La guerra de nunca acabar
S¨®lo dos meses despu¨¦s del ataque terrorista del 11 de septiembre, y cinco semanas desde que empezaran las operaciones militares de EE UU contra Afganist¨¢n, empieza a cundir cierto nerviosismo. Por una parte, est¨¢ la duraci¨®n. Una y otra vez, los dirigentes y militares de EE UU han hablado de una campa?a larga. Pero la sociedad moderna no est¨¢ hecha para esto. La compresi¨®n del tiempo, facilitada por la presi¨®n medi¨¢tica y la falta de concentraci¨®n de la atenci¨®n, lleva a la ansiedad, en la paz y en la guerra. James Gleick, en Faster, recog¨ªa c¨®mo en Asia -y ahora tambi¨¦n en Europa o en EE UU- el bot¨®n m¨¢s gastado de los ascensores es el de 'cerrar puerta', pues una espera que supere m¨¢s de 13 segundos resulta insoportable.
En la guerra, los d¨ªas la hacen interminable. En la de Kosovo, a las dos o tres semanas de iniciado el bombardeo, algunos consideraban ya que la OTAN hab¨ªa fracasado. Ni Belgrado se desmoron¨® en una semana ni tampoco el r¨¦gimen talib¨¢n, aunque Washington esper¨® ambas cosas. Paciencia; aunque el tiempo, m¨¢s incluso que el general invierno en un terreno sumamente dif¨ªcil, juega en contra de EE UU por el aumento de las bajas civiles con los bombardeos, los movimientos en una parte del mundo musulm¨¢n y la presi¨®n en la coalici¨®n internacional e internamente en EE UU.
Otra cuesti¨®n es considerar que funcione la estrategia de EE UU y sus aliados. ?sta es una guerra sin o con poca informaci¨®n de lo que verdaderamente est¨¢ ocurriendo. Lo que s¨ª parece es que ya se ha bombardeado todo, o casi todo, lo que se pod¨ªa bombardear. Quiz¨¢ los bombardeos empezaron demasiado pronto, para probar que EE UU pod¨ªa hacer algo, reaccionar r¨¢pidamente al 11-S. Y quiz¨¢ sigan no s¨®lo para alcanzar los b¨²nkeres subterr¨¢neos o apoyar el avance de la Alianza del Norte, sino tambi¨¦n porque Bush cree en el efecto psicol¨®gico o, para unos y otros, de seguir bombardeando.
Aunque la supremac¨ªa a¨¦rea es b¨¢sica, pr¨¢cticamente ninguna guerra se ha ganado desde el aire y, como ha admitido el propio Blair, los ataques a¨¦reos no bastar¨¢n. La ofensiva terrestre es la que tiene que ser decisiva en una campa?a que ya ha llevado a Mazar-i-Sharif y a otras zonas, que acelera la situaci¨®n y que tiene dos vectores b¨¢sicos: apoyar a la Alianza del Norte en su avance, enmarc¨¢ndola, arm¨¢ndola y d¨¢ndole apoyo, como al principio en Vietnam, pero sin poner en riesgo demasiadas tropas de EE UU; y, a la vez, la guerra o guerrilla de comandos, esta vez s¨ª, de EE UU y algunos de sus aliados. Para lograr su objetivo principal, atrapar, matar o anular a Bin Laden y la parte de Al Qaeda en Afganist¨¢n, requerir¨¢n no s¨®lo capacidad, sino algo que se suele olvidar cuando se analizan las operaciones militares: suerte. Y la suerte, en este caso, puede llegar en d¨ªas, semanas o meses, o nunca. La Administraci¨®n de Clinton intent¨®, sin ¨¦xito, durante seis a?os, aunque sin tropas ni comandos en el terreno, atrapar a Bin Laden. El 20 de octubre, los comandos estadounidenses que intentaban atrapar o matar al mul¨¢ Omar fracasaron estrepitosamente. Libertad Duradera puede durar. Se calcula que los talibanes cuentan con entre 20.000 y 15.000 hombres armados, y que se les pueden estar sumando otros voluntarios, aunque no se f¨ªen demasiado de ellos. Este ej¨¦rcito est¨¢ encuadrado por ¨¢rabes, los de Bin Laden. Y aunque tengan caballos frente a helic¨®pteros, pueden aguantar, incluso si van perdiendo. Como se?alaba recientemente James Zogby, presidente del Instituto ?rabe-Americano, 'de momento, el enemigo est¨¢ perdiendo la guerra, pero controlando el mensaje'. Ello sin contar con una posible nueva acci¨®n terrorista. En el frente interno, los pocos casos de ¨¢ntrax, vengan de donde vengan estos ataques, han causado estragos psicol¨®gicos en EE UU. Estamos en una lucha de nunca acabar.
aortega@elpais.es
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