Aznar¨ªn vuelve
Cre¨ªa el Pr¨ªncipe que con s¨®lo ¨¦l dijera, aun entre dientes de su santa c¨®lera, 'somos incompatibles con la corrupci¨®n', las masas fervorosas pondr¨ªanse a mirar para otro lado. Por ejemplo, a ver c¨®mo llegaban a Do?ana, en oleadas suav¨ªsimas, los claros ¨¢nsares del Norte; o los simp¨¢ticos petirrojos al sotobosque andaluz; o c¨®mo se apretujaban las multitudes no menos encendidas en la romer¨ªa de Dos Hermanas, doscientos mil peregrinos este raro oto?o primaveral; o se folgaban a todas horas con las evoluciones del santo bal¨®n, el cual ir¨ªa redondeando sus mentes y torn¨¢ndolas obtusas a cualesquiera ideas... Todo ello, en fin, preparado y calculado por la log¨ªstica del imperio al bien de sus s¨²bditos, incluidos los infieles moriscos.
-?Qu¨¦ es lo que se ha descalabrado agora, si puede saberse? -susurr¨® el del Pisuerga, amortiguando su ira entre los flecos del bigote.
-Esto... Se?or... -titube¨® un instante fatal el conturbado escudero.
-No sigas. Calla. Calla y medita. -Junt¨® sus manos el Incorruptible y puso en su pensamiento al beato de Navarra, Josemar¨ªa por m¨¢s se?as inequ¨ªvocas. Mas como no se le apareciera del todo, lo sustituy¨® en un instante asociativo por Navarro-Valls, su profeta en el Vaticano, con quien Aznar¨ªn hab¨ªa departido un rato antes de variados asuntos celestiales: la contribuci¨®n piadosa del arzobispado de Valladolid a la causa de la canonizaci¨®n de Escriv¨¢ de Balaguer, incomprensiblemente interrumpida por mor de unos turbios meandros financieros; la consecuente preparaci¨®n de un papa espa?ol -?por fin!- cuando feneciera el contumaz polaco... En suma, nader¨ªas. Nader¨ªas, comparado con lo que se viniera encima otra vez.
Tanta fue la zozobra y lo dilatado de las oraciones, que tuvo tiempo el fiel Aren¨ªn de repasar mentalmente la cascada de imprudencias cometidas: el alcaide de Onuba hab¨ªase descuidado en declarar sus posesiones en tres empe?os mercantiles, alguno de ellos con presuntas querencias en el pleito de una haza de tierra balomp¨¦dica. La sin par Teofinda de Gades, otros¨ª de presuntos y arracimados negocios en los aleda?os de otras que fueran p¨²blicas, subvenciones y contratas oficiales sin cuento. Y encima por hacerse merecer de Rato el Desahuciado. El inimitable alcaide de la Carolina, otrora acompa?ante del heredero del Pr¨ªncipe en expansiones ¨ªtem futboleras, haciendo mangas y capirotes con los caudales que del coraz¨®n del reino le llegaban a porrillo...
-?Pero es que se nos han de ver todos los plumeros a un tiempo? -grit¨® de pronto el apacible, golpeando con inusitado vigor la mesa frailuna, tal que los tinteros pusi¨¦ronse a bailar, las armaduras a retemblar y los ujieres, rodilla en tierra, a orar. -Espant¨®se el sevillano, de nunca haber visto a su se?or tan fuera de s¨ª. Mas el otro, tornando sonriente a su natural socarroncillo, d¨ªjole: Sosegaos, mi leal escudero... Es que con el triunfo de nuestro querido don Manuel, doblegando a esos celtas por vez cuarta, se me han entrado unas repentinas ganas de imitarle, sintiendo la mi ¨¢nima que ¨¦sa sea la ¨²nica forma de someter a los malditos andalus¨ªes... Pero ya pas¨®. Tranquilo. Ahora, dime, ?qu¨¦ simulacros son ¨¦sos que se traen por ah¨ª abajo Chavel¨®n el Malo y su 'Escuredo'?
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