Las ra¨ªces del radicalismo en Pakist¨¢n
Poco imaginaban Mohamed Qazim Nanautawi y Rashid Ahmed Gangohi d¨®nde iban a terminar sus esfuerzos doctrinales por modernizar el islam. Los talib¨¢n, que se reclaman herederos de la escuela deobandi que ellos crearon, han llevado su visi¨®n restrictiva del papel de la mujer, su rechazo a la jerarqu¨ªa isl¨¢mica y su desprecio por los shi¨ªes a tales extremos que muchos estudiosos aseguran que no reconocer¨ªan a sus disc¨ªpulos. En el camino, la pol¨ªtica se ha mezclado con la religi¨®n.
El nacimiento de Pakist¨¢n como hogar para los musulmanes de la India (1947) abri¨® un debate sobre el papel del islam en la configuraci¨®n del pa¨ªs, que a¨²n no se ha cerrado. La frustraci¨®n, el analfabetismo y la falta de expectativas han alimentado una vena oscurantista del islam, que ahora pone en peligro a todo el pa¨ªs.
Pakist¨¢n apenas dedica un 3% de su presupuesto a la educaci¨®n, y entre un 25% y un 35%, a los gastos de defensa
A las estrictas tradiciones sociales de los past¨²n se suma el af¨¢n regulador de los deobandis (un cuarto de mill¨®n de 'fatuas' desde principios del siglo XX)
Nanautawi y Gangohi fueron dos cl¨¦rigos musulmanes que a mediados del siglo pasado vivieron la derrota del gran mot¨ªn contra la presencia brit¨¢nica en la India (1857). La inmediata implantaci¨®n del sistema administrativo brit¨¢nico tuvo uno de sus efectos m¨¢s visibles en la educaci¨®n, que pas¨® a manos del Estado colonial. Conscientes de la importancia de preparar una nueva generaci¨®n de musulmanes capaces de revivir los valores isl¨¢micos, ambos alentaron, como parte de su movimiento de reforma, la recuperaci¨®n de la red de escuelas cor¨¢nicas en las que se combinaba la formaci¨®n religiosa con la preparaci¨®n profesional.
El papel de las escuelas
Muchos afganos y paquistan¨ªes se formaron en ellas en ausencia de escuelas locales de estudios teol¨®gicos. Y algunos de esos alumnos (talib¨¢n) establecieron sus propios centros de estudio del islam en sus pa¨ªses de origen. Seg¨²n afirma Michael Griffin en su libro Reaping the Whirlwind, esas madrasas deobandis 'ejercieron sobre los l¨ªderes espirituales una influencia equiparable a la de la Universidad de Al Azhar en Egipto'. Sin embargo, no ser¨¢ hasta los a?os ochenta en Pakist¨¢n cuando sus actividades transciendan el campo educativo-religioso y las conviertan en un importante actor pol¨ªtico.
La dicotom¨ªa entre Estado laico o religioso ha acompa?ado a Pakist¨¢n desde su nacimiento. A pesar del car¨¢cter isl¨¢mico de la creaci¨®n del pa¨ªs, el padre de la patria, Mohamed Al¨ª Jinnah, siempre defendi¨® la primera opci¨®n. Sin embargo, el poder se inclin¨® a favor de la segunda con el golpe de Estado del general Zia Ul Haq (1977). Fruto de una genuina convicci¨®n o del deseo de encontrar legitimidad entre los sectores del islam m¨¢s militante, Haq inici¨® el giro hacia el islamismo que ha marcado las ¨²ltimas d¨¦cadas de la historia paquistan¨ª.
Entre las muchas medidas que adopt¨® en esa direcci¨®n destaca la financiaci¨®n de las escuelas cor¨¢nicas, cualquiera que fuera su bagaje doctrinario. As¨ª, lleg¨® el dinero a las escuelas deobandis a pesar de carecer en aquel entonces del apoyo pol¨ªtico del que disfrutaban otros grupos. En busca de una mayor implantaci¨®n social, el movimiento deobandi hab¨ªa fundado en los a?os sesenta un partido pol¨ªtico, Jamiat Ulema Islam (JUI). Sin embargo, eran sus rivales de Jamiat Islam e Hizb-i Islam quienes gozaban en aquel entonces del apoyo pol¨ªtico de Islamabad.
Pero ya antes de recibir la ayuda del Gobierno de Haq, las madrasas deobandis hab¨ªan empezado a tener un importante peso como v¨ªas educativas y de ascenso social para los sectores m¨¢s pobres. Su oferta de formaci¨®n, alojamiento y manutenci¨®n gratuitas resulta irresistible para muchas familias que apenas pueden mantener a su prole y a las que el Estado no ofrece una verdadera alternativa escolar. Las 100 rupias (unas 300 pesetas) que los alumnos abonan hoy en las escuelas p¨²blicas son una fortuna.
El colapso del sistema educativo estatal tiene mucho que ver con una historia en la que se suceden ¨¦pocas de Gobiernos corruptos y periodos de r¨¦gimen militar. Pakist¨¢n apenas dedica un 3% de su presupuesto a la educaci¨®n, frente a entre un 25% y un 35%, seg¨²n las fuentes, a gastos de defensa.
El deobandismo, mientras tanto, se ha transformado. Los cl¨¦rigos que ahora adoctrinan a los talib¨¢n se encuentran muy lejos de la visi¨®n reformista de Nanautawi y Gangohi. La mayor¨ªa apenas han salido de sus pueblos, y su formaci¨®n y sus creencias est¨¢n m¨¢s influidas por las costumbres past¨²n (comunidad en la que principalmente ha calado esta derivaci¨®n del deobandismo) que por la sharia. La mezcla resulta explosiva. A las estrictas tradiciones sociales de los past¨²n (entre los que a¨²n rigen c¨®digos de honor medievales que afectan sobre todo a la mujer) se suma el af¨¢n regulador de los deobandis (un cuarto de mill¨®n de fatuas desde principios del siglo XX).
