La universalidad tachada
En medio del fragor apocal¨ªptico o esperanzado del congreso de Valladolid hubo una denuncia que ha pasado desapercibida para los medios e incluso para la comunidad ling¨¹¨ªstica congregada en torno al porvenir del espa?ol en la era de la informaci¨®n. Dice Emilio Lled¨® -a cuya filosof¨ªa del entusiasmo, y de la preocupaci¨®n, tanto recurrimos- que el exceso de informaci¨®n est¨¢ nublando el pensamiento. Esta denuncia da mucho que pensar. La hizo el espa?ol Mauricio Santos, el presidente de los editores de libros de texto, Anele, en el curso de un debate con colegas suyos que pusieron el acento -espa?ol e iberoamericano- en lo que el alem¨¢n-mallorqu¨ªn Hans Meinke llam¨® 'los tiempos ¨¢speros'. De lo que estaban hablando era del flaco ¨ªndice de lectores que se van formando en torno al espa?ol, y expresaron en general la idea de que si no hay una adecuada promoci¨®n de la lectura en todo el mundo que habla nuestro idioma ¨¦ste se va a sentir mucho m¨¢s amenazado por esa desidia que por el ingl¨¦s. El enemigo est¨¢ entre nosotros y nosotros le damos de comer, enflaqueciendo la cultura general, dotando a nuestros medios de una capacidad cada vez m¨¢s ofensiva para olvidar el pensamiento y la instrucci¨®n, para ignorar una regla b¨¢sica del conocimiento: leer es entender.
En ese contexto, la voz de Mauricio Santos son¨® como un pinchazo que sin duda hay que ejemplificar. Dijo el editor espa?ol que en todo el mundo que habla en nuestro idioma, y singularmente en la Espa?a de las diecisiete autonom¨ªas, el poder pol¨ªtico estaba utilizando los libros de texto como medio de presi¨®n a su favor, para cambiar el curso de la cultura que se difunde y se ense?a, para poner o quitar acentos en determinadas facetas de lo que se tiene que saber, para ignorar aspectos de la historia, de la literatura e incluso de la ciencia, en funci¨®n de quienes sean los que manden sobre la fabricaci¨®n, difusi¨®n y venta de los libros que sirven para ense?ar.
Y reclam¨® Santos espacios de libertad para la edici¨®n, apelando a los poderes p¨²blicos para que no se aprovechen de su estancia -provisional- en el mando para entrar a saco en las conciencias de los ni?os, los adolescentes y los j¨®venes. Como se dir¨ªa ahora, y aceptar¨ªa la Academia, es como para flipar. Estamos hablando de la necesidad de apoyar una cultura en una lengua cada vez m¨¢s comunicada y m¨¢s universal, y en los distintos pa?os de nuestro territorio, en el que se habla en una sola lengua, o en el que, conviviendo dos lenguas, hay tantas cosas que son comunes, estamos ense?ando casi tantas culturas como gobiernos, para variar el curso de lo que se ense?a en sus zonas en virtud de su propia manera de ver la historia, la literatura o, incluso, el valor que tienen los r¨ªos, el sol o los viaductos en el solar en el que ejercen su poder¨ªo.
De los libros se pueden tachar letras, palabras, nombres propios o aspiraciones po¨¦ticas; la vida -y la vida de los ¨²ltimos siglos, desde la Inquisici¨®n- est¨¢ hecha de tachaduras tras las que queda la huella imborrable que denuncia el vac¨ªo que hay despu¨¦s de cada tachadura. En este caso, lo que se ha denunciado en Valladolid es un ataque sistem¨¢tico, y muchas veces obviado -los medios atienden a lo espectacular-, a la universalidad de la cultura, sobre cuyo consenso tambi¨¦n universal poco tendr¨ªan que decir los poderes pol¨ªticos, como no sea actuar con la curiosidad impertinente de los ciudadanos preocupados por generar m¨¢s conocimiento y m¨¢s duda entre los que empiezan a aprender. Sin tachar nada, sin expresar con su miedo a lo universal su propio temor a dejar de tener influencia, tambi¨¦n, sobre la conciencia de la gente.
?sa no es s¨®lo una amenaza sobre la universalidad del espa?ol; es un ataque contra la esencia de lo que debe quedar cuando ya no quede sino el conocimiento.
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