Tambi¨¦n
El ¨¦xodo, el exilio, la di¨¢spora, los campos de concentraci¨®n: tr¨¢gicas consecuencias de las guerras. Remotos, los refugiados: Afganist¨¢n queda lejos, hemos olvidado a los kurdos, los palestinos del exterior son como manchas en el mapa de la conciencia mundial, ni siquiera sabemos d¨®nde paran los africanos arrancados de sus hogares a punta de barbarie, y pasamos de los saharauis. Pero la madre de todos esos olvidos se encuentra en la amnesia primigenia, aquella que nos evita la angustia de saber que tambi¨¦n nosotros fuimos refugiados.
Ma?ana se estrena una pel¨ªcula hecha contra el olvido: Los ni?os de Rusia, de Jaime Camino, un director en cuya filmograf¨ªa siempre ha ocupado un lugar importante la vieja memoria. Cuando la vayan a ver, que deber¨ªan hacerlo, sentir¨¢n mucho m¨¢s cercano ese dolor de tener que abandonar lo que es de uno, la tierra a la que uno pertenece pero que ha dejado de ampararle, los seres que deber¨ªan protegerle pero a su vez est¨¢n desprotegidos. Los ni?os que fueron arrebatados de sus hogares para salvarles del horror, y que encontraron nuevos espantos en una tierra helada que no era la suya. Los supervivientes lo cuentan a la c¨¢mara de Camino, tan humana y contenida. Y qu¨¦ supervivientes.
Al cine espa?ol le est¨¢ ocurriendo algo muy curioso. Mientras la ficci¨®n empieza a morir de ¨¦xito, con producciones millonarias y huecas de toda verdad, el g¨¦nero documental renace entre nosotros: ah¨ª est¨¢n los admirables ejemplos de Jos¨¦ Luis Guerin, del t¨¢ndem formado por Javier Rioyo y Jos¨¦ Luis L¨®pez-Linares, y de este Jaime Camino que sigue proporcion¨¢ndonos entregas de un pasado del que no debemos abjurar. Con ellos conocemos el dolor de los sue?os perdidos, la huella de los pasos borrados. Algo que nuestro hiperinflado cine de ficci¨®n sobrado de grasa y falto de aliento no suele mostrarnos, pese al trompeteo de los papanatas.
S¨®lo poni¨¦ndonos en la piel del otro sabremos comprenderle y hacerlo cercano. S¨®lo sabiendo que fuimos tambi¨¦n los otros eliminaremos las barreras que nos separan y este est¨²pido mal de altura, de creer que nacimos ya saturados de normalidad y banalidad.
Porque nosotros, tambi¨¦n. Tambi¨¦n, entonces, e ignoramos si, tambi¨¦n, ma?ana.
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