Disfrazados
Puede que mi coeficiente de inteligencia sea m¨¢s bien justito y no me alcance para grandes piruetas, pero la verdad es que nunca he entendido a esos seres que, de pronto, experimentan la ineludible necesidad de encontrarse a s¨ª mismos y, con ese objetivo, a veces se van lej¨ªsimos, como si encontrarse a uno mismo s¨®lo pudiera suceder en medio de alg¨²n ex¨®tico paraje y no, pongamos por caso, en la Verneda o en el supermercado de la esquina. Lo que s¨ª entiendo perfectamente, por haberlo experimentado como m¨ªnimo un par o tres de veces diarias desde que tengo uso de raz¨®n, es la imperiosa necesidad de perderse uno de vista (?Socorro! ?S¨¢quenme de este tugurio mal ventilado, donde uno siempre circula entre las mismas y apestosas obsesiones!). Ser otro, pernoctar un par o tres de noches en el interior de otro pellejo, no importa cu¨¢l. Pensar otros pensamientos, explorar otros sentimientos, ser un turista de almas que escruta, sin perderse detalle y libreta de notas en mano, la vida interior de otro, qu¨¦ delicia. Claro que, a falta de aut¨¦ntica transmigraci¨®n de las almas, siempre nos quedar¨¢ la lectura. Y los disfraces, que si bien no permiten exactamente bucear en el pellejo de otro, al menos nos proporcionan la ilusi¨®n de una metamorfosis, de una p¨¦rdida temporal de la propia identidad. Pero, ?no es acaso la identidad la suma de todas nuestras m¨¢scaras y disfraces? Cuando alguien te arranca una m¨¢scara, debajo de esa primera, ?acaso no hay otra m¨¢scara?
Para que se hagan una idea, alquilar un disfraz tres d¨ªas costar¨ªa de 6.000 a 12.000 pesetas, y el precio incluye la adaptaci¨®n del traje a las medidas del usuario
Estos y otros pl¨²mbeos pensamientos que magn¨¢nimamente les ahorro me manten¨ªan ocupadas las meninges el otro d¨ªa mientras contemplaba embelesada los dos deslumbrantes vestidos de arist¨®crata del siglo XVIII que viven en el escaparate de Atuendo, una tienda de disfraces, maquillaje y ropa de teatro que abri¨® sus puertas hace unas semanas en el n¨²mero 25 de la calle de Roger de Ll¨²ria, justo enfrente del Ritz. Antes de entrar en el local, me imagin¨¦ vestida de Madame de Merteuil, la de Las amistades peligrosas, con el turgente pecho apretado bajo el r¨ªgido cors¨¦ ancien r¨¦gime. Y lo cierto es que -?qui¨¦n es el cretino que dice que el h¨¢bito no hace al monje?- los propietarios de la tienda parecieron sorprendidos ante mi audacia, mi aplomo y mi perversa y sutil habilidad para manipular el juego social a mi favor. Puede que tuviera alg¨²n problema con el miri?aque por falta de costumbre, pero estoy segura de que no se me not¨®. Y falt¨® poco, lo intuyo, para que me preguntaran por mi querido amigo el Vizconde de Valmont.
Mientras exploraba la tienda, acompa?ada por Mar¨ªa Araujo, figurinista (responsable, por no citar m¨¢s que un ejemplo, de la nariz de Cyrano / Flotats), y su socio Llu¨ªs Garc¨ªa (a quien el oficio tambi¨¦n le viene de lejos, pues ya su abuela y su abuelo se conocieron cuando ella hac¨ªa zapatos de ¨¦poca y ¨¦l era encargado de Peris, la famosa tienda de teatro), tuve ocasi¨®n de comprobar que las existencias incluyen disfraces de todas las ¨¦pocas, desde el cret¨¢cico superior en adelante. 'Y, de todos modos', me explicaron, 'como todav¨ªa estamos haciendo stock, si alguien viniera pidiendo algo que no tenemos, nos comprometemos a hac¨¦rselo en dos d¨ªas sin que eso suponga un gasto adicional para el cliente'. Para que se hagan ustedes una idea, alquilar un disfraz durante tres d¨ªas costar¨ªa entre 6.000 y 12.000 pesetas y el precio incluye la adaptaci¨®n del traje a las medidas del usuario.
No s¨¦ ustedes, pero seg¨²n mi experiencia de usuaria de disfraces, uno de los mayores problemas estriba en que, con el tiempo y el multiuso, las prendas adquieren un deprimente aspecto decr¨¦pito, sucio y ra¨ªdo, con lo que no s¨®lo corres el peligro de parecerte m¨¢s a la princesa de Zarrapastro que a una digna dama como Madame de Merteuil, sino que hasta puedes desmayarte de asco si no echas mano a tiempo del frasquito de sales. Pero hasta eso est¨¢ previsto en Atuendo, que tiene presupuesto para renovar sus existencias cada dos a?os.
?Y se puede hablar de tendencias en el disfraz? 'Ya lo creo. Las pel¨ªculas arrastran mucho (Araujo dixit). Estoy segura de que Moulin Rouge, por ejemplo, marcar¨¢ la moda para el pr¨®ximo carnaval y que tendremos una aut¨¦ntica avalancha de pedidos de trajes de can-can que, adem¨¢s, resultan de lo m¨¢s sexy.'
Con todo, la pieza estelar de la colecci¨®n, la que hizo que incluso el duro coraz¨®n de Merteuil dejara de latir durante un breve instante, es un fastuoso disfraz de murci¨¦lago hembra que enamorar¨ªa a cualquier siniestra que se precie y cuyas alas no vacilar¨ªa en calificar de obra maestra.
Pero eso no es todo, amiguitos. Si Atuendo se presenta ante todo como una tienda de disfraces e indumentaria para teatro, lo cierto es que cualquiera puede acudir aqu¨ª para hacerse, en caso de que no est¨¦ ya en stock, cualquier tipo de traje o vestido, incluidos trajes de noche o cualquier tipo de ropa para asistir a una fiesta o acto social, y eso en r¨¦gimen de compra o alquiler. O sea, gran noticia: se acab¨® lo de asistir a saraos diversos vestida de facinerosa por falta de presupuesto para vestuario.
Me alejaba ya de la tienda, envuelta a¨²n en el m¨¢gico frufr¨² de los disfraces, cuando se me ocurri¨® pensar que los ¨²nicos disfraces potencialmente da?i?os no est¨¢n hechos de tela, sino de palabras. Dej¨¦ entonces, poco a poco, como quien abandona una piel muerta, de ser Merteuil y me esforc¨¦ por poner cara de efecto colateral.
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