La Giralda
Con el diezmo del bot¨ªn obtenido en Marat¨®n se elev¨® en la Acr¨®polis de Atenas una estatua gigantesca de la diosa protectora de la ciudad, Atenea. La ejecuci¨®n de la obra, en bronce, se encomend¨® a Fidias, el escultor preferido de Pericles. El resultado fue deslumbrante. Atenea aparec¨ªa revestida de una t¨²nica talar, calado el yelmo de larga cimera, la ¨¦gide sobre el pecho, lanza en mano, con el escudo en reposo. La estatua dominaba no s¨®lo la ciudad, sino el ?tica entera: ya desde el cabo Sunio eran visibles para los navegantes el penacho y la punta de la lanza.
Veinte siglos despu¨¦s un grupo de artistas decidi¨® rematar la torre de la catedral sevillana con otro coloso, emulando aquella imagen de Atenea Pr¨®maco. El original griego hab¨ªa desaparecido hac¨ªa mucho tiempo, pero quedaban algunas copias tard¨ªas de otra obra de Fidias, la Atenea P¨¢rteno que, labrada en oro y marfil, representaba a la diosa m¨¢s o menos en la misma postura y atuendo, armada de casco, ¨¦gide, lanza y escudo. Esta imagen fue la escogida para llevar a cabo la r¨¦plica. S¨®lo as¨ª se entiende la velada alusi¨®n a la P¨¢rteno que encierra una s¨¢tira atribuida al can¨®nigo Pacheco. En ella se nos presenta a un cordob¨¦s, muy probablemente Hern¨¢n Ruiz, el arquitecto de la obra, 'del amor herido de do?a Eburnia', esto es, deseoso de rivalizar con Do?a Eb¨²rnea, jocoso mote de la estatua marfile?a.
A la Giganta fundida por Morel se le dio un nuevo simbolismo, m¨¢s ajustado a los tiempos que entonces corr¨ªan: la defensa de la ciudad no se encomend¨® ya a Atenea, sino a la Fe, concebida metaf¨®ricamente como una torre firm¨ªsima. De esta suerte algunos atributos de la imagen sufrieron un cambio forzoso: se mantuvieron el casco y el escudo, pero la Victoria que llevaba en la mano la Atenea Pr¨®maco fue sustituida, en justa correspondencia, por la palma triunfal. As¨ª, la estatua de la Fe, como la Atenea de Fidias, se irgui¨® desafiante se?oreando la ciudad y su campi?a, y especialmente el r¨ªo: del Guadalquivir part¨ªan los misioneros que iban a predicar el evangelio por el universo mundo; la Fe, desde la torre de la catedral, les rend¨ªa el postrer saludo y les brindaba la victoria, que para algunos ser¨ªa la palma del martirio.
Los simbolismos son fiel reflejo de las respectivas mentalidades. En el siglo V a. C. Atenas se puso bajo la protecci¨®n de Atenea, la diosa de la inteligencia, del saber, de la raz¨®n en suma. No es un azar que en Atenas floreciera la Filosof¨ªa (Plat¨®n, Arist¨®teles, Aristipo, Epicuro). En cambio, Sevilla -y Espa?a entera- se encomend¨® a la Fe en el siglo XVI o, por ser m¨¢s exactos, mucho antes: la Reconquista fue considerada como guerra divinal, la ¨²nica manera de contrarrestar la yihad isl¨¢mica. De ah¨ª que Sevilla -Espa?a- fuera pr¨®diga en guerreros y en santos. Raz¨®n y Fe: una antinomia dolorosamente a¨²n no resuelta.
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