Nuestra incertidumbre
Cuando la ma?ana del 11 de septiembre las torres del Word Trade Center se derrumbaron, una negra nube de polvo, humo y desastre cubri¨® una gran parte de Nueva York. Todav¨ªa hoy -lo dice Antonio Mu?oz Molina- Nueva York huele a polvo, humo y tragedia.
Pero la oscuridad de esa nube, su horror, su olor a desastre, en ese mismo d¨ªa, se extendi¨® sobre Europa y, poco a poco, sobre el resto del mundo. El terrorismo fundamentalista y fan¨¢tico, en una acci¨®n criminal de locura sin precedentes, hab¨ªa desafiado, ?y de qu¨¦ forma!, hiri¨¦ndole en su propio, hasta entonces inviolado, territorio a los Estados Unidos, a la primera potencia militar, econ¨®mica y tecnol¨®gica de este tiempo. Era, no nos enga?emos, una provocaci¨®n y una declaraci¨®n de guerra.
Con las Torres Gemelas se derrumbaron las presuntuosas teor¨ªas del 'fin de la historia' y del 'pensamiento ¨²nico'. Porque, adem¨¢s, lo que se cubri¨® con la angustia de la incertidumbre fueron muchas de las convicciones y expectativas que conformaban nuestras vidas, sobre las que proyect¨¢bamos, desde un confiado presente, nuestro futuro.
De pronto todos sentimos, presente y real, la amenaza brutalmente concretada de un terrorismo fan¨¢tico y ciego que pod¨ªa sumir en el dolor, el horror y la tragedia a cualquiera de nuestros pa¨ªses en cualquier momento. Aquellas im¨¢genes del avi¨®n de pasajeros penetrando, hecho una bola de fuego, en la segunda de las torres, mientras la primera ya era una pira en su parte alta, de fuego y negro humo, a todos nos her¨ªan con la misma tr¨¢gica sorpresa. Es verdad que los servicios de inteligencia de Estados Unidos y de Europa nos ven¨ªan repitiendo, desde hac¨ªa m¨¢s de una d¨¦cada, que las grandes amenazas de este siglo iban a ser, en primer lugar, el terrorismo junto con el crimen organizado a escala internacional y el narcotr¨¢fico; que, adem¨¢s, estaban conectados entre s¨ª. Pero a fuerza de decirnoslo o¨ªamos, pero no escuch¨¢bamos; o cre¨ªamos que era cierto lo que dec¨ªan, pero el tiempo pasaba y los atentados, muy espaciados y lejanos, no amenazaban las seguras vidas -?no era el caso de Espa?a!- de los ciudadanos de las democracias occidentales. Pero ahora, m¨¢s all¨¢ de cualquier posible previsi¨®n, la amenaza se convert¨ªa en la imagen televisada del horror, y el humo, el polvo y el dolor de aquellas im¨¢genes derrumbaba nuestras certezas y nos sum¨ªa en una atemorizada incertidumbre.
La seguridad en la que viv¨ªamos, la esperanza del futuro, se sustituy¨® de golpe por un presente incierto y amenazado. La esperanza del futuro -proyecci¨®n siempre en individuos y sociedades de un pr¨®ximo pasado que est¨¢ creando el presente- se troc¨® en la angustiada pregunta de '?y ahora qu¨¦ pasar¨¢?'. No tard¨® en responder a esa pregunta la espectacular bajada de las bolsas, la crisis de las compa?¨ªas de aviaci¨®n, la paralizaci¨®n del turismo, el anuncio de dr¨¢sticas rebajas de gastos y plantillas en sinn¨²mero de empresas; ahora, el miedo generalizado a las cartas que expanden la infecci¨®n del ¨¢ntrax.
Es cierto que de inmediato el presidente de los Estados Unidos, su secretario de Estado y el de Defensa, anunciaron su determinaci¨®n, la determinaci¨®n de los Estados Unidos, de emprender todas las acciones necesarias, militares, diplom¨¢ticas, econ¨®micas y financieras para acabar con el terrorismo; y tambi¨¦n lo es que desde el primer momento el presidente Bush dijo que esta guerra iba a ser distinta a todas las que hasta entonces hab¨ªan hecho; que el enemigo no ten¨ªa cara, pero que lo buscar¨ªan all¨ª donde estuviera; que la guerra iba a ser larga y que el pueblo norteamericano ten¨ªa que saber que habr¨ªa v¨ªctimas y que tendr¨ªan que soportar nuevos ataques terroristas con medios y armas hasta entonces no utilizadas.
