Oriente Pr¨®ximo en un callej¨®n sin salida
Ante las bombas y misiles cayendo sobre Afganist¨¢n en esa destrucci¨®n de gran altura que es la operaci¨®n Libertad Duradera de EE UU, la cuesti¨®n palestina puede parecer tangencial. Pero ser¨ªa un error pensar as¨ª. Y no s¨®lo porque Osama Bin Laden y sus seguidores (nadie sabe cu¨¢ntos son en la teor¨ªa o en la pr¨¢ctica) hayan intentado apropiarse Palestina como componente ret¨®rico de su inmoral campa?a de terror. Tambi¨¦n lo ha hecho Israel para sus propios fines. Con el asesinato del ministro Rahavam Zeevi el 17 de octubre como represalia del Frente Popular por el asesinato de su l¨ªder por Israel el pasado agosto, la campa?a del general Sharon contra la Autoridad Palestina, a la que considera el Bin Laden de Israel, se ha elevado a cotas casi hist¨¦ricas.
Israel ha estado asesinando l¨ªderes y militantes palestinos (m¨¢s de 60 hasta la fecha) en los ¨²ltimos meses, y no pod¨ªa sorprenderle que sus m¨¦todos ilegales provocaran antes o despu¨¦s una represalia de la misma especie. Pero por qu¨¦ una serie de asesinatos es aceptable y otra no es una pregunta que Israel y los que le apoyan son incapaces de responder. Y as¨ª, la violencia contin¨²a, la ocupaci¨®n de Israel se vuelve m¨¢s mort¨ªfera y mucho m¨¢s destructiva y causa un sufrimiento inmenso a la poblaci¨®n civil. En el periodo del 18 al 21 de octubre, seis ciudades palestinas volvieron a ser ocupadas por las fuerzas israel¨ªes, cinco activistas palestinos m¨¢s fueron asesinados, adem¨¢s de 21 civiles muertos y 160 heridos, se impuso el toque de queda por doquier e Israel tiene el descaro de compararlo con la guerra de EE UU contra Afganist¨¢n y el terrorismo.
Por ello, la frustraci¨®n y la sensaci¨®n de callej¨®n sin salida a las apremiantes quejas de un pueblo que lleva 53 a?os despose¨ªdo y 34 a?os de ocupaci¨®n militar han ido m¨¢s all¨¢ del campo normal de batalla y, qui¨¦rase o no, est¨¢n ligados de m¨²ltiples formas a la guerra global contra el terrorismo. Israel y los que le apoyan tienen miedo a que EE UU les venda, mientras insisten, de forma contradictoria, en que Israel no es la cuesti¨®n en la nueva guerra. Palestinos, ¨¢rabes y musulmanes en general han sentido inquietud o una culpabilidad paralizante por la asociaci¨®n que, en el ¨¢mbito p¨²blico y a pesar de los esfuerzos de l¨ªderes pol¨ªticos, vincula a Bin Laden, el islam y los ¨¢rabes: pero ellos tambi¨¦n siguen refiri¨¦ndose a Palestina como el gran nexo simb¨®lico de su desafecto.
Sin embargo, en el Washington oficial, George Bush y Colin Powell han dicho sin ambig¨¹edades m¨¢s de una vez que la autodeterminaci¨®n de Palestina es una cuesti¨®n importante, incluso central. La turbulencia de la guerra y sus desconocidas dimensiones y complicaciones (es probable que sus consecuencias en sitios como Arabia Saud¨ª y Egipto sean dram¨¢ticas) han agitado todo Oriente Pr¨®ximo de un modo tan sorprendente que es seguro que cobre importancia la necesidad de alg¨²n cambio aut¨¦nticamente positivo en la condici¨®n de siete millones de palestinos sin Estado, a pesar de la actual evidencia de cosas bastante desesperanzadoras en el atolladero actual. Lo principal es si EE UU y las partes en conflicto van a recurrir s¨®lo a las medidas provisionales que nos trajo el desastroso acuerdo de Oslo.
