Todo sigue igual en Natzaret
Los problemas de droga y racismo se mantienen en el barrio tras el juicio por el linchamiento de un camionero
A finales de 1998 tuvo lugar la muerte del camionero Antonio Civantos en el barrio valenciano de Natzaret, despu¨¦s de que atropellara accidentalmente a un ni?o gitano quit¨¢ndole la vida. Hace pocos d¨ªas, un jurado s¨®lo hallaba culpable del homicidio al padre del ni?o, Jos¨¦ Mu?oz, aunque reconoc¨ªa que participaron m¨¢s personas en la agresi¨®n.
Entre los dos hechos, ha tenido lugar un curioso fen¨®meno. Cuando muri¨® Civantos, gran parte de los medios de comunicaci¨®n se enervaron y la construcci¨®n de una 'venganza gitana' ensangrent¨® muchos titulares. Muchos relacionaron el entorno de Mu?oz con el tr¨¢fico de droga. Los vecinos del barrio aprovecharon para exigir a las autoridades que controlaran la venta de coca¨ªna, que, mezclada con las dosis de racismo y degradaci¨®n urbana, hab¨ªa convertido Natzaret en un polvor¨ªn. Durante un tiempo, promesas pol¨ªticas y redadas antidroga salpicaron la zona. Y las asociaciones gitanas, escandalizadas por el riesgo de enfrentamientos vecinales y por una cobertura period¨ªstica desaforada, saltaron a la palestra exigiendo que este asunto no se convirtiera 'en otro caso Alc¨¤sser'.
Ahora bien, durante el reciente juicio a Jos¨¦ Mu?oz y a su mujer (a quien no se ha podido vincular al homicidio), todo cambi¨®. Los medios se centraron en describir lo que suced¨ªa en la vista, sin entrar en aquello que inicialmente hab¨ªan explotado (racismo, drogas, el olvido pol¨ªtico del barrio). Canal 9, en un nuevo programa de 'investigaci¨®n' trat¨® el tema ahog¨¢ndolo en t¨®picos, pero, por regla general, la 'venganza gitana' se olvid¨®. No obstante, han abundado las referencias al miedo de los vecinos payos por contar lo que sucedi¨® realmente, y tambi¨¦n a esa supuesta ley, esgrimida por los mismos acusados, que no permite a un gitano delatar a otro.
Cabe dudar de que los medios, sobre todo los televisivos, se hayan vuelto extremadamente conscientes de repente. Posiblemente, ser¨ªa m¨¢s correcto pensar que la cobertura period¨ªstica del juicio se consider¨® como un recurso m¨¢s que suficiente para sacar jugo a un tema de tres a?os de antig¨¹edad. Los aleda?os sociales hab¨ªan envejecido como noticia. Y sin embargo, son noticia.
Porque la situaci¨®n de Natzaret sigue siendo precaria. Se han cerrado empresas que estaban en situaci¨®n ilegal, y que propiciaban que el tr¨¢fico de camiones excediera la racionalidad. Pero la venta de droga contin¨²a, como contin¨²an los recelos entre vecinos, y la posibilidad real de que alg¨²n d¨ªa la tensi¨®n fr¨ªa estalle entrecruzada con racismo. La degradaci¨®n existe, y el barrio tiene mucho de polvor¨ªn, pero mojado, agotado en s¨ª mismo.
Las actuaciones policiales con los periodistas como testigos, s¨®lo se dieron al principio del caso. Y las asociaciones gitanas parecen haberse distanciado de los rigores de un tema extraordinariamente delicado para todos.
Del colectivo gitano, lamentablemente se sabe lo que se publica. Y normalmente, se publica lo que es espectacular y refuerza el t¨®pico: o cante o baile, o las muy excepcionales reyertas entre miembros de la misma etnia, que, sobre todo, acostumbran a horrorizar a la mayor¨ªa de gitanos. El caso Natzaret no ha sido ni una cosa ni otra, sino un grave delito que pod¨ªa haber servido para atender la situaci¨®n de un barrio, y para analizar determinados comportamientos sociales y period¨ªsticos.
Pero, m¨¢s all¨¢ del dolor, no parece que haya servido para mucho. Los muertos siguen muertos. El barrio contin¨²a pr¨¢cticamente igual. La Administraci¨®n va a la suya. La sociedad paya sigue identificando el comportamiento delictivo de cualquier gitano con la idiosincracia del resto de su etnia. Las asociaciones gitanas no vigilan a pie de obra el peligro que late. Y los medios, cuando les parezca, volver¨¢n a utilizar la 'ley gitana' para explicar cr¨ªmenes o silencios.
Lo mejor es que, realmente, no existe una verdadera ley gitana, como no existen los tales patriarcas. Hay costumbres ancestrales internas de un colectivo que ten¨ªa que regirse a s¨ª mismo porque la justicia establecida lo ignoraba o lo persegu¨ªa. Con el avance del tiempo, las que han colisionado directamente con la norma legal, se han abandonado de manera mayoritaria. ?stas s¨®lo perviven en los estratos m¨¢s cerrados, en los que se mueven m¨¢s al margen del conjunto social. En esta esfera, no acatar ciertos preceptos de honor puede acarrear una gran presi¨®n social sobre el individuo.
Estos preceptos s¨®lo se atienden entre personas que conocen la costumbre. Es decir, entre gitanos, y normalmente del mismo c¨ªrculo. Adem¨¢s, los 't¨ªos', los hombres mayores de respeto de esta etnia, arreglan siempre los conflictos entre gitanos de manera pac¨ªfica. Por eso, alguien ten¨ªa que haber explicado detalladamente que hablar de 'ley gitana' o 'venganza gitana' en el caso Natzaret es burdo y absurdo. Y que adem¨¢s, cualquier gitano, cueste lo que cueste, est¨¢ capacitado para eludir este tipo de supuestas obligaciones si entran en contradicci¨®n consigo mismo. Porque, aunque a algunos les cueste de creer, la persona gitana es muy capaz de ser libre.
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