Todos los pa¨ªses que forman la OTAN, Inglaterra y Canad¨¢ a la cabeza, se solidarizaron con los Estados Unidos, y todos se convirtieron en posibles objetivos de las acciones de los terroristas. Estados Unidos consigui¨® la condena casi un¨¢nime contra el terrorismo de los pa¨ªses agrupados en la ONU, incluso de China, Rusia, la India y Pakist¨¢n; y empezaron los bombardeos sobre Afganist¨¢n, para destruir el poder radical del emir talib¨¢n y de la facci¨®n que sostiene al s¨ªmbolo del terrorismo contra el que se lucha: Osama Bin Laden. Y Bin Laden no tard¨® en emitir por la televisi¨®n su orgulloso mensaje, mezcla de amenazas y desaf¨ªo, contra Estados Unidos, sus aliados y, sobre todo, contra los musulmanes y los Gobiernos de sus pa¨ªses que les apoyaran. Llamando a la yihad a los musulmanes todos, anunciando adem¨¢s que los vientos del cambio soplaban en la tierra sagrada de Arabia, su tierra y, a mi juicio, el principal objetivo de las redes de fan¨¢ticos terroristas que, desde que acab¨® la guerra en Afganist¨¢n contra los sovi¨¦ticos, est¨¢ organizando y preparando.
Y ahora la incertidumbre se extiende a lo que puede pasar en Pakist¨¢n, en Arabia Saud¨ª, en los Emiratos del Golfo, y esa incertidumbre golpea por igual a todos los pa¨ªses occidentales. Por eso estamos todos pendientes de las noticias que nos llegan de la lucha en Afganist¨¢n. Esperamos, quiz¨¢s, que una r¨¢pida victoria de los Estados Unidos sobre el poder talib¨¢n cambie la incertidumbre de esta tensa y compleja situaci¨®n, por una, al menos, esperanzada creencia de que lo peor ya ha pasado. Pero todos sabemos que las guerras se sabe c¨®mo empiezan, pero no c¨®mo acaban; y estamos convencidos de que esta guerra contra el terrorismo fan¨¢tico de los talibanes m¨¢s radicales y su emir, mul¨¢ Omar, contra Bin Laden y sus redes terroristas y las otras redes que con la suya cooperan, ser¨¢ larga, dif¨ªcil, con golpes y contragolpes, fracasos y ¨¦xitos.
Los Estados Unidos aciertan hablando de la creaci¨®n de un Estado palestino. Terminar con aquel foco de permanente y sangrienta agitaci¨®n desactivar¨ªa una de las mayores causas de la humillaci¨®n de los musulmanes del Medio Oriente y favorecer¨¢ la posici¨®n de los musulmanes moderados, probablemente la mayor¨ªa, aunque no aplaque el odio de los fan¨¢ticos radicales. Y aciertan ¨¦l y sus aliados cuando piden que no se confunda el islam y la cultura isl¨¢mica, ni se le atribuya la fan¨¢tica y totalitaria doctrina de la red de radicales musulmanes seguidores de Bin Laden y su grupo. Mucho le debe Occidente al islam y mucho m¨¢s los espa?oles que hundimos las ra¨ªces de nuestra cultura y de nuestra lengua en la espl¨¦ndida cultura de Al Andalus.
En medio de la actual incertidumbre se iluminan algunas certezas de presente y de futuro. La de que la seguridad de nuestras democracias se asienta sobre la de los pa¨ªses, de todos los pa¨ªses, de un mundo diverso e interconectado, con lenguas, culturas y creencias distintas; que nuestras sociedades ricas y libres pueden parecer, y ser, fr¨¢giles ante determinados ataques, pero que tambi¨¦n son capaces de reaccionar con una enorme decisi¨®n y fuerza contra los atacantes; que en estos momentos sobreponernos al temor y la incertidumbre es luchar por nuestra libertad, y la libertad de muchos otros; que cuando la lucha termine, el mundo seguir¨¢ siendo plural y diverso y la convivencia exigir¨¢, por parte de todos, el respeto a las creencias y culturas de esos otros.
Tambi¨¦n creo que debemos saber que el mundo que amaneci¨® el 11 de septiembre no ser¨¢ igual al que vamos a vivir mientras dure la guerra que ha empezado, ni el que se vivir¨¢ cuando termine. La historia del hombre, siempre en cambio, contin¨²a.
Alberto Oliart fue ministro de Defensa desde el 26 de febero de 1981 hasta diciembre de 1882.
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