Fronteras permeables
La intransigencia resultante tiene un efecto amplificador entre los millones de refugiados afganos que cruzan la frontera con Pakist¨¢n a ra¨ªz de la invasi¨®n sovi¨¦tica (1979). Las escuelas deobandis est¨¢n abiertas a los hermanos del otro lado, que en su mayor¨ªa son tambi¨¦n past¨²n (un 40% de la poblaci¨®n afgana) y comparten los mismos valores.
Ah¨ª estaba la mano de obra para el ej¨¦rcito de rigoristas isl¨¢micos que en 1994 se conjur¨® para limpiar Afganist¨¢n de los abusos, las perversiones y la violencia que florec¨ªan bajo los continuos feudos entre los cabecillas de los numerosos grupos de muyahidin. Confluyeron, sin duda, muchos otros intereses, pol¨ªticos, econ¨®micos y geoestrat¨¦gicos. Los servicios secretos paquistan¨ªes, las mafias del transporte, los traficantes de droga y todos aquellos que creyeron ver en los iluminados talib¨¢n un instrumento para avanzar sus propias agendas tuvieron alg¨²n papel.
El estudioso del fen¨®meno Ahmed Rashid constata que 'antes de la guerra, los islamistas apenas ten¨ªan respaldo en la sociedad afgana, pero con dinero y armas de la CIA y apoyo de Pakist¨¢n se afianzaron y consiguieron una enorme fuerza pol¨ªtica'. Pero no s¨®lo en Afganist¨¢n, sino, lo que es m¨¢s notable, incluso en el pa¨ªs en el que se formaron doctrinalmente, el vecino Pakist¨¢n.
La religi¨®n com¨²n o las afinidades ¨¦tnicas y lazos familiares por encima de la l¨ªnea Durand (marca fronteriza establecida por los brit¨¢nicos en 1893) no bastan para justificar esa interacci¨®n. Las decisiones pol¨ªticas de los sucesivos Gobiernos paquistan¨ªes tambi¨¦n han tenido mucho que ver con el contagio de la enfermedad. No s¨®lo cerraron los ojos a los desmanes talib¨¢n a cambio de una supuesta influencia, sino que alentaron el entrenamiento de 'guerrilleros' para su propia lucha en Cachemira, creando un monstruo cuyas consecuencias a¨²n no han terminado de verse.
La huella del dinero
DIPLOM?TICOS Y PERIODISTAS llevan a?os apuntando a las fuentes saud¨ªes del dinero que alimenta a diferentes grupos extremistas isl¨¢micos acusados de actividades terroristas. Las acusaciones no se dirigen directamente a la familia real gobernante, cuyas especiales relaciones con Estados Unidos la mantienen en estado de gracia, sino a un origen m¨¢s nebuloso: los donativos de ricos ciudadanos saud¨ªes. En el caso de Afganist¨¢n, la injerencia saud¨ª est¨¢ contrastada. Arabia Saud¨ª form¨® parte de la troika (con Estados Unidos y Pakist¨¢n) que apoy¨® a los muyahidin contra la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Entonces, Riad entr¨® en el juego respaldando a Ittehad Islami, un partido wahhabi (la rama religiosa predominante en el reino) aliado del ahora asesinado Ahmed Shah Masud. Pero el oportunismo que caracteriza las alianzas pol¨ªticas afganas hizo que con el tiempo parte de sus socios se pusieran, siquiera ocasionalmente, del lado de un grupo shi¨ª (Hezb-i Wahdat), la rama del islam que constituye su principal rival doctrinal. Con el t¨ªpico razonamiento de 'los enemigos de mis enemigos son mis amigos', los saud¨ªes se vieron enseguida apoyando a los talib¨¢n, que desde 1994 combat¨ªan a los muyahidin, que ellos hab¨ªan respaldado inicialmente. Diversos autores han documentado la presencia en Kandahar del pr¨ªncipe Turki Bin Faisal, sobrino del rey Fahed y jefe de los servicios secretos saud¨ªes. M¨¢s all¨¢ de estas visitas y del temprano reconocimiento del r¨¦gimen (al d¨ªa siguiente de que lo hiciera Pakist¨¢n, en mayo de 1997), hay pocas pruebas tangibles del flujo de dinero. Sin embargo, fuentes diversas coinciden en subrayar la influencia del dinero procedente de la pen¨ªnsula Ar¨¢biga en el ascenso de los talib¨¢n. El r¨¢pido reconocimiento saud¨ª (ya hubo un primer intento en 1996, inmediatamente despu¨¦s de la toma de Kabul) sorprende, dada la notoria prudencia de su diplomacia en otros pa¨ªses. Tal como ha se?alado Ahmed Rashid (The resurgence of Central Asia, islam or nationalism?), tras la ca¨ªda de la URSS, 'Riad hizo pocos intentos por mejorar sus relaciones con Rusia o las rep¨²blicas centroasi¨¢ticas'. En efecto, pasaron cerca de cuatro a?os antes de que abriera embajadas en ellas, un tiempo en el que, sin embargo, no escatim¨® esfuerzos en enviar miles de coranes, financiar las peregrinaciones anuales o becar a futuros cl¨¦rigos. Por algo, los dirigentes de esos pa¨ªses ven el wahhabismo como la mayor amenaza a su estabilidad.
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