El ministro de la guerra
El jefe del Pent¨¢gono, Donald Rumsfeld, que estuvo a punto de dejar el cargo, se ha convertido en un hombre clave del conflicto
Hace justo una semana, el presidente George W. Bush asisti¨® inesperadamente a la toma de posesi¨®n del nuevo jefe del Estado Mayor conjunto, general Richard Myers, una ceremonia considerada de la casa y, tradicionalmente, presidida por el secretario de Defensa. Pero, Bush ten¨ªa una raz¨®n importante para estar all¨ª. Ofrecer un respaldo p¨²blico, ante la c¨²pula militar estadounidense, al titular del Departamento y jefe del Pent¨¢gono, Donald Rumsfeld. Y as¨ª lo hizo. 'La forma en que se est¨¢ desarrollando la campa?a (en Afganist¨¢n) demuestra que no me equivoqu¨¦ en la elecci¨®n de mi secretario de Defensa', subray¨® Bush. Un respaldo necesario para una persona que, como Rumsfeld, ha protagonizado durante el verano las apuestas en los mentideros pol¨ªticos de Washington sobre cu¨¢ndo se producir¨ªa su cese.
El veterano pol¨ªtico es una de las figuras que m¨¢s confianza infunden a los estadounidenses
Los ataques terroristas del 11 de septiembre y su actuaci¨®n a partir de entonces han cambiado de ra¨ªz la cotizaci¨®n del jefe del Pent¨¢gono tanto en las cercan¨ªas de la Casa Blanca como en la opini¨®n p¨²blica, hasta el punto de que el veterano pol¨ªtico se ha convertido en la figura que m¨¢s confianza infunde a los ciudadanos a trav¨¦s de sus apariciones diarias ante los medios de comunicaci¨®n para dar cuenta de la marcha de las operaciones militares. No est¨¢ mal para un pol¨ªtico que para muchos estaba a punto de tirar la toalla y regresar a la actividad privada por sus desavenencias con los militares y el Congreso hace s¨®lo unas semanas y que en el ¨²ltimo mes se ha ganado el respeto y el afecto de propios y extra?os.
El nuevo clima que rodea a Rumsfeld lo defin¨ªa con frase certera un general no identificado citado por The New York Times en un reportaje sobre la reci¨¦n descubierta personalidad del jefe del Pent¨¢gono. 'Todos cre¨ªamos que ca¨ªa en picado como secretario de Defensa y, de golpe, se ha manifestado como un magn¨ªfico ministro de la Guerra'.
A sus 69 a?os, Rumsfeld no es precisamente un reci¨¦n llegado a las intrigas de la capital federal. Natural de Chicago, el 21? secretario de Defensa de Estados Unidos se gradu¨® en Ciencias Pol¨ªticas en Princeton y sirvi¨® en la aviaci¨®n naval durante tres a?os antes de trasladarse a Washington como ayudante de un congresista. Miembro de la C¨¢mara de Representantes durante cuatro mandatos, Rumsfeld dej¨® su esca?o en 1969 para unirse a la Administraci¨®n Nixon como consejero de la Presidencia. Nombrado embajador de Estados Unidos ante la Alianza Atl¨¢ntica en 1973, el actual jefe del Pent¨¢gono regres¨® de Bruselas dos a?os despu¨¦s de su designaci¨®n para ocupar sucesivamente los cargos de director del gabinete de la Casa Blanca, primero, y secretario de Defensa del presidente Gerald Ford, despu¨¦s.
Tras la derrota de Ford por Jimmy Carter, Rumsfeld dedic¨® su actividad a la empresa privada hasta que fue llamado de nuevo por Ronald Reagan para desempe?ar diversas misiones, entre ellas enviado especial para Oriente Pr¨®ximo y presidente de varias comisiones sobre misiles bal¨ªsticos y su amenaza para la seguridad de Estados Unidos. En 1993 volvi¨® de nuevo a la actividad privada hasta la victoria electoral de George W. Bush.
Entusiasta defensor del controvertido escudo nuclear patrocinado por el actual presidente, Rumsfeld se gana durante los primeros meses de su mandato la enemistad de los generales, de una parte, y de los miembros de los comit¨¦s especializados del Congreso, de otra. Ambas partes comparten los mismos agravios. Los generales no quieren o¨ªr hablar de un nuevo sistema de defensa, que se pretende financiar con la consiguiente reducci¨®n presupuestaria del armamento convencional. Los congresistas se oponen como gato panza arriba al cierre de bases en sus respectivas circunscripciones, con la p¨¦rdida de puestos de trabajo que esos cierres acarrean, as¨ª como a la rescisi¨®n de contratos con los suministradores de material militar tradicional, desde los tanques a los bombarderos B-1 y B-52, que el nuevo secretario de Defensa considera obsoletos para las necesidades estrat¨¦gicas del siglo XXI. Para hacer las cosas m¨¢s dif¨ªciles con los de la Casa, Rumsfeld impone una organizaci¨®n del Pent¨¢gono m¨¢s propia de una sociedad an¨®nima que de un departamento militar.
Todo cambia a partir del 11 de septiembre desde el momento en que Rumsfeld sale de su despacho para dirigir personalmente la operaci¨®n de rescate de las v¨ªctimas causadas por el avi¨®n que se estrell¨® contra los muros del Pent¨¢gono. Los militares descubren en su jefe el liderazgo y la tranquilidad necesarias para infundir confianza a los miembros de las fuerzas armadas y al resto del pa¨ªs. Sus comparecencias diarias ante los medios de comunicaci¨®n desde el comienzo de los bombarderos han sido consideradas mod¨¦licas por los m¨¢s veteranos corresponsales acreditados ante el Pent¨¢gono. Informaci¨®n sobre operaciones concretas ha dado poca, con la excusa de que se trataba de proteger vidas humanas. Pero, en ning¨²n momento, ha tratado de enga?ar al pa¨ªs. Cuando ignora una respuesta a una pregunta, simplemente lo dice y remite al reportero a los t¨¦cnicos.
De ser considerado halc¨®n en jefe ha pasado a tener que refrenar a algunos destacados miembros de su equipo, como su segundo, Paul Wolfowitz, partidario de ampliar el campo de operaciones a otros escenarios como Irak. No ha ocultado que la guerra contra el terrorismo ser¨¢ larga y cruenta y ha tratado de preparar en todo momento a sus conciudadanos para posibles sacrificios, incluida la p¨¦rdida de vidas humanas. 'En esta campa?a no habr¨¢ d¨ªa-D ni ceremonia de rendici¨®n en el Misuri', dijo, utilizando fechas emblem¨¢ticas de la II Guerra Mundial, cuando se le pregunt¨® un d¨ªa sobre la duraci¨®n de este conflicto.
Su interpretaci¨®n de El hombre tranquilo, como en la pel¨ªcula cl¨¢sica de John Ford, le asegura no s¨®lo la continuidad en el cargo, sino la aprobaci¨®n de su ambiciosa reforma militar. Como dice The Economist, ante la nueva situaci¨®n, el Congreso 'no tendr¨¢ que elegir entre misiles y tanques porque, sin duda, el Pent¨¢gono conseguir¨¢ los dos'.
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