. Error: eran productos en fase de putrefacci¨®n sometidos a radiaciones de microondas que intentaban disimular su car¨¢cter de estafa, pastas fosilizadas, tan insulsas y previsibles como una entrevista a V¨ªctor Manuel y Ana Bel¨¦n, seudo-croquetas por fuera y congeladas por dentro... Total: que para encontrar una croqueta como Dios manda hab¨ªa que atravesar campos minados de repugnantes suced¨¢neos.
El mundo de la croqueta: un paseo por la ciudad en su busca, un recuerdo de la mili y alguna consideraci¨®n t¨¦cnica
Con los a?os, los croquetoxic¨®manos fueron viendo como locales que sab¨ªan cocinarlas dejaban de hacerlas y como otros manten¨ªan un nivel aceptable dentro de la decadencia general. Fue un duro golpe que cerrara La Pu?alada del paseo de Gr¨¤cia. All¨ª, en la barra, se pod¨ªan consumir memorables croquetas. Quedan, a otro nivel, las del bar restaurante Jos¨¦ Luis de la calle de Tuset, unas croquetas honestas, casi tanto como las -demasiado aceitosas para mi gusto- de la charcuter¨ªa de la plaza de Molina y otras cuya localizaci¨®n no desvelar¨¦ para preservarlas del ¨¦xito, situadas en Montbau, Horta, Les Corts y Sant Andreu. Y, en caso de urgencia dominical, les recomiendo las de Les Gourmets de la calle de Casanova, a pocos metros del bar Mingo, lugar en el que, cuando la mestressa tiene a bien meterse en harina, se cocinan unas croquetas de esas que te hacen gemir de placer y recordar otros monumentos del g¨¦nero. Claro que uno siempre est¨¢ a tiempo de optar por unas croquetas de cuchillo y tenedor y entrar en Les 7 Portes o el Flash-flash, pero, ?no les parece que la croqueta es m¨¢s de bar que de restaurante?
La croqueta dom¨¦stica es otro cantar. En casa, a uno s¨ª le apetece ver como el artista de turno entra vitoreado en el comedor, cargado con una bandeja sobre la que se levantan docenas de croquetas en estructura piramidal que nos obligan a recordar aquel poema de Miquel Mart¨ª i Pol que recita Cinta Massip acompa?ada por Toti Soler: 'Se'ns esmolen les dentetes / quan la mare fa croquetes. / Ben rosses i cruixidores / no te'n menges, en devores. / En qualsevol ocasi¨® / si hi ha croquetes, millor'. Y ahora, con su permiso, una batallita. Estaba yo haciendo el servicio militar en una fr¨ªa ciudad del norte cuando, a causa del ejercicio de mi condici¨®n de soldado de infanter¨ªa, ca¨ª enfermo. El d¨ªa de permiso no quise quedarme en el cuartel y, con febriles ardores nada guerreros, acud¨ª al domicilio de la se?ora Nela, madre de Carlos Alonso Zald¨ªvar, que ten¨ªa a bien acogerme con un sentido de la hospitalidad que nunca le agradec¨ª lo suficiente. Me vio tan mal que me dijo: 'Si¨¦ntate aqu¨ª y tranquilo, que ahora te preparo unas croquetas'. Han pasado 20 a?os desde entonces, pero no hay d¨ªa en el que no me acuerde de aquellas croquetas que me salvaron la vida. Pues bien: observo que todos los croqueteros tienen su particular se?ora Nela. Madres, t¨ªas, abuelas, suegras, casi siempre mujeres que mantienen, adem¨¢s de la cohesi¨®n familiar, el secreto, la f¨®rmula seg¨²n la cual se decide que haya o no tropez¨®n, que tenga o no foie-gras, que lleve apio o cebolla, m¨¢s o menos bechamel, mucho o poco pan rallado. Y el debate eterno: ?debe prevalecer la perfecci¨®n formal o, por el contrario, no renunciar a la calidad aunque el resultado est¨¦tico sea m¨¢s discutible? Ahora, con la nada sutil invasi¨®n de bares vascos, abunda un tipo de croqueta sadomaso: atravesadas por un palillo sobre una triste rebanada de pan. ?Qu¨¦ man¨ªa con pincharlo todo! Me da pena verlas as¨ª, crucificadas. Otros, menos salvajes, no le ponen palillo pero s¨ª pan, como si la croqueta no pudiera ir sola por la vida. Demasiados inventos. El otro d¨ªa, en el bar La Croqueter¨ªa, en la Rambla de Catalunya / Rossell¨®, observ¨¦ con asombro nuevas modalidades: de espinacas, de roquefort. No ser¨¦ yo quien critique el deseo de innovaci¨®n. Pero, cuidado, sin olvidar a los cl¨¢sicos. Por cierto, una se?ora mayor entr¨® y pidi¨® un caf¨¦ con leche y una croqueta de espinacas. Esper¨¦ a que se tomara la peligrosa mezcla, convencido de que caer¨ªa fulminada. Pero al terminar, la buena mujer llam¨® al camarero y le dijo: 'Ponme otra, pero que sea de jam¨®n'. Y es que con las croquetas, ya se sabe: una vez empiezas, lo dif¨ªcil es parar.
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