La experiencia inmediata de la Intifada de Aqsa ha universalizado la impotencia y exasperaci¨®n ¨¢rabes y musulmanas hasta un grado desconocido. Los medios de comunicaci¨®n occidentales no han transmitido en absoluto el dolor y la humillaci¨®n aplastantes que impone Israel a los palestinos con sus castigos colectivos, la demolici¨®n de sus casas, su invasi¨®n de las ¨¢reas palestinas, sus bombardeos a¨¦reos y sus asesinatos, como s¨ª lo han hecho las emisiones nocturnas de la cadena Al-Jazira, o los admirables reportajes en Ha'Aretz de la periodista israel¨ª Amira Hass y otros analistas como ella. Al mismo tiempo, creo, entre los ¨¢rabes existe el convencimiento generalizado de que los palestinos (y, por extensi¨®n, el resto de los ¨¢rabes) han sido irremediablemente denigrados y enga?ados por sus l¨ªderes. Un visible abismo separa a los acicalados negociadores que hacen declaraciones en lujosos entornos y el polvoriento infierno de las calles de Nabl¨²s, Jenin, Hebr¨®n y los dem¨¢s territorios. La escolarizaci¨®n es insuficiente; el paro y la pobreza han alcanzado cotas alarmantes; la angustia y la inseguridad pueblan el ambiente, con gobiernos que son incapaces o no est¨¢n dispuestos a frenar el ascenso del extremismo isl¨¢mico y la flagrante corrupci¨®n que hay en los altos niveles. Y sobre todo, se deja solos en la lucha a los valientes que defienden la secularizaci¨®n, que protestan por los abusos contra los derechos humanos, que luchan contra la tiran¨ªa clerical e intentan hablar y actuar en nombre de un nuevo orden ¨¢rabe democr¨¢tico y moderno, no tienen apoyo de la cultura oficial y sus libros y sus carreras se arrojan a veces como carnaza para esa ira isl¨¢mica que se va acumulando. Un malsano nubarr¨®n de mediocridad e incompetencia se cierne sobre todos, y ello ha dado origen a un pensamiento m¨¢gico y/o a un culto por la muerte m¨¢s acusados que nunca.
S¨¦ que se suele afirmar que los atentados suicidas con bombas son resultado de la frustraci¨®n y la desesperaci¨®n, o que son producto de la patolog¨ªa criminal de fan¨¢ticos religiosos. Pero no es correcto. Los terroristas suicidas de Nueva York y Washington eran de clase media, estaban muy lejos de ser analfabetos y eran perfectamente capaces de una planificaci¨®n moderna y audaz, as¨ª como de una destrucci¨®n aterradoramente deliberada. Los j¨®venes enviados por Ham¨¢s y la Yihad Isl¨¢mica hacen lo que se les dice con una convicci¨®n que da a entender que tienen claro el prop¨®sito, aunque no mucho m¨¢s. El aut¨¦ntico culpable es una educaci¨®n primaria lamentablemente poco sistematizada, hecha a base de remiendos del Cor¨¢n, con ejercicios maquinales basados en libros de texto trasnochados de hace 50 a?os, clases in¨²tilmente largas, maestros lamentablemente mal equipados y una incapacidad casi total para el pensamiento cr¨ªtico. Junto con unos ej¨¦rcitos ¨¢rabes excesivamente grandes -lastrados por un equipamiento inservible y sin constancia de ning¨²n logro positivo-, este anticuado aparato educativo ha producido unos extra?os fallos en la l¨®gica y en el razonamiento moral, y una escasa valoraci¨®n de la vida humana, que llevan a brotes de entusiasmo religioso de la peor especie o a una adoraci¨®n servil al poder.
Similares faltas de l¨®gica y de vi¨®n se dan en el lado de Israel. Es alucinante que haya llegado a parecer moralmente posible, e incluso justificable, que Israel defienda y mantenga su ocupaci¨®n de 34 a?os, pero incluso los intelectuales israel¨ªes que est¨¢n por la 'paz' permanecen obcecados en la supuesta ausencia de un sector de paz palestino, olvidando que un pueblo ocupado no se puede permitir, como su invasor, el lujo de decidir si existe o no un interlocutor. Entretanto, la ocupaci¨®n militar se considera algo aceptable y apenas se menciona; el terrorismo palestino se convierte en causa y no en efecto de la violencia, a pesar de que uno de los bandos posee un moderno arsenal militar (suministrado incondicionalmente por EE UU) y el otro, sin Estado, est¨¢ pr¨¢cticamente indefenso, salvajemente perseguido y encerrado como un reba?o en 160 peque?os cantones, con las escuelas cerradas y una vida imposible. Y lo peor: diariamente hay palestinos heridos y asesinados y aumentan los asentamientos israel¨ªes y los 400.000 colonos que salpican sin tregua el paisaje palestino.
Un informe reciente publicado por Paz Ahora en Israel afirma lo siguiente:
1. A finales de junio de 2001 hab¨ªa 6.593 viviendas en distintas etapas de construcci¨®n en los asentamientos.
2. Durante el Gobierno de Barak se comenzaron a construir 6.045 viviendas en los asentamientos. De hecho, la construcci¨®n en los asentamientos en el a?o 2000 alcanz¨® la cota m¨¢s alta desde 1992, con 4.499 obras empezadas.
3. Cuando los acuerdos de Oslo hab¨ªa 32.750 viviendas en los asentamientos. Desde entonces se han construido 20.371 m¨¢s, es decir, se han incrementdo un 62%.
En esencia, la posici¨®n israel¨ª es totalmente irreconciliable con lo que desea el Estado jud¨ªo: paz y seguridad. Todo lo que hace no garantiza ni la una ni la otra.
EE UU ha suscrito la intransigencia y brutalidad de Israel, no hay otra forma de interpretarlo: 92.000 millones de d¨®lares y apoyo pol¨ªtico ilimitado, para que todo el mundo lo vea. Curiosamente, esto era a¨²n m¨¢s cierto durante el proceso de Oslo, no antes ni despu¨¦s. La verdad pura y dura es que el antiamericanismo en el mundo ¨¢rabe y musulm¨¢n est¨¢ ligado directamente a la conducta de EE UU, que sermonea al mundo sobre la democracia y la justicia mientras apoya abiertamente lo contrario. Tambi¨¦n hay una indudable ignorancia acerca de ese pa¨ªs en el mundo ¨¢rabe y musulm¨¢n, y una tendencia demasiado marcada a utilizar diatribas ret¨®ricas y la condena general radical, en lugar del an¨¢lisis racional y la comprensi¨®n cr¨ªtica de EE UU. Lo mismo pasa respecto a la actitud ¨¢rabe hacia Israel.
Tanto los gobiernos como los intelectuales ¨¢rabes han fracasado en este tema en cuestiones importantes. Los gobiernos no han dedicado ni tiempo ni recursos a una en¨¦rgica pol¨ªtica cultural que ofrezca una imagen adecuada de su cultura, tradici¨®n y sociedad contempor¨¢nea, con el resultado de que estas cosas son desconocidas en Occidente y no han modificado el retrato de los ¨¢rabes y musulmanes como gente violenta y fan¨¢tica del sexo. El fracaso intelectual no es menor. Es sencillamente incorrecto seguir repitiendo clich¨¦s de lucha y resistencia que implican un programa de acci¨®n militar cuando ninguna de ellas es posible ni realmente deseable. Nuestra defensa contra las pol¨ªticas injustas es moral. Primero debemos ocupar el territorio moral y despu¨¦s promover la comprensi¨®n de esta posici¨®n en Israel y EE UU, algo que no hemos hecho nunca. Nos hemos negado a la interacci¨®n y el debate, llam¨¢ndolos despectivamente normalizaci¨®n y colaboraci¨®n. Negarse a la transigencia en el planteamiento de nuestra justa postura (que es lo que yo pido) no puede ser considerado de ning¨²n modo una concesi¨®n, sobre todo cuando se hace directa y en¨¦rgicamente ante el invasor o el autor de pol¨ªticas injustas de ocupaci¨®n y represalia.
?Por qu¨¦ tenemos miedo de enfrentarnos a nuestros opresores de forma directa, humana, persuasiva, y por qu¨¦ seguimos creyendo precisamente en vagas promesas ideol¨®gicas de violencia redentora que tan poco difieren del veneno esparcido por Bin Laden y los islamistas? La respuesta a nuestras necesidades est¨¢ en una resistencia basada en los principios, en la desobediencia civil bien organizada contra la ocupaci¨®n militar y el asentamiento ilegal, y un programa educativo que fomente la coexistencia, la ciudadan¨ªa y el valor de la vida humana.
Pero ahora estamos en un callej¨®n sin salida intolerable, y hace falta algo m¨¢s que un aut¨¦ntico retorno a las pr¨¢cticamente abandonadas bases para la paz que se proclamaron en Madrid en 1991, y las resoluciones de la ONU 242 y 332, paz a cambio de territorios. No puede haber paz sin presionar a Israel para que se retire de los Territorios Ocupados, incluyendo Jerusal¨¦n, y -como afirma el Informe Mitchell- para que desmantele sus asentamientos. Esto, evidentemente, se puede hacer de forma progresiva, con alg¨²n tipo de protecci¨®n de emergencia a los indefensos palestinos, pero ahora, desde el comienzo, debe ser remediado el gran fallo de Oslo: la clara formulaci¨®n del fin de la ocupaci¨®n, la creaci¨®n de un Estado palestino viable y aut¨¦nticamente independiente y la existencia de la paz por medio del reconocimiento mutuo. Estas metas tienen que ser definidas como el objetivo de las negociaciones, una luz que brille al final del t¨²nel. Los negociadores palestinos tienen que ser firmes con respecto a esto y no utilizar la reanudaci¨®n de las conversaciones -si es que deben comenzar ahora, en este ambiente de dura guerra israel¨ª contra el pueblo palestino- simplemente como una excusa para volver a Oslo. Al final, s¨®lo Estados Unidos puede reestablecer las conversaciones, con el apoyo europeo, isl¨¢mico, ¨¢rabe y africano, pero debe hacerse por medio de Naciones Unidas, que debe ser el principal patrocinador del intento.
Y, dado que la lucha entre palestinos e israel¨ªes ha sido tan empobrecedora humanamente, yo propondr¨ªa una serie de importantes gestos simb¨®licos de reconocimiento y responsabilidad, emprendidos tal vez bajo los auspicios de un Mandela o de un grupo de pacificadores de credenciales impecables, que intentaran establecer la justicia y la compasi¨®n como elementos esenciales del proceso. Desgraciadamente, quiz¨¢ sea cierto que ni Arafat ni Sharon est¨¢n capacitados para tan alta empresa. La escena pol¨ªtica palestina debe revisarse de arriba abajo para que represente sin fisuras aquello que todos los palestinos anhelan: paz con dignidad y justicia y, lo que es m¨¢s importante, una coexistencia decente y en pie de igualdad con los jud¨ªos israel¨ªes. Tenemos que ir m¨¢s all¨¢ de las arengas indignas, del desdichado respaldo a un l¨ªder que desde hace mucho tiempo no ha estado ni remotamente cerca de los sacrificios de su pueblo, que sufre desde hace mucho. Esto mismo es v¨¢lido para los israel¨ªes, que est¨¢n p¨¦simamente dirigidos por el general Sharon y otros de su cala?a. Necesitamos una visi¨®n de futuro que pueda elevar el maltratado esp¨ªritu por encima del s¨®rdido presente, algo que no pueda fracasar cuando sea presentado sin vacilaciones como aquello a lo que la gente necesita aspirar.
Edward W. Said es ensayista palestino, profesor de literatura comparada de la Universidad de Columbia